miércoles, 27 de mayo de 2015

LOS DOS MIOPES


 
Había una vez dos miopes y ninguno de los dos quería admitir su desgracia; por el contrario, cada cual quería probar al otro que tenía muy buena vista.
         Un día se enteraron de que una familia de la vecindad llevaría un exvoto al templo. Cada uno por su lado averiguó en secreto la inscripción que grabarían. El día en que el panel iba a ser colocado, llegaron juntos al templo. Levantando los ojos, uno de ellos exclamó:
         - ¡Qué bello panel!, «gloriosa es tu fama», reza la inscripción de cuatro grandes jeroglíficos.
         - Eso no es todo – agregó el otro –, hay otra corrida de pequeños jeroglíficos que usted no ha visto. En ellos están el nombre del calígrafo y la fecha de la obra.
         Al oírlos, una de las personas allí presentes preguntó:
         - ¿De qué hablan ustedes?
         - Estamos discutiendo a propósito de la inscripción que acabamos de leer en el panel del exvoto – contestaron los dos.
         Todos rompieron a reír.
         - ¡Ustedes están ante un muro desnudo, el panel no ha sido colocado aún! – les dijeron.

UN CARÁCTER DEMASIADO DÉBIL

 
Había una vez un viejo campesino que vivía del producto de algunos mu de tierra que él mismo cultivaba. Era un hombre débil de carácter, pero tomaba su debilidad con espíritu apacible.
         Un día fueron a decirle:
         - Su vecino ha metido su vaca en el campo de usted y el animal ha pisoteado toda su plantación de arroz.
         - No lo habrá hecho a propósito – contestó el viejo campesino –. No tengo nada que reprocharle.
         Al día siguiente, vinieron a decirle:
         - Su vecino está cosechando el arroz del campo de usted.
         - Mi vecino no tiene gran cosa que comer – explicó el viejo campesino –; mi arroz madura antes que el suyo, y que coseche un poco para alimentar a su familia, no tiene ninguna importancia.
         Esta humildad que siempre empujaba al viejo a hacer concesiones, volvió al vecino cada día más audaz; se apropió de una parte del campo del viejo, y para hacer un mango a su azadón, cortó una rama del árbol que sombreaba la tumba de los antepasados del anciano.
         Perdiendo la paciencia, el viejo campesino fue a pedirle explicaciones:
         - ¿Por qué se ha apoderado usted de una parte de mi campo?
         - Nuestros campos están juntos – contestó el bribón –, los dos pertenecen al mismo terreno sin cultivar que desbrozamos; la línea de demarcación nunca ha sido bien definida. ¿Usted me reprocha que usurpo su tierra? ¡Pero si es más bien usted quien se apodera de la mía!
         - De todas maneras, ¿por qué ha costado usted las ramas del árbol que sombreaba la tumba de mis antepasados?
         - ¿Y por qué no enterró más lejos a sus antepasados? – contestó el otro –; ese árbol tiene raíces que se extienden por debajo de mis tierras y ramas que pasan por encima de mi campo. Si yo quiero cortarlas, ¡eso es cuenta mía!
         Ante tanta mala fe, el campesino empezó a temblar de cólera, pero su debilidad de carácter se impuso y, saludando a su vecino, le dijo:
         - ¡Esto que sucede es culpa mía, enteramente culpa mía! ¡No debí escogerlo a usted como vecino!

DOS BONZOS Y UNA PEREGRINACIÓN

 
En la montaña Emei, había muchos monasterios. Los bonzos de los grandes monasterios eran muy ricos y los de los pequeños monasterios, muy pobres.
         Un día, un bonzo de un pequeño monasterio fue de visita a un gran monasterio con el fin de despedirse, pues partía en peregrinación a Putuo, una isla del mar del Este. Putuo queda a unos tres mil li de la montaña Emei; es necesario escalar altas montañas y atravesar muchos ríos para llegar allí. Ese complicado viaje dura meses y a veces hasta años.
         Cuando el bonzo pobre puso al corriente de su proyecto al bonzo rico, éste quedó asombrado:
         - ¿Pero qué lleva usted para su viaje?
         - Un jarro y una escudilla proveerán a todas mis necesidades. Recogeré el agua con mi jarro y cuando sienta hambre pediré alimentos de limosna con mi escudilla.
         - Yo también deseo realizar esa peregrinación; hace varios años que estoy preparándome – dijo el bonzo rico – pero nunca he podido ponerme en camino, pues siempre me falta algo. Temo que usted tome las cosas un poco a la ligera. ¡Este viaje no es tan fácil como usted lo cree!
         Un año más tarde, al regresar de su viaje, el bonzo pobre fue a saludar al bonzo rico de Emei y le contó cómo había sido su peregrinación a Putuo.
         A pesar de su desconcierto, el bonzo rico confesó:
         - En cuanto a mí, aún no he terminado mis preparativos para el viaje.

EL HOMBRE QUE VELABA POR SU ASNO

 
Un hombre viejo, rico y avaro, prestaba dinero a intereses usurarios; no dejaba pasar un día sin que fuera a recaudar sus intereses. Pero estas cotidianas salidas lo cansaban sobremanera. Compró un asno y lo cuidaba tanto que sólo lo montaba cuando se sentía verdaderamente extenuado. En realidad, el hombre, cuando mucho, montaba su asno unas quince veces al año.
         En un día de mucho calor y teniendo que hacer un largo trayecto, el usurero resolvió llevar consigo al asno. En mitad del camino, el viejo, jadeante, decidió montarlo. Después de dos o tres li de camino, el asno que no estaba acostumbrado a cargar un jinete, empezó a jadear a su vez. Su amo, enloquecido, se apresuró a bajarse y le sacó la albarda. El asno pensó que ya no necesitaban sus servicios, dio media vuelta y tomó el camino de regreso. El anciano le gritaba que volviera, pero el asno continuó trotando sin volverse. Dividido entre el temor de perder a su asno y el de perder su albarda, el viejo tomó el camino de regreso cargando la albarda en sus espaldas. Una vez llegado a su casa, sus primeras palabras fueron para preguntar si el asno había regresado.
         - Claro que sí – contestó su hijo.
         El anciano tuvo una gran alegría, pero después de desembarazarse de la albarda empezó a sentir el calor y la fatiga, tuvo que acostarse y estuvo un mes enfermo.

DIFÍCIL DE CONTENTAR

 
Un pobre hombre se encontró con un antiguo amigo en su camino. Este tenía un poder sobrenatural que le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejara de las dificultades de su vida, su amigo tocó con el dedo un ladrillo que de inmediato quedó transformado en oro. Se lo ofreció al pobre, pero éste encontró que eso era muy poco. El amigo tocó un león de piedra que se convirtió en un león de oro macizo y lo agregó al ladrillo de oro. El pobre hombre encontró que el regalo era aún insuficiente.
         - ¿Qué más deseas pues? – le preguntó el hacedor de prodigios.
         - ¡Quisiera tu dedo! – contestó el otro.

LAS RAMAS AHORQUILLADAS


 
Los habitantes de cierta aldea en las montañas tenían la costumbre de ocupar ramas ahorquilladas para fabricar las patas de sus taburetes. Una vez, un campesino quiso arreglar la pata de un taburete y mandó a su hijo a la montaña para que cortara una rama ahorquillada. El hijo cogió su hacha y se fue. Al cabo de la jornada, volvió con las manos vacías. Su padre le reprochó su incapacidad.
         - Es verdad, había muchas ramas ahorquilladas allá – contestó el hijo –, ¡pero todas crecían para arriba!

LA JIBIA

 
La jibia tiene ocho brazos que puede recoger sobre su boca, y al encogerse, ésta puede ser escondida bajo su cuerpo. Para protegerse más contra el peligro suelta un líquido negro como la tinta que sirve para ocultarla.
         Pero los pescadores al ver ponerse negra el agua tiran sus redes… y las jibias son pescadas.

UN MOMENTO DE DESCANSO


 
Un personaje importante fue de visita a un monasterio budista. Después de beber numerosas copas de vino, recitó un fragmento de un poema de la dinastía Tang:
Al pasar por un monasterio perdido
entre los bambúes, me detuve a conversar
con el bonzo;
Lejos de mi vida agitada, gocé
de un momento de descanso.
         El bonzo riendo, lo escuchó declamar.
         - ¿Por qué ríe usted? – preguntó el augusto visitante.
         - Porque su momento de descanso me costó tres días completos de preparativos – contestó el viejo bonzo.

EL TITÍ

 
El tití es un monito trepador, con uñas muy alargadas. Un tigre que sentía picazones en el cráneo le pidió a un tití que le rascara la cabeza. A la larga, el tití hizo un pequeño  hoyo en el cráneo del tigre, pero éste no se dio cuenta, sumido en el bienestar que esta operación le causaba. El tití comenzó a comerse los sesos del tigre y varias veces le ofreció los restos de su comida. El tigre lo declaró su fiel y devoto amigo y cada vez iba encontrando más placer en tenerlo junto a él.
         Cuando ya no quedó nada en la caja craneana del tigre, éste fue presa de violentos dolores de cabeza. Quiso castigar al pérfido, pero el tití ya se había refugiado en la copa de un árbol. El tigre rugió, dio un salto y murió.

EL MARTÍN PESCADOR

 
El martín pescador es un pájaro temeroso. Construye un nido muy alto sobre los árboles con el fin de protegerlo contra los peligros que pueden amenazar a sus pequeñuelos. Cuando éstos nacen su amor por ellos es tan grande que teme que caigan y se hieran, y entonces baja el nido. Cuando los pequeños se cubren de plumas, el amor de los padres va en aumento y el martín pescador coloca aún el nido, tan bajo que los hombres, al encontrarlo al alcance de la mano, pueden apoderarse de los pajaritos a su regalado gusto.

TRANSFORMANDO UNA BARRA DE HIERRO EN AGUJA


 
Varios niños que, en vez de ir a la escuela, jugaban en la calle, vieron a una anciana que frotaba incansablemente una barra de hierro contra una piedra.
         Intrigados, le preguntaron:
         - ¿Qué está haciendo ahí, señora?
         Ella contestó seriamente:
         - Estoy frotando este lingote para adelgazarlo; quiero hacer con él una aguja para coser mi ropa.
         Los muchachos soltaron la risa.
         - ¡Nunca conseguirá hacer una aguja con una barra de hierro de ese grosor!
         - La froto todos los días, y cada día disminuye algo más, por fin terminará siendo una aguja. Pero pequeños flojos como ustedes no pueden comprender esto – dijo la anciana.
         Los niños se miraron entre sí, avergonzados, y corriendo, regresaron a la escuela.
         De esta historia nos viene la antigua sentencia que aún circula en nuestros días:
         «El trabajo perseverante puede convertir una barra de hierro en una aguja para bordar».

EL TABURETE DEMASIADO BAJO


 
En la residencia de cierto tonto había un taburete; éste era demasiado bajo, y cada vez que el hombre quería usarlo, se veía obligado a levantarlo sobre ladrillos. Aburrido de esta complicada maniobra, pensó cómo solucionar el problema, y un buen día tuvo una súbita inspiración, llamó a un criado y le pidió que subiera el taburete al piso primero.
         Al sentarse encontró que el taburete era tan bajo como en el piso inferior.
         - ¡Y así dicen que es más alto en este piso! – dijo –. ¡Pues yo no lo encuentro!

ALGO PARA LA RISA

 
Un ciego estaba sentado en medio de varias personas. De pronto, todos se pusieron a reír y el ciego los imitó.
         - ¿Qué ha visto usted para reír de esa manera? – le preguntó alguien.
         - Puesto que todos ríen, es porque con seguridad se trata de algo risible – contestó el ciego –. ¿No habrán pretendido engañarme, verdad?

CASTIGO SÓLO PARA LOS BUENOS


 
Al borde de un camino que conducía a la aldea había una imagen de madera, colocada en un pequeño templo. Un caminante que se vio detenido por un foso lleno de agua, tomó la estatua del dios, la tendió de lado a lado y atravesó el foso sin mojarse. Un momento después pasó otro hombre por ahí y tuvo piedad del dios; lo levantó y volvió a colocarlo sobre su pedestal. Pero la estatua le reprochó el no haberle ofrendado incienso y en castigo le envió un violento dolor de cabeza.
         El juez de los infiernos y los demonios que estaban en ese templo le preguntaron respetuosamente:
         - Señor, el hombre que lo pisoteó para atravesar el foso no recibió castigo y en cambio al que lo levantó usted le proporcionó un fuerte dolor de cabeza. ¿Por qué?
         - ¡Ah! Que no saben ustedes – contestó la divinidad –, ¡que hay castigo sólo para los buenos!

PARA LOS TIGRES

 
En la época en que Yang Shuxian era magistrado en Jingzhou, los tigres constituían una verdadera calamidad para los habitantes. Un día, Yang hizo pulir la roca y mandó a grabar un largo edicto que podía resumirse en estas palabras más o menos:
         «¡Tigres, aléjense de estos lugares!»
         Más tarde, cuando lo nombraron prefecto en Yulin, Yang Shuxian le escribió al magistrado Zhao Dingji de Jingzhou, para rogarle que hiciera calcar su edicto lapidario contra los tigres. Quería varias copias. «Deseo servirme de ellas para educar a mis administrados – decía – pues los habitantes del Lingnan son muy salvajes todavía.»
         Zhao mandó a obreros para que calcaran el edicto. Al día siguiente fue un anciano a decirle: «Los tigres han matado ya a dos obreros mientras ellos sacaban la copia del texto grabado en la roca.»

EL VINO AGRIO

 
Su Qin nunca había podido conseguir un puesto de funcionario. Un día que se celebraba el cumpleaños de su padre, el hermano mayor llevó un jarro de vino con el cual llenó los vasos de su padre y de su madre.
         - ¡Qué buen vino! – dijeron los viejos.
         Pero cuando le llegó el turno a Su Qin de ofrecerles vino, exclamaron descontentos:
         - ¡Qué agrio está este vino!
         La mujer de Su Qin creyó que su vino se había echado a perder y le pidió prestado un jarro del bueno a la mujer del hermano mayor.
         Cuando los padres lo probaron, enojados repitieron que el vino estaba agrio.
         - ¡Pero si es del vino que acabo de pedirle prestado a mi cuñada mayor!
         El suegro gritó:
         - ¡Son ustedes los que traen la mala suerte! ¡Basta que el vino pase por sus manos para que se ponga agrio!

TIEMPO ANORMAL

 
Una noche de invierno, un general comía dentro de su tienda. Un gran fuego de leña y numerosas velas calentaban la atmósfera.
         Después de vaciar muchos vasos de vino, el militar sintió que el calor le subía a la cabeza.
         - El tiempo no es normal este año – suspiró –. En esta época del año debería hacer frío, ¡y he aquí que hace calor!
         Los soldados que se helaban afuera mientras montaban la guardia lo oyeron. Uno de ellos se presentó ante él.
         - ¡Mi general – le dijo arrodillándose –, a nosotros nos parece, en el lugar donde estamos, que la temperatura es completamente normal!

INTEGRIDAD


 
Cierto mandarín lleno de codicia deseaba hacerse una fama de funcionario incorruptible. Cuando lo nombraron en su primer cargo, hizo juramento ante los dioses de no dejarse engatusar.
         - Si mi mano izquierda llegara a aceptar dinero, que caiga convertida en polvo. Y si mi mano derecha lo hace, ¡que también caiga convertida en polvo! – exclamó.
         Un buen día, algún tiempo más tarde, alguien le hizo llegar cien onzas de oro con el fin de asegurarse su apoyo en un asunto. Por miedo a la maldición que pesaba sobre él, a causa de su juramento, dudó en aceptar ese dinero que, sin embargo, codiciaba vivamente. Sus subalternos le dijeron:
         - Que Su Señoría puede hacer colocar los lingotes de oro dentro de su manga, así, si la maldición obra, sólo la manga caerá hecha polvo.
         El magistrado encontró que el consejo era bueno y aceptó el oro.

LA VIRTUD DE LA PACIENCIA

 
Un mandarín, a punto de asumir su primer puesto oficial, recibió la visita de un gran amigo que iba a despedirse de él.
         - Sobre todo, sé paciente – le recomendó su amigo – y de esa manera no tendrás dificultades en tus funciones.
         El mandarín dijo que no lo olvidaría.
         Su amigo le repitió tres veces la misma recomendación, y cada vez, el futuro magistrado le prometió seguir su consejo. Pero cuando, por cuarta vez, le hizo la misma advertencia, estalló:
         - ¿Crees que soy un imbécil? ¡Ya van cuatro veces que me repites lo mismo!
         - Ya ves que no es fácil ser paciente: lo único que he hecho ha sido repetir mi consejo dos veces más de lo conveniente y ya has montado en cólera – suspiró el amigo.

ESO NO ES DE MI INCUMBENCIA

 
Había una vez un practicante que se decía especialista en medicina interna. Un guerrero herido necesitó de sus cuidados. Se trataba de extraer una flecha que se había incrustado en sus carnes.
         El cirujano tomó un par de tijeras, cortó la pluma a ras de la piel y luego reclamó sus honorarios.
         - Aún tengo la punta de la flecha incrustada en mi carne, hay que sacarla – le dijo el guerrero.
         - Eso ya es del dominio de la medicina interna – contestó el doctor –. ¿Cómo podría yo tomar la responsabilidad de ese tratamiento?

EL HOMBRE QUE QUERÍA TENER RAZÓN

 
En el Reino de Chu vivía un hombre que ignoraba donde crece el jengibre.
         - El jengibre crece en los árboles – dijo.
         - Crece en el suelo – le contestaron.
         El hombre se empecinó.
         - Venga conmigo, interrogaremos a diez personas diferentes – le dijo a su interlocutor –. Le apuesto mi asno a que el jengibre crece en los árboles.
         Sucesivamente, las diez personas interrogadas dieron todas la misma contestación:
         - El jengibre crece en el suelo.
         El apostador se turbó.
         - Tome, llévese mi asno – le dijo al ganador –, ¡eso no impide que el jengibre crezca en los árboles!

YA NO TENGO CÁSCARAS PARA MIS CERDOS


 
La montaña Hefu queda a treinta li de nuestra aldea. Allí, cerca de un pequeño lago, existe un templo que todos llaman el Templo de la Madre Wang. Nadie sabe en qué época vivió la madre Wang, pero los viejos cuentan que era una mujer que fabricaba y vendía vino. Un monje taoísta tenía la costumbre de ir a beber a crédito a su casa. La comerciante no parecía prestarle a ello ninguna atención; cada vez que él llegaba, lo servía de inmediato.
         Un día, el taoísta le dijo a la madre Wang:
         - He bebido su vino y no tengo con qué pagárselo, pero voy a cavarle un pozo.
         Cuando hubo terminado el pozo, se dieron cuenta de que contenía muy buen vino.
         - Esto es para pagar mi deuda – dijo el monje, y se fue.
         Desde aquel día, la mujer no volvió a hacer vino; servía a sus clientes el vino que sacaba del pozo, el cual era mucho mejor que el que preparaba antes, con grano fermentado. Su clientela creció enormemente.
         En tres años hizo fortuna: había ganado decenas de miles de onzas de plata.
         Un día, el monje volvió de improviso. La mujer le agradeció efusivamente.
         - ¿Es bueno el vino? – le preguntó el monje.
         - Sí, el vino es bueno – admitió –, ¡sólo que, como no fabrico vino, ya no tengo cáscaras de grano con que alimentar a mis cerdos!
         Riendo, el taoísta tomó un pincel y escribió en el muro de la casa:
La profundidad del cielo no es nada,
El corazón humano es infinitamente más profundo.
El agua del pozo se vende por vino;
La mujer aún se queja de no tener cáscaras para sus cerdos.
         Terminando su cuarteta, el monje se fue, y del pozo salió agua.

UN SUEÑO

 
Cuentan que había una vez un bachiller que era muy aficionado a las bromas. Su profesor era extremadamente severo; a la menor falta, los alumnos recibían bastonazos.
         Un día, el astuto alumno fue sorprendido en falta. El maestro, hirviendo de rabia, lo mandó a llamar de inmediato, y, mientras esperaba que llegara, se sentó en la gran sala.
         El alumno llegó y, arrodillándose ante su maestro, le dijo, sin mencionar su falta:
         - Quise venir antes, pero estuve haciendo planes para hacer el mejor uso de mil onzas de oro que me cayeron del cielo.
         La cólera del profesor desapareció como por encanto, al oír la palabra “oro”.
         - ¿De dónde sacaste ese oro? – preguntó con vivacidad.
         - Lo encontré escondido en la tierra – contestó el alumno.
         - ¿Qué piensas hacer con él? – prosiguió el maestro.
         - Soy de una familia pobre – contestó el alumno –; no tenemos bienes de familia, así que hemos decidido, mi mujer y yo, dedicar quinientas onzas de oro para comprar tierras, doscientas onzas para construir una casa, cien para amoblarla y cien para comprar esclavos. De las cien onzas restantes, la mitad será para comprar libros, pues pienso, de ahora en adelante, trabajar con ardor; la otra mitad se la regalaré a mi profesor para agradecerle la enseñanza que me ha dado. He ahí mis planes.
         - ¿Es posible? ¡Yo no soy digno de semejante homenaje! – dijo el profesor.
         Convidó a su alumno a una suntuosa comida. Los dos hablaban y reían, bebiendo mutuamente a su salud. En un estado próximo a la ebriedad, el profesor preguntó de súbito:
         - Te viniste precipitadamente; ¿pusiste siquiera el oro en un cofre, antes de partir?
         El alumno se puso en pie para contestar:
         - ¡Ay! Aún no había terminado completamente de hacer mis planes, cuando mi mujer me despertó al hacer un movimiento; cuando abrí los ojos ¡el oro había desaparecido! No tuve necesidad de cofre…
         Estupefacto, el profesor preguntó:
         - El oro del cual hablabas, ¿era entonces un sueño?
         - ¡Naturalmente! – contestó el estudiante.
         El profesor sintió que una violenta cólera lo invadía, pero su alumno era su invitado y no pudo enfadarse con él. Lentamente dijo:
         - Tienes buenos sentimientos en tus sueños para con tu profesor; cuando realmente hagas fortuna, de seguro no me olvidarás.
         Y volvió a llenar el vaso de su discípulo.

EL QUE MEJORABA A LOS JOROBADOS

 
Había una vez un médico que se vanagloriaba de ser capaz de mejorar a los jorobados.
         - Si un hombre es curvo como un arco, como una tenaza o como un aro, basta con que se dirija a mí, para que yo, en un día, lo enderece – decía.
         Cierto jorobado fue lo suficientemente ingenuo para creer en estas seductoras palabras, y se dirigió a él para que lo desembarazara de su joroba.
         El charlatán cogió dos tablones, colocó una en el suelo, hizo acostarse encima al jorobado, colocó el segundo tablón encima, en seguida, subiéndose encima pisoteó con fuerzas a su paciente. El jorobado quedó derecho, pero murió.
         Como el hijo del muerto quiso llevarlo a la justicia, el charlatán exclamó:
         - Mi oficio es el de curar a los jorobados de sus jorobas; yo los enderezo; que mueran o no, ¡eso a mí no me concierne!

DOS CAZADORES DE GANSOS SALVAJES

 
Dos hermanos, al ver aproximarse una bandada de gansos salvajes, prepararon sus arcos.
         - Si cazamos uno de estos gansos – dijo uno de ellos – lo prepararemos en adobo.
         - No – dijo el otro – eso es bueno para preparar los gansos cazados en tierra, pero los muertos en pleno vuelo, deben asarse.
         Para solucionar esta discusión, se dirigieron al jefe de la aldea.
         - Corten el ganso por la mitad – aconsejó el jefe – y así cada cual puede prepararlo a su gusto.
         Pero cuando los dos cazadores estuvieron listos para disparar, ya los gansos se habían perdido en el horizonte.

¿PARA QUÉ ADULAR?

 
Un hombre rico y un hombre pobre tenían la siguiente conversación.
         - Si yo te diera el veinte por ciento de todo el oro que poseo, ¿me adularías? – le preguntó el primero.
         - El reparto sería demasiado desigual para que tú merecieras cumplidos – contestó el segundo.
         - ¿Y si yo te diera la mitad de mi fortuna?
         - Entonces seríamos iguales; ¿con qué fin halagarte?
         - ¿Y si yo te lo diera todo?
         - En ese caso, ¡no veo qué necesidad tendría de adularte!

EL LOBO DE ZHONGSHAN

 
Zhao Jianzi, un alto funcionario, organizó una gran cacería en la montaña. Al divisar a un lobo, lanzó su carro en su persecución.
         Ahora bien, el maestro Dongguo, viejo letrado conocido por su buen corazón, venía en camino para abrir una escuela en Zhongshan, y se extravió en esa misma montaña. En camino desde el alba, seguía a pie al asno cojo que cargaba su saco lleno de libros, cuando vio llegar al lobo que huía aterrorizado y que le dijo:
         - Buen maestro, ¿no está usted siempre dispuesto para socorrer a su prójimo? Escóndame en su saco ¡y me salvará la vida! Si me saca de este mal paso, yo le quedaré eternamente agradecido.
         El maestro Dongguo sacó sus libros del saco y ayudó al lobo a meterse en él. Cuando Zhao Jianzi llegó y no encontró al animal, volvió sobre sus pasos. Al notar el lobo que el cazador estaba lo suficientemente lejos, gritó a través del saco.
         - ¡Buen maestro, sáqueme de aquí!
         Apenas estuvo en libertad, el lobo empezó a chillar:
         - Maestro, usted me salvó hace un rato, cuando los hombres del Reino de Yu me perseguían y yo se lo agradezco, pero ahora, casi estoy muriéndome de hambre. ¿Si su vida puede salvar la mía, no la sacrificaría usted por mí?
         Se abalanzó con el hocico abierto y las garras afuera sobre el maestro Dongguo. Este, trastornado, se estaba defendiendo lo mejor que podía, cuando de repente divisó a un anciano que avanzaba apoyándose en un bastón. Precipitándose hacia el recién llegado, el maestro Dongguo se arrodilló ante él y le dijo llorando:
         - Anciano padre, ¡una palabra de su boca puede salvar mi vida!
         El anciano quiso saber de qué se trataba.
         - Este lobo era perseguido por cazadores y me pidió que lo socorriera, le salvé la vida y ahora quiere devorarme. Le suplico que interceda en mi favor y le explique su error.
         El lobo dijo:
         - Hace un rato, cuando le pedí socorro, él me amarró las patas y me metió en su saco, poniendo encima de mí sus libros; aplastado bajo todo ese peso, apenas podía respirar. Después, cuando llegó el cazador, habló largo rato con él; él deseaba que yo muriera asfixiado dentro del saco, de esa manera habría sacado provecho de mi piel. ¿Un traidor semejante no merece acaso que lo devoren?
         - ¡No creo nada! – contestó el anciano –. ¡Vuelva a meterse en el saco, para que yo vea con mis propios ojos si usted estaba tan incómodo como dice!
         El lobo aceptó con alegría y se metió de nuevo dentro del saco.
         - ¿Tiene usted un puñal? – preguntó el anciano al oído del maestro.
         - Sí – contestó mostrando el objeto pedido.
         Inmediatamente el anciano le hizo señas para que lo clavara en el saco. El maestro Dongguo exclamó:
         - ¡Pero le voy a hacer daño!
         El anciano se echó a reír:
         - ¿Usted vacila en matar a una bestia feroz que acaba de demostrarle tanta ingratitud? ¡Usted es bueno, maestro, pero también es muy tonto!
         Entonces le ayudó al maestro Dongguo a degollar al lobo, y dejando el cadáver a la orilla de la senda, los dos hombres siguieron su camino.