jueves, 26 de marzo de 2015

Las dos justicias

Dando un pequeño paseo, un filósofo de la antigua Grecia, se encontró en su camino, con dos mujeres, cuyo tamaño era realmente impresionante. Como temía molestarlas, se escondió tras unos arbustos, para contemplarlas mejor.
Justo en ese momento, apareció en escena, uno de los hijos del rey, cuya oreja parecía herida y que se acercaba a las 2 mujeres, pidiendo justicia.
Las dos mujeres, evaluando la situación, le preguntaron, cual de las 2 justicias quería. La primera, cuyo aspecto era más amable, escucharía la versión del agresor y le obligaría a proteger la oreja sana e instante a regalarle un casco, para tapar su desgracia.
La otra mujer, por el contrario, sancionaría al culpable con castigos físicos y le proporcionaría una espada, para castigarle con la misma acción a su hermano pequeño.
Pensándolo mucho, decidió que esta última diosa, fuera la que impartiese justicia, haciéndole un pequeño corte en la oreja a su hermano.
Cuando todo hubo pasado, el filósofo pudo descubrir, que la segunda diosa, era Ares, dios de la guerra, el cual quería demostrarle a la diosa Temis, la verdadera naturaleza de los humanos.
Una vez que el dios, se hubo marchado, la diosa, comenzó a charlar con el filosofo, con el cual, nació una bonita amistad.
 

El jardinero y la liebre



En un lugar lejano, vivía un hombre, llamado Gaspar, cuya afición por la jardinería, hizo que comenzara a cultivar un maravilloso jardín en su hogar.
Tal era su hermosura, que una noche, pasó por allí una liebre, con el estomago muy vacío y al ver tal vergel, comenzó a comer con ansia.
A la mañana siguiente, cuando el bueno de Gaspar, vio lo que le había pasado a su jardín, se puso muy triste. Un pajarillo, que por allí se encontraba, le conto, que la causante de tal estropicio, era una liebre.
Decidido a darle caza y alejarla de su jardín, la esperó esa misma noche, oculto en unos arbustos. Cuando la libre, apareció, Gaspar, comenzó a perseguirla, durante mucho rato, sin conseguir nada.
La noches siguientes, volvió a intentar atraparla, sin mucho éxito, ya que llevaba tanto tiempo sin dormir, que casi sin darse cuenta, se quedó dormido. Tras esto, pensó que la mejor idea, era que su hija hiciera guardia, pero la pobre también se quedaba dormida.
Ante tal panorama, fue en busca de la ayuda del príncipe del lugar, el cual le prometió echarle una mano, siempre que atendiera correctamente a sus sirvientes. Al día siguiente al principie y su corte se traslado a la casa de Gaspar, donde comieron y bebieron tanto como quisieron, pero tampoco consiguieron dar caza al animal.
Al ver su jardín destrozado y su hogar en la ruina, comprendió que es una locura pedirle ayuda a la gente rica, cuando nuestros problemas son tan sencillos.

El Robot Desprogramado

Ricky, era un afortunado niño, que vivía en una maravillosa casa, en la que todo funcionaba de forma automática. Para ayudar a realizar las tareas del hogar, sus padres, compraron un robot. Gracias a este aparato, la habitación del pequeño Ricky, siempre estaba perfectamente ordenada, hiciese lo que hiciese durante el día anterior.
Estaba tan ordenado, que le era totalmente imposible, encontrar varias de sus cosas favoritas. Buscaba y buscaba, pero nada volvía a aparecer en el mismo sitio en el que lo había dejado. Desconcertado, comenzó a sospechar del robot (ya que nadie más entraba en su habitación) , preparándole una trampa, para descubrir si el robot, le estaba robando sus cosas.
Tal y como sospechaba, el robot, estaba cogiendo sus cosas y guardándolas en algún escondite secreto.
Tras descubrir al ladronzuelo, fue a contarle a sus padres lo que estaba pasando y les pidió, que lo cambiaran por otro nuevo. Sus papas, quitaron importancia al asunto y se negaron a sustituir a una máquina que tan bien funcionaba. Muy enfadado, Ricky, decidió conseguir más evidencias de las fechorías del robot, para que sus padres lo creyeran.
Un buen día, el robot, cansado de sus protestas, le devolvió un parte de los objetos robados y le dijo, que como siempre los veía por el suelo, pensaba que no le interesaban y que las mandaba a otro lugar, en donde resultaran útiles.
Avergonzado por su comportamiento, comenzó a usarlas con cariño y nunca más volvió a desaparecer nada.

El águila y la zorra

Hace muchos años, una zorra y un águila, mantenían una amistan tan estrecha, que decidieron irse a vivir juntas y protegerse mutuamente.
Como casa, el águila, eligió un precioso árbol, en el que su futuros polluelos pudieran crecer de forma segura, bajo el mismo y junto a una de las zarzas que por allí crecían, se estableció la zorra con sus pequeños.
Un buen día, la zorra, tuvo que se marcharse a cazar algo para sus pequeños. Mientras su madre estaba ausente, el águila, que estaba tan hambrienta como ellos, aprovechó el momento, para secuestrarlos y darlos de comer a sus polluelos.Cuando la pobre zorra volvió y descubrió lo sucedido, lloró desconsoladamente, ya que nada podía hacer para darle un escarmiento a la que era su amiga. Sin embargo, el destino, le tenía reservado un gran escarmiento a la gran rapaz.
Al ir a robarle un pedazo de carne, que estaba en las brasas a unos pastores, se llevó sin darse cuenta un ascua, con la que prendió de forma involuntaria su nido. Al calor del fuego, los pequeños aguiluchos, cayeron al suelo, pudiendo cobrarse su venganza la zorra.

Moraleja: Nunca se debe traicionar a un amigo, ya que si lo haces, no tardarás mucho en tener una respuesta a tu mal acto.

La zorra que lleno su barriga

Había una vez una zorra que vivía en un claro del bosque, en el que cada día era más complicado encontrar algo con lo que pudiera alimentarse. Quiso la suerte que un día, encontrara en el interior de un tronco caído, la merienda de unos confiados pastores, que allí la habían escondido para evitar que alguien se la robase. Cuando la zorra entró en el tronco yvio semejante festín, se puso a comer con tanta rapidez, que cuando quiso darse cuenta, había terminado con todo.
Satisfecha como estaba y con una barriga enorme, intentó salir de su escondite e irse a dormir a un lugar más apartado. Pero, por culpa de su abultado estómago, no podía salir de allí por más que lo intentara. Impotente ante esta situación, comenzó a lanzar gritos de auxilio, con la esperanza de que alguien pudiera rescatarla de tan penosa situación.
Cuando el desánimo estaba empezando a hacer mella en ella, vio acercarse a lo lejos a otra zorra, que atraída por sus gritos, se acercó a conocer el porqué de su desgracia. Cuando su compañera le contó lo sucedido, le dijo:
-Yo no me preocuparía por ello, ni gastaría tiempo en lamentarme. Lo único que necesitas es esperar a que tu barriga vuelva estar como antes y seguro que puedes salir sin problema.

Moraleja: si tienes paciencia, podrás solucionar todo lo que te propongas.

Los malos vecinos

Había una vez un hombre, que salió de casa con tanta prisa, que no se dio cuenta de que se le había caído un documento súper importante en la puerta de uno de sus vecinos. Al ver esta acción, su vecino pensó:
-Vaya hombre más cochino, podría usar las papeleras como todo el mundo.
En lugar de esperar a que volviera para aclarar la situación, decidió vengarse esa misma noche, llenándole la puerta de su casa con todo tipo de papeles. Dio la casualidad que al ir a tirar los papeles al lugar que correspondían, encontró despedazado el preciado documento. Al verlo en ese estado, se tomó la justicia por su mano, enviándole una enorme cantidad de animales de granja, para que le dieran una lección con sus malos olores.
Y así comenzó un ir y venir de tretas y jugarretas, que terminó con la destrucción de las casas de ambos vecinos y con ellos en el hospital, donde terminaron por confesarse el verdadero motivo de tales acciones. Comprendiendo lo tontos que habían sido y lo fácil que hubiera podido solucionarse la situación, acabaron por hacerse buenos amigos y prometiéndose ayudarse a reconstruir, lo que había sido destruido por su enorme estupidez.

La zorra y el leñador

Hace mucho tiempo, una pobre zorra huía despavorida de un grupo de cazadores, que pretendían darle caza. En su frenética carrera, se encontró con uno de los leñadores que había por la zona, al que le pidió que la escondiera en su cabaña mientras pasaba el peligro.
Cuando los cazadores llegaron hasta el lugar en el que se encontraba el leñador, le preguntaron si conocía la dirección que había tomado el animal. Este, les contesto que no sabía por dónde había podido irse, a la vez que con una de sus manos les hacía sutiles gestos, con los que les indicaba que su deseada presa, se encontraba en la cabaña.
Afortunadamente para la zorra, los cazadores no se dieron cuenta de lo que les quería indicar el pérfido leñador y continuaron su camino, olvidándose de ella.
Al ver como sus perseguidores se marchaban del lugar, la zorra se deslizó fuera de la caballa, para marcharse a su casa. Cuando ya llevaba un trecho andado, el malvado leñador le gritó desde la cabaña, que le había salvado de una muerte segura y no se lo había agradecido.
Dándose la vuelta la zorra, le dijo:
Te estaría agradecida, si no hubieras dicho una cosa con la boca y otra con tus manos.

Moraleja: no se debe negar con nuestros actos, lo que expresamos con las palabras.
 

Las hormigas

En un lugar muy lejano, los gemelos David y Andrés, junto a toda su familia, celebraban las maravillosas notas con las que había concluido sus estudios uno de sus primos mayores. Terminado el festejo, los mayores y los niños, se  fueron distribuyendo por los diferentes lugares de la casa.
Mientras los adultos charlaban animadamente, los niños correteaban felices por el jardín, jugando a sus juegos favoritos. De repente, uno de los pequeños, se paró a observar a una enorme fila de hormigas, que transportaban sobre su diminuto cuerpecito, pequeñas cantidades de comida.
Al ver la rapidez de sus movimientos, agarró una para verla mejor y sin mediar palabra, intento pisotearla. Afortunadamente para la hormiga, la madre de David y Andrés, se dio cuenta de sus intenciones y  le detuvo antes de que pudiera pisarla.
Ante su cara de desconcierto le dijo:
-¿Es qué no ves que las hormigas están trabajando para reunir comida para pasar el invierno? Deja de molestarlas, pues no van a hacerte daño, y aprender de ellas, puesto que son uno de los animales más trabajadores y fuertes que existen en la naturaleza.
Arrepentido por la mala acción que iba a cometer, prometió junto a los demás niños protegerlas y proporcionarles el alimento que tanto necesitaban.

El labrador y las grullas

Hace muchos años, unas majestuosas grullas dedicaban todos sus esfuerzos a remover la tierra, que había recibido hace poco tiempo, los tiernos granos de trigo. Unos granos, que amenazaban con desaparecer totalmente, si el labrador que tan afanosamente los  había plantado, no ponía remedio.
Tras barajar muchas soluciones, comenzó a usar una honda vacía, para intentar  espantar a esas dañinas grullas, que parecían estar dispuestas a terminar con todas sus semillas. Una solución, con la que consiguió espantarlas por un largo período de tiempo. Desgraciadamente para él, los astutos los pájaros se dieron cuenta del engaño y volvieron a sus tierras, para continuar comiéndose el trigo.
Desesperado ante la pérdida de gran parte de su cosecha, el labrador tomó la drástica decisión de cargar su honda con grandes piedras, para golpear a los malvados pájaros y darles un buen escarmiento. Viendo las grullas, el tamaño de los proyectiles y temiendo que alguno de ellos pudiera destruir su hermoso plumaje, alzaron el vuelo y nunca más volvieron a pasar por las tierras del labrador.

Moraleja: si es imposible que nuestras palabras den a entender lo que queremos transmitir a los demás, es necesario que realicemos alguna acción que las haga entender.

La verdadera justicia

Había una vez un califa en la ciudad de Bagdad, cuyo único objetivo en esta vida, era ser un rey honrado. Para conocer si estaba logrando alcanzar su objetivo, les preguntó a todos los que se encontraban bajo sus órdenes, si era justo con ellos. Todos le contestaron afirmativamente, algo que le preocupó enormemente, ya que pensó que no le decían la verdad.
Para asegurarse de que sus súbditos no lo estaban engañando, inició un largo viaje  por las ciudades de alrededor, en las que con un disfraz, preguntaba a la gente su opinión sobre el califa de Bagdad. Al igual que sucedió en su ciudad, nadie dijo nada malo de él.
Quiso el destino que al califa de Ranchipur, le asaltaran las mismas dudas que a su colega, comenzando también un viaje lejos de su amado reino para recabar otras opiniones
Un buen día, cuando ambos califas se encontraban de regreso a sus reinos, se encontraron en un angosto sendero, por el que solo podía pasar un carruaje a la vez. Nadie parecía estar dispuesto a ceder su lugar y aunque intentaron buscar algo que pudiera aclarar esta situación, fue imposible encontrarlo, hasta que el visir del califa de Bagdad a su colega:
-¿Cómo reparte justicia tu señor?
-Con los buenos es benévolo, honrado con los que son iguales a él y severo con los que comenten malos actos
-El mío es amable con los duros de corazón, generoso con los malos, magnánimo con los injustos y afable con los honrados.
Al escuchar estas palabras, el califa de Rachipur, apartó su carruaje y esperó a que se marchara el más justo de los hombres.

Los espejos de Marta

Dos días después de la ruptura definitiva con su novio, tras un prolongadísimo romance platónico, de más de doce años, Marta se miró en el espejo y sólo vio su propia belleza rodeada de un entorno difuso, casi inexistente. El dolor no se reflejaba. Sus cabellos lacios, oscuros, caían con elegancia, salvo dos mechones que cubrían parcialmente uno de sus ojos, claros, bien contorneados pero sin brillo, sólo con tristeza lastimada.
Giró su cabeza en busca de algo, sin saber qué, pues había imaginado que una sombra fría se acercaba para abrazarla. No había nadie, nada se movía, sólo silencio y la luz encendida del baño. El calor aumentaba y una ligera sudoración apareció sobre su rostro tan suave, tan rosado y ella se refrescó con el agua que fluía sin cesar. Repitió la mira-da y se renovó la visión de un medio cuerpo.  Se notó hermosa, bien proporcionada, con buen porte, pechos armoniosos, cuello distinguido, boca equilibrada y sabrosa, cabellos que ocultaban las orejas con gracia femenina. Pudo contemplar los contornos que afirmaban su presencia atractiva. Quiso sonreír y no pudo. Quiso ver más allá y tampoco lo logró ya que un desasosiego, con movimientos inseguros, caminaba muy cerca del corazón memorioso y la futura sonrisa se transformó en una única lágrima.
Cerró la puerta y apagó la luz antes de caer, sin fuerzas, sobre la cama en donde, unos minutos antes, había llorado.
Hacía veintisiete años que respiraba, que vivía y ya dos días que le costaba ser. La confusión, tras el adiós de su amor, no la abandonaba. Había anidado en su cuerpo, en su mente. Todo se negaba a existir, nada le interesaba. Sólo quería descubrir las extrañas sensaciones invasoras, inexistentes cuando compartía su vida con él.
Sola, alejada de su familia, por una vieja imposición de su pareja, a unas semanas de la ruptura, muy descompuesta y desolada fue a una consulta médica y con pastillas en los bolsillos regresó a la cama, regresó al espejo. La hermosura externa permanecía intacta, también su figura seductora y juvenil. Se sabía propietaria de una lindeza indeleble y con una suave mueca de sus labios perfectos, Marta murmuró entre dientes: “Sólo hermosa por fuera”.
Internada en el principal hospital de la ciudad, los profesionales estudiaban con ahínco y sorpresa tal enfermedad ausente de manifestaciones en la piel de ese cuerpo tan apuesto. Análisis y estudios se repetían, diagnósticos, remedios y tratamientos cambiaban y se alternaban. La preciosidad visible se mantenía y el deterioro interno se agravaba mientras Marta pedía a las enfermeras un espejo. No se conformaba con lo que ese trozo de vidrio le devolvía, ella necesitaba conocer en detalle su dolor, sus desequilibrios. Ese espejo no bastaba, no servía y pedía otro.
Un día, ya casi agonizante, pero bonita como siempre, balbuceó sin energía: “Hernán”. Un médico le preguntó quien era y con esfuerzo, bien cerca de aquellos, labios llenos de vida y de alegría, escuchó: “mi amor”.
Lo buscaron: estaba de viaje, regresaría en unos pocos días más. Esperaron y pro-metieron a la bella mujer, que alguien, pronto, la visitaría. Ella, incrédula, se miraba en espejos, buscaba sus angustias, sus tormentos..
Llegó él. Se miraron. Él la abrazó y ella, sin fuerzas, apenas sonrió al ver que en uno de los espejos se reflejaba su corazón vacío. También notó que su delicado rostro, se afeaba, que sus cabellos se ensortijaban y que en sus ojos amanecía la muerte.

La zorra y el chivo en el pozo

Había una vez una zorra, que por descuido, dio con sus pobres huesos en el fondo de un profundo pozo, del que por más que lo intentaba, le era imposible salir.

Afortunadamente para ella, al poco rato, apareció un joven e inocente chivo, con la intención de saciar su sed. Cuando vio a la zorra en el fondo del pozo, quiso conocer cual era la calidad del agua que iba a beber. La zorra le dijo, que era el mejor agua que había probado nunca y que para que pudiera comprobarlo mejor, era necesario que bajará hasta el fondo.

Haciendo caso a las palabras de la zorra, bajó hasta donde ella se encontraba y tras beber el agua que necesitaba, se dio cuenta que era imposible salir de allí por sí mismo.

No te preocupes-dijo la zorra- conozco una manera de salir de este pozo. Para conseguirlo, debes dejarme que yo trepe por tu cuerpo y cuando esté arriba, yo te ayudaré a salir de aquí.

Creyendo en las palabras de la zorra, el chivo se prestó a ello. Desgraciadamente para él, cuando la zorra se vio libre de su desgracia, comenzó a alejarse del lugar.

Dándose cuenta el chivo de que no pensaba ayudarle, dijo:

– Zorra mentirosa, ¿por qué te alejas sin darme la ayuda que habías prometido?

– Oye chivo, si fueras tan listo como cabellos tiene tu barba, no te hubieras lanzado al pozo sin conocer de antemano si ibas a poder salir.

Moraleja: antes de prometer alguna cosa, piensa en si vas a poder hacerlo por ti mismo, sin tener en cuenta la opinión de los demás.
 

La cigarra y la hormiga

Había una vez, una alegre y despreocupada cigarra, a la que le encantaba pasar el verano cantando, sin pensar en nada más. En el lado contrario, se encontraba su vecina, una trabajadora hormiga, que tan solo vivía para trabajar y recolectar comida.

Cansada de ver a la hormiga trabajar, la cigarra le dijo:

-Querida hormiguita ¿Por qué trabajas sin descansar un momento? Siéntate conmigo un rato y disfruta del verano.

-Cigarra imprudente, más te valdría dejar tu pereza a un lado y empezar a acumular comida para el largo invierno que se avecina.

Una advertencia,  que la cigarra se tomó a broma y a la que no hizo el menor caso.

Cuando el invierno, hizo acto de presencia, la cigarra se encontró con que nada había previsto para calentarse, ni alimentarse durante esta gélida estación. Muerta de hambre y de frío, recordó a aquella pequeña hormiguita, que siempre pasaba por su casa, cargada de comida, a la que decidió pedir ayuda, para aliviar su penosa situación.

-Pequeña hormiguita, tu que tanta comida tienes guardada desde el verano ¿podrías darme algo para que mi estómago deje de rugir?

-Me gustaría ayudarte cigarra, pero ¿no te reías de mí, mientras trabajaba en el verano? ¿Qué te impedía imitarme?

– Cantar y disfrutar del verano.

-Pues en lugar de hacer tanto el vago, mejor te hubiera valido dedicar un poco de tu tiempo a guardar para el invierno.

Tras decir estas palabras, cerró la puerta de un portazo, dejando a la cigarra, lamentándose por su mala conducta.

La estrella diminuta

Había una vez  en una galaxia muy lejana, una pequeña y simpática estrellita, a la que encantaba descubrir el mundo que la rodeaba. Un buen día, a pesar de las advertencias de sus padres, decidió salir a explorar por su cuenta, ese precioso planeta de color azul que veía desde su morada. Tan emocionada estaba por su visión, que no tomó ninguna referencia para volver a casa.

Resignada a su suerte, decidió inspeccionar detenidamente el planeta e intentar disfrutar todo lo posible de su aventura. Allí, dado su gran brillo, todos la tomaron por una extraña luciérnaga, a la que deseaban atrapar. Volando todo lo rápido que pudo, se encontró con una gran sábana,  tras la que se ocultó. Al ver que la sábana se movía sola, la gente creyó que se trataba de un fantasma, huyendo del lugar. Tan divertida escena, sirvió a la estrella para olvidarse que estaba perdida y divertirse de lo lindo.

Una diversión, que se terminó, cuando fue a visitar al dragón de la montaña e intento asustarle con su disfraz. Lo que no sabía, es que el dragón no le tenía miedo a nada y que su osadía, la iba a llevar a las llamas que salían de la boca del animal.

Pasado este mal trago, dio con la solución para conseguir encontrar el camino de vuelta: cuando llego la noche, se subió en una gran piedra y comenzó a lanzar señales luminosas al cielo. Tras un rato intentándolo, sus padres descubrieron su familiar brillo y la ayudaron a volver a casa.

El labrador y sus hijos.

Tras muchos años de duro trabajo, un  viejo labrador, comenzó a notar que sus fuerzas iban mermando cada vez más. Como no quería que sus tierras fueran abandonadas tras su muerte, trazó un plan, para que sus hijos aprendieran a cuidarlas, sin darse cuenta.

Cuando  tuvo todo apunto, les llamó hasta su presencia y les anunció:

-Queridos hijos míos, siento que mi fin se está acercando; id a la viña que con tanto amor llevo cultivando todos estos años y buscad aquello que escondí para cuando llegara este día.

Pensando que se trataba de un enorme tesoro, corrieron  raudos y veloces al lugar que su padre les había indicado. Allí, cavaron y cavaron durante horas, hasta que no quedaba ni un solo centímetro de tierra sin remover.

A pesar de su empeño y del esfuerzo realizado, no encontraron nada que mereciera la pena vender. Apesadumbrados por el engaño de su padre, se marcharon a su casa, sin sospechar el verdadero propósito de su progenitor.

Meses después, cuando uno de los hermano pasaba por allí, descubrió que todo su trabajo no había sido en balde, ya que la viña estaba llena de apetitosos frutos, con los que pudieron enriquecerse.

Moraleja: El mejor de los tesoros, es el que se consigue con nuestro propio esfuerzo.

lunes, 16 de marzo de 2015

El burrito descontento


Había una vez, en un frío día de invierno, un Burrito al que tanto la estación, como la comida que su dueño le daba, desagradaban profundamente. Cansado de comer insípida y seca paja, anhelaba con todas sus fuerzas, la llegada de la primavera para poder comer la hierba fresca que crecía en el prado.

Entre suspiros y deseos, llegó la tan esperada primavera para el Burrito, en la que poco pudo disfrutar de la hierba, ya que su dueño comenzó a segarla y recolectarla para alimentar a sus animales. ¿Quién cargo con ella? El risueño burro, al que tanto trabajo hizo comenzar a odiar la primavera y esperar con ansia al verano.

Pero, el verano tampoco mejoró su suerte, ya que le tocó cargar con las mieses y los frutos de la cosecha hasta casa, sudando terriblemente y abrasando su piel con el sol. Algo que le hizo volver a contar los días para la llegada del otoño, que esperaba que fuera más relajado.

Llegó al fin el otoño y con él, mucho más trabajo para el Burrito, ya que en esta época del año, toca recolectar la uva y otros muchos frutos del huerto, que tuvo que cargar sin descanso hasta su hogar.

Cuando por fin llegó el invierno, descubrió que era la mejor estación del año, puesto que no debía trabajar y podía comer y dormir tanto como quisieran, sin que nadie le molestara. Así fue, como recordando lo tonto que había sido, se dio cuenta de que para ser feliz, tan solo es necesario conformarse con lo que uno tiene.

El embustero


Había una vez, un hombre muy enfermo y sin recursos, que desesperado se comprometió a sacrificar la cantidad de cien bueyes a los dioses, si estos le ayudaban a curarse completamente.

Los dioses, a los que siempre les gusta probar a los mortales, decidieron ayudarle y comprobar si era cierto lo que el hombre decía.

Recuperado por completo de sus dolencias y al no tener los animales, ni el suficiente dinero para darles la ofrenda prometida a sus benefactores, fabricó cien bueyes de sebo y los llevó al templo para que fueran sacrificados.

-Oh Dioses, aquí tenéis lo que os había prometido.

Al verse engañados, trazaron un plan para darle una buena lección a este hombre tan embustero. Mientras dormía, se introdujeron en uno de sus sueños, mostrándole una gran bolsa con mil monedad de plata en una playa cercana.

Extasiado ante esa enorme fortuna, se despertó inmediatamente, dirigiéndose todo lo rápido que pudo hasta la playa. Allí, no solo no encontró ninguna bolsa, sino que además fue capturado por unos piratas, que lo vendieron como esclavo en la ciudad más cercana, obteniendo por su venta mil monedas de plata.

Moraleja: aquel que engaña a la personas, siempre acaba siendo engañado.

El ratón y el toro


Tras comer una copiosa cantidad de hierba, el Toro sintió que sus parpados le pesaban enormemente y se echó a dormir. Cuando estaba en lo mejor de su sueño, un impertinente ratón, le mordió en una de sus patas con mucha saña.
Muy enfadado por ese ataque sin razón, se levantó rápidamente para perseguir a tan insolente animal. A pesar de que corrió con todas sus fuerzas detrás de su pequeño agresor, no consiguió llegar a tiempo para atraparle. Frustrado ante tal situación, intentó en vano alcanzar al ratoncillo, cavando alrededor de la madriguera.
Tras un rato cavando sin obtener resultados, se quedó nuevamente dormido. Al no escuchar ningún ruido, el ratón salió sigilosamente de su escondrijo y tras buscar el sitio más adecuado, volvió a pegarle otro mordisco al toro.
Sorprendido ante esta situación, se quedó mirando fijamente el agujero y escuchó:
-Crees que por ser tan grande, tienes derecho a hacer lo que te plazca, pero ya es hora de que comiences a respetar un poco más, a los que son más pequeños y menos fuertes que tú.

Moraleja: Nunca subestimes el valor de las pequeñas cosas.

El Divorcio de mis Padres


Mi nombre es Adrián, tengo 10 años y mis padres acaban de divorciarse. Mi familia siempre había sido unida, nunca faltaban las cenas familiares ni los besos de buenas noches. Cuando mis padres nos dijeron a mi y a mis dos hermanas que se divorciarían no lo podíamos creer, mi corazón estaba destrozado y no pude evitar culparlos y sentir mucho enfado por no haber pensado en nosotros, sus hijos, al tomar esa decisión. A mi punto de vista mis padres eran egoístas.

Mis notas bajaron mucho en el colegio por la tristeza que me provocaba la separación, cuando mis amigos tocaban el tema me enfadaba mucho con ellos y con todos los que estuvieran a mi alrededor. Estaba tan deprimido que varias veces pensé en escaparme de casa y de la realidad. Seguramente mis padres nunca se detuvieron a pensar en todos los daños que nos traería su separación.

Mi maestra de ética, quien era divorciada, me contó sobre su separación, la experiencia con sus hijos y el daño que le había hecho priorizar la unión familiar a su bienestar individual. Definitivamente hizo que abriera los ojos y me atreviera a pensar lateralmente… Todo este tiempo el egoísta había sido yo.  Estaba pensando solamente en mi y en las implicaciones que la separación de mis padres me traían. Nunca me puse a pensar y reflexionar sobre el hecho de que los gritos y peleas entre ellos aumentaba día con día, que por querer  que sus hijos fuéramos felices se estaban obligando a vivir juntos, lo que provocaba que su relación empeorara.

Esa misma tarde, platiqué con mis hermanas, quienes también estaban tristes por la separación. Logré que entendieran que estar con alguien por darle gusto a los demás no es bueno y que debíamos pensar en que el divorcio les afectaba más a ellos que a nosotros. Tomamos la decisión de hablar con nuestros padres, por separado claro, y les hicimos ver que los comprendíamos y apoyábamos firmemente en sus decisiones.

Ahora todo es mejor, no tenemos que escuchar los constantes gritos que anteriormente escuchábamos, no se siente la tensión en la casa y además vemos a nuestros padres equitativamente. Las cosas no han cambiado, aún seguimos pasándola muy bien cuando salimos con mi padre, aún recibimos los besos de buenas noches de mi madre y lo más importante es que aprendí que mis padres seguirán siendo mis padres aunque estén separados.

Convertido en Pez


Lucas era un niño al que le encantaba jugar con el agua, mejor dicho: Le encantaba desperdiciarla. Todos los días llenaba globos con agua y los aventaba desde su ventana, dejaba los grifos de la llave corriendo, tardaba mucho tiempo duchándose solo para disfrutar de toda el agua que quisiera.
El hada Aqua se percató de este hecho, y decidió convertir a Lucas en un pez mientras dormía y lo dejo en el lago junto a su casa. Cuando Lucas despertó lo invadió un miedo enorme: ¡estaba rodeado de agua! No podía creer lo que sus ojos veían, justo frente a el se encontraba un banco de peces, quienes discutían sobre el nivel de agua en el lago. Lucas fue hacia ellos nadando con esfuerzo y les conto quien era. Los peces lo miraron con profundo enojo, ya que sabían que era el niño que estaba provocando que su lago se quedara poco a poco sin agua. Llevaron a Lucas hasta un lugar en el que solo quedaban unos centímetros de agua e hicieron que se diera cuenta que ese lugar ya no era habitable para ningún pez.
Lucas rogó al hada que lo convirtiera en humano de nuevo con la condición de que haría todo lo posible para cuidar el agua. Aqua le creyó y lo convirtió en humano, desde ese día Lucas cambió la forma de ver las cosas. Cuidaba el agua lo más que podía e incluso formo un grupo con sus amigos para proteger la laguna y crear conciencia sobre el cuidado del agua.

La nueva vida de Scarlette


Mi nombre es Scarlette, tengo 30 años y vivo junto a mi esposo y 2 hijos, mi vida ahora está llena de dicha y felicidad, pero no siempre fue así: Cuando tenia solo 15 años mi vida cambió para siempre. Te relatare los sucesos de mi vida, con la esperanza de que reflexiones un poco sobre la tuya.

Recién acababa de cumplir los 15 años, era hija única por lo que mis padres me trataban como a una reina y me daban todo lo que les pedía. Todos los días iba a divertirme con mis amigas y gastaba muchísimo dinero en las cosas más superficiales e inútiles que te puedas imaginar. Esto continuó durante mucho tiempo hasta que lo peor sucedió: Mis padres fallecieron en un trágico accidente, me quedé sola por completo, sin ningún familiar que pudiera encargarse de mi.

Mis padres no habían anticipado lo que les pasaría ¿Quién podría?, por lo que mi casa y todos los objetos en su interior me fueron despojados y me quedé literalmente en la calle. Tras muchas lagrimas comprendí que no solucionaría nada y me mudé a un barrio muy pobre en el que nunca había estado, pero era lo más que me podía permitir con el poco dinero que tenia.

Tras mucho tiempo de sufrimiento y deudas vi la luz al final del túnel: Conocí a una pequeña familia, muy humilde pero a mayor proporción bondadosa. Ellos me ayudaron en lo que podían, su ayuda cuando lo necesitaba e incluso comían en menor proporción para que yo pudiera satisfacer mi necesidad.

Para no alargar mucho la historia, te cuento que el hijo mayor de la familia tenia un  alma bella y bondadosa que terminó enamorándome, nos casamos algunos años después. Lo que quiero que reflexiones es lo siguiente: La mayoría de las veces, la gente que menos recursos tiene, son las que más bien hacen. Le dan más valor a las cosas más importantes, como el amor, la ayuda y la compasión. Creo que en algunas ocasiones te serviría ver la vida de la forma en que ellos la miran.

El gato amarillo


Carlos abrió los ojos y la oscuridad lo inundó. No entendía cómo había llegado hasta ahí, lo único que sabía era que estaba solo, lejos de su casa y que el sol se había puesto hacía muchísimas horas. La oscuridad era tan espesa que apenas podía moverse. Esperó durante quién sabe, horas quizás, hasta que vio una luz que se iba haciendo más y más intensa.

Intentó gritar pero era inútil: las palabras quedaban atrapadas en su boca, en su lengua, en sus tímpanos… La luz, que era un enorme coche de colores llamativos y cristales polarizados, pasó justo por donde él estaba. Cerró los ojos, porque supo lo que sucedería. Cuando volvió a abrirlos, las luces rojas se alejaban y él seguía allí, de pie en una carretera fría y oscura.

Todavía aturdido comenzó a caminar hacia alguna parte. El miedo se había adherido a sus huesos y volvía más oscura la noche. Se tendió al costado del camino, donde ya no había asfalto; y entonces, el frío cesó y él se quedó dormido.

Al abrir los ojos, Carlos supo dónde estaba. El sol siempre nos recuerda de dónde venimos y hacia dónde no deseamos ir. Se puso de pie y caminó hacia su casa. No pudo entrar. Por mucho que se aferró y tiró del picaporte, la puerta no cedió. Y cuando su madre salió, vestida de negro y con los ojos llenos de lágrimas, tampoco lo vio; aunque Carlos tironéo de su ropa sin poder romperla e intentó abrazarla. Era como si no le importara que él estaba ahí, necesitándola.

Deambuló durante horas por la ciudad, perdido y absolutamente triste. Una vez confirmada su muerte, ya no había nada que pudiera hacer, creía. Se tendió bajó un árbol: no podía sentir nada, sólo el silbido del viento y las tonalidades del sol rozando el perfil de las hojas. Se quedó boca arriba, disfrutando de ese prisma maravilloso.

Entonces, un gatito amarillento y raquítico se le acercó. Tenía el aspecto de esos viajeros que pasan varias semanas sin comer y que aguantan, porque saben que aún quedan paisajes para ellos. Carlos lo tomó entre sus manos y comprobó, por primera vez después de ese largo día, que el pequeño animalito sí podía verlo y sentir sus caricias. Esta certeza iluminó su rostro y toda su vida.

Cuando la mamá de Carlos regresó esa tarde del entierro y se encontró en el umbral de su casa con un gatito diminuto temblando de frío, no lo dudó. Sacó un brillo de sus ojos, ya casi marchitos, tomó a la criatura entre sus brazos y entró con ella en la casa. A veces la muerte nos apalea, pero la vida siempre se resiste; hay algo que nos dice que se puede vivir más allá de la oscuridad.

El abandono


La esperanza es lo último que se pierde, nos enseñan cuando somos chicos. Pero al poco tiempo somos conscientes del engaño y nos asimos a la vida aparcando el optimismo irrisorio. Lo que les ocurre a los perros es otra historia. Sólo ellos saben realmente lo que es la esperanza y pueden vivir, pese a ella.

Se estaba yendo con su andar apresurado; se sentaba en el asiento delantero de la camioneta y arrancaba el motor antes de que la puerta se cerrara, como movido por un cercano peligro. Intentó avisarle: ladró durante un buen rato. La cuerda que sujetaba su cuello le impedía seguirle y sus tirones sólo conseguían enrojecer su cuello para convencerla de que no podría soltarse. Se habrá olvidado de mí, pensó. Esperó. Las horas eran como copos de nieve que iban cayendo y amontonando silencio y frío a su alrededor. Niebla miraba el cielo y esperaba; estaba convencida de que Jorge volvería a buscarla. En cuanto llegara a la casa y se acostara en la cama, descubriría que ella faltaba y desandaría el camino para buscarla. Siguió esperando. Pero no volvió.

Una tarde, Niebla vio a un hombre que caminaba hacia ella. Podía ser Jorge, aunque era mucho más alto. Se irguió expectante, pero enseguida volvió a tumbarse decepcionada. El joven se le acercó, liberó su cuello e intentó acariciarla. Primero ella se resistió, como un niño rechazando un dulce que sabe que no es para él. Pero no pudo hacer lo mismo con el agua y la comida que él le ofreció amorosamente. Llevaba ¡quién sabe!, semanas sin probar bocado. Comió apresuradamente; él se quedó a su lado, observándola en silencio mientras canturreaba algo que ella no había escuchado antes.

Cuando terminó de comer, el chico intentó cogerla, pero ella se escurrió entre las plantas. Intentó acercarse de nuevo. Dudó, ¿cómo se iba a ir? ¿qué haría su Jorge sin ella? Se quedó agazapada, lejana, rogando que se fuera, que no deseaba hacerle daño. Se fue, pero volvió uno y otro día. Cada vez que regresaba le traía comida, ella sentía la tentación de irse con él y entonces pensaba en Jorge. Hasta que ya no pudo más: dormir a la intemperie, pasarse las tardes, las mañanas y las noches sola y ver solita las estrellas no era para ella.

Una vida llena de caricias, buena comida y atenciones le esperaba en la casa del muchacho: en compañía de dos gatos y un conejo al que le faltaba una pata. Todos ellos habían sido rescatados de vidas terribles, según pudo enterarse Niebla más tarde. La recibieron como a una más de la familia, sin hacer demasiadas preguntas y pidiéndole muy poco a cambio. Y allí se quedó.

Llevaba ya unos cuántos años viviendo con aquella pandilla. Les había tomado cariño e incluso le gustaba esa vida. Sin embargo, cuando el ruido del motor de una camioneta irrumpía la siesta y se pegaba a las paredes, Niebla se levantaba y olfateaba el ambiente. Después, con la decepción cubriendo sus ojos, volvía a tumbarse nuevamente junto a los gatos: en esa vida que todavía sentía como provisoria, en ese hogar en el que se sentía de paso.