Todo lo relacionado con nosotros, tanto en lo que respecta al interior como al exterior, nuestras relaciones, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, es impermanente, está en un constante estado de flujo. Al ser consciente de ello, la mente anhela permanencia, anhela un perpetuo estado de paz, de amor, de divinidad, una seguridad que ni el tiempo ni los sucesos puedan destruir; por lo tanto, crea el alma, el Atman y las visiones de un paraíso permanente. Pero esta permanencia nace de la impermanencia, y de ese modo contiene dentro de sí las semillas de lo impermanente. Sólo hay un hecho: la impermanencia.
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