lunes, 27 de enero de 2014

EL MANTRA SECRETO.

El devoto se arrodilló para ser iniciado en el discipulado, y el gurú le susurró al oído el sagrado mantra, advirtiéndole que no se lo revelara a nadie.
-¿Y qué ocurrirá si lo hago? -preguntó el devoto.
-Aquel a quien reveles el mantra -le dijo el gurú-, quedará libre de la esclavitud, de la ignorancia y del sufrimiento. Pero tú quedarás excluido del discipulado y te condenarás.

Tan pronto hubo escuchado aquellas palabras, el devoto salió corriendo hacia la plaza del mercado, congregó a una gran multitud en torno a él, y repitió a voz en cuello el sagrado mantra para que lo oyeran todos.
Los discípulos se lo contaron más tarde al gurú y pidieron que aquel individuo fuera expulsado del monasterio, por desobediente.
El gurú sonrió y dijo:
-No necesita nada de cuanto yo pueda enseñarle. Con su acción ha demostrado ser un gurú con todas las de la ley.

 Anónimo hindú

EL POBRE Y EL REY DE ORO.

Un día un pobre hombre que vivía en la miseria y mendigaba de puerta en puerta, observó un carro de oro que entraba en el pueblo llevando un rey sonriente y radiante. El pobre se dijo de inmediato:
“Se ha acabado mi sufrimiento, se ha acabado mi vida de pobre. Este rey de rostro dorado ha venido aquí por mí. Me cubrirá de migajas de su riqueza y viviré tranquilo.”

En efecto, el rey, como si hubiese venido a ver al pobre hombre, hizo detener el carro a su lado. El mendigo, que se había postrado en el suelo, se levantó y miró al rey, convencido de que había llegado la hora de su suerte. Entonces el rey extendió su mano hacia el pobre hombre y dijo:

-¿Qué tienes para darme?
El pobre, muy desilusionado y sorprendido, no supo qué decir.
“¿Es un juego lo que el rey me propone? ¿Se burla de mí? ¿Es un nuevo pesar?” -se dijo.
Entonces, al ver la persistente sonrisa del rey, su luminosa mirada y su mano tendida, el pobre metió su mano en la alforja, que contenía unos puñados de arroz. Cogió un grano de arroz y se lo dio al rey, que le dio las gracias y se fue enseguida, llevado por unos caballos sorprendentemente rápidos.
Al final del día, al vaciar su alforja, el pobre encontró un grano de oro.
Se puso a llorar diciendo:
-¿Por qué no le habré dado todo mi arroz!

Anónimo hindú

HILO DE PLATA, HILO DE ARAÑA.

Se cuenta que un día el Buda se paseaba por los Cielos, a orillas del Lago de la Flor de Loto. En las profundidades de ese lago, Buda podía ver el Naraka (Infierno). Ese día observó a un hombre llamado Kantaka, quien muerto unos días antes, luchaba y sufría en este infierno. Buda, lleno de compasión, quería ayudar a todos aquellos que, a pesar de haber caído en el infierno, habían hecho una buena acción en su vida.
Kantaka había sido un ladrón y había llevado una vida depravada. Por eso se encontraba en el Naraka. Sin embargo una vez, había actuado generosamente: un día que daba un paseo, vio una gran araña y tuvo el deseo de aplastarla, pero detuvo su gesto, pensando súbitamente que podía ayudarla; la dejó con vida y continuó su camino.

Buda vio en esta acción generosa un buen espíritu y tuvo deseo de ayudarlo. Por eso arrojó a las profundidades del lago un hilo de araña largo que llegó hasta los infiernos, hasta Kantaka. Kantaka miró este nuevo objeto y constató que era una cuerda de plata muy fuerte. Pero no quiso creerlo y se dijo que sería sin lugar a dudas un hilo de araña que pendía y que sería poco probable subir por él. Pero como deseaba ardientemente salir de Naraka, intentaría el todo por el todo. Se aferró al hilo pensando que la escalada sería muy peligrosa ya que el hilo podría romperse de un momento a otro. Pero comenzó a subir… a subir… ayudándose con los pies y con las manos, haciendo grandes esfuerzos para no resbalar.
La escalada era larga. Cuando llegó a la mitad quiso mirar hacia abajo, a los infiernos, ya que seguramente estaría ya muy lejos. Arriba veía la luz y sólo deseaba llegar a ella. Inclinándose hacia abajo para mirar por última vez, vio una multitud de gentes que subía tras él en una cadena ininterrumpida desde las grandes profundidades de los infiernos. El pánico se apoderó de él: esta cuerda era lo bastante sólida justo para él; pero ante el peso de estos centenares de personas que subían por ella, seguramente cedería ¡y todos se encontrarían de nuevo en el infierno!¡Qué mala suerte!
-¡Esa gente debería quedarse en el infierno! ¿Por qué tienen que seguirme? -maldijo contra ellos.
En ese momento preciso, el hilo cedió muy exactamente a la altura de las manos de Kantaka y todos cayeron en las profundidades tenebrosas del lago. Al mismo tiempo, el sol de mediodía resplandecía sobre el lago por cuya orilla se paseaba el Buda.

Anónimo hindú

EL CABALLO SALVAJE.

En una aldea al sur de Mongolia vivía Vaski, un niño que quería mucho a los animales. De entre todos ellos prefería a los caballos. Desde pequeño los había observado galopar por la estepa. Eran caballos salvajes que vivían en grupos y nunca se acercaban al hombre. Las personas de aquellas tierras tampoco molestaban a los animales. Lo que más fascinaba a Vaski de los caballos salvajes era su vida libre.
Una mañana, cuando el muchacho salió a coger agua para que su padre pudiera preparar el desayuno, algo llamó su atención. Un caballo solo, separado de su grupo, se había aproximado a la cerca de la casa. Dejó el cubo con cuidado y se fue acercando con sigilo. Cuando el muchacho tocó con sus manos la cerca de madera el caballo huyó al galope.
El niño no contó nada de lo sucedido, pero por la tarde en lugar de buscar a otros chicos de la aldea para jugar, Vaski se quedó sentado sobre la cerca esperando, por si el caballo volvía.
Cuando ya el sol se había ocultado por completo y el cielo comenzaba a oscurecer, vio a lo lejos la silueta del caballo que se acercaba de nuevo. Esta vez el chico entró en casa y llamó a su padre.
- Papá, un caballo ha venido esta mañana y de nuevo vuelve ahora, pero cuando me acerco sale corriendo.
- Es muy raro hijo, son caballos salvajes que han vivido en estas tierras desde antes que lo hicieran los hombres. Huyen del contacto humano, pues desde pequeños aprenden a vivir en libertad.
Padre e hijo se acercaron con sigilo a la cerca y de nuevo, al llegar a ella, el caballo salió huyendo.
- Hijo, ¿te das cuenta de que al galopar cojea un poco de la pata derecha? Ese caballo está herido y se acerca a nosotros  buscando ayuda. Pero su instinto salvaje le hace huir cada vez que nos acercamos.
Esa noche, Vaski se acostó muy preocupado pensando en el caballo. Le gustaría poder ayudarle, pero no sabía cómo.
Por la mañana el niño se levantó temprano. Todos dormían en la casa, y con cuidado de no hacer ruido salió y fue hasta la cerca. La saltó y se quedó sentado fuera. Hacía fresco y se acurrucó esperando al caballo. Todavía las estrellas lucían en un cielo que iba clareando poco a poco.

Cuando el sol comenzaba a iluminar el cielo, el caballo apareció en la llanura. El chico al verlo ni se movió, esperó que el animal fuera aproximándose hasta llegar junto a él. Entonces comenzó a hablarle.
- Caballito no quiero hacerte daño. Ni siquiera quiero domarte. Se que eres un caballo libre. A la vez que le hablaba, el niño le acariciaba.
Se dio cuenta de que el caballo tenía algo clavado en una pezuña. Aquello debía producirle un gran dolor al animal.
- Tranquilo caballito, repetía el niño sin cesar.
El caballo comenzó a confiar en el chico y esta vez no huyó. Permitió que le curase un anciano de la aldea que sabía mucho de caballos y de cómo tratarles. Todos estaban muy asombrados de que un caballo salvaje se acercara a los humanos y se dejara curar.
Cada día el caballo regresaba a la cerca al amanecer y el muchacho le acariciaba y le hablaba para darle confianza. Sólo entonces dejaba que limpiasen su herida y la curasen. Se diría que el muchacho y el caballo se habían hecho amigos. El niño le llamaba Negro, pues el caballo era de un profundo color negro. Cuando el sol salía, brillaba reluciente y en la noche Vaski veía las estrellas reflejadas en su piel.
El padre de Vaski le dijo un día:
- Hijo, veo que te estás encariñando con el caballo. No olvides que es un caballo salvaje y que cuando su pata esté completamente recuperada volverá con su grupo.
El chico sabía que lo que su padre decía era cierto, pero en su corazón deseaba que el caballo no se marchara nunca de su lado.
Un día, el curandero de la aldea dijo que el caballo ya tenía la pezuña completamente recuperada. Vaski se alegró por su amigo, pero a la vez temió que no volviera nunca más junto a él.
A la mañana siguiente, el caballo volvió, pero esta vez no quiso entrar cuando el muchacho le abrió la puerta de la cerca. Parecía que quisiera que el niño fuera con él hacia la llanura. Con su hocico blanquecino empujaba a Vaski y este, acariciando su lomo, decidió acompañarlo hacia donde el caballo quería ir.
Caminaron largo rato alejándose bastante de la aldea, hasta llegar a un arroyuelo. Allí, el muchacho contempló algo que pocas personas en la aldea habían visto antes: una familia de caballos salvajes tranquilamente pastando alrededor del arroyo. Ante la presencia de Vaski, se inquietaron alejándose un poco pero luego, al ver que Negro se acercaba confiado al muchacho, también ellos confiaron y volvieron a acercarse al arroyo.
El chico estaba maravillado de poder estar allí, en medio de una manada de caballos salvajes. Pero no entendía por qué Negro le había llevado hasta allí. Entonces el animal hizo algo inesperado en un caballo salvaje: se sentó junto al muchacho sobre sus patas traseras. Era una invitación a Vaski para que este subiera sobre sus lomos. El chico emocionado subió al caballo y este rápidamente se enderezó, comenzando a caminar primero lentamente, luego trotando y finalmente galopando a través de la llanura.
Vaski se agarraba con fuerza al cuello del caballo para no caerse. Era muy emocionante poder galopar a lomos de Negro, su querido caballo salvaje.
El caballo lo llevó de vuelta al arroyo y se agachó  para que el muchacho pudiera bajar de sus lomos. Vaski se abrazó a su amigo en agradecimiento. Sabía que este regalo del animal era también la despedida. El caballo comenzó a empujarle con su hocico. Era como si le dijera:
- “Ahora debes marcharte, amigo. Este es mi lugar, al que yo pertenezco”.
Vaski se alejó de allí con lágrimas en los ojos. Le dolía separarse de su amigo, pero sabía que eso era lo mejor para un caballo salvaje. Vivir con los suyos, alejado de los hombres. Vivir libre en la estepa.
El chico nunca volvió a ver al caballo y no volvió tampoco al lugar donde su amigo le había llevado aquel día. Ese era un secreto que nunca reveló a nadie. Pero alguna noche de luna, de esas en las que le gustaba sentarse apoyado al otro lado de la cerca, le parecía ver a lo lejos la silueta de un caballo salvaje.
María Jezabel Pastor

EN UNA NOCHE DE INVIERNO.

En una noche de invierno, cuando más brillaba el sol, una manada de cerdos volaba de flor en flor, hasta que se posaron en las ramas de una de ellas despidiendo un suave olor.
Allí, a la vuelta de la esquina, a la luz de un farol apagado, donde el manco le cortaba el pelo al calvo, mientras el mudo les leía… un sordo escuchaba y el ciego les miraba; me encontré con la ternura de la calavera de la muerte, que sacando de su desnuda chaqueta una desnuda pistola y poniéndosela en su desnuda frente dijo: – Más vale morir que perder la vida.
Aterrorizado ante el hecho, salí de casa corriendo y me encontré un esqueleto que estaba tan gordo y flaco que el pobre no tenía huesos. Con mi navaja trapera -que no tiene hoja ni mango- le atravesé el corazón. Él me dijo: – Me has matado-. Así yo lo reconozco, pues echaba tanta sangre que llenó todo de polvo.
Me persiguió la injusticia que iba en un carro sin ruedas. Yo monté en un caracol, raudo como una centella, pero me caí en un precipicio de un centímetro de alto, produciéndome chichones de metro y medio de anchos. ¡Qué dolor más agradable!, ¡qué dulce fue la caída! y aún tuve mucha suerte pues caí de abajo arriba.
Llegué a casa medio viva, cansada de no hacer nada, encendí la puerta y abrí la luz hasta el fondo, di de comer al geranio y cogí peras del olmo. Acostándome en la percha, colgué la ropa en la cama diciéndole a mi abuela de seis años, con gran afán: – Deme sed, que tengo agua-…. Y en ese instante me desperté.
Con un poco por aquí y otro poco por allá, os he contado esta historia: creedla, que no es verdad.
Anónimo

jueves, 23 de enero de 2014

GAUTAMA.

Rabindranat Tagore
Ya el sol se había puesto entre el enredo del bosque sobre los ríos.
Los niños de la ermita habían vuelto con el ganado y estaban sentados al fuego, oyendo a su maestro Gautama, cuando llegó un niño desconocido y lo saludó con flores y frutos. Luego, tras una profunda reverencia, le dijo con voz de pájaro:
"Señor Gautama, vengo a que me guíes por el Sendero de la Verdad.
Me llamo Satyakama"
"Bendito seas -dijo el Maestro- ¿Y de qué casta eres, hijo mío? Porque sólo un brahmín puede aspirar a la suprema sabiduría".
Contestó el niño:
"No sé de qué casta soy, Maestro; pero voy a preguntárselo a mi madre".
Se despidió Satyakama, cruzó el río por lo más estrecho, y volvió a la choza de su madre, que estaba al fin de un arenal, fuera de la aldea ya dormida.
La lámpara iluminaba débilmente la puerta, y la madre estaba fuera, de pie en la sombra, esperando la vuelta de su hijo.
Lo cogió contra su pecho, lo besó en la cabeza y le preguntó qué le había dicho el Maestro.
"¿Cómo se llama mi padre? -dijo el niño- Porque me ha dicho el Señor Gautama que sólo un brahmín puede aspirar a la suprema sabiduría".
La mujer bajó los ojos y le habló dulcemente: "Cuando joven yo era pobre y conocí muchos amos. Sólo puedo decirte que tú viniste a los brazos de tu madre Jabala, que no tuvo marido".
Los primeros rayos del sol ardían en la copa de los árboles de la ermita del bosque. Los niños, aún mojado el revuelto pelo del baño de la mañana, estaban sentados ante su Maestro, bajo un árbol viejo.
Llegó Satyakan, le hizo una profunda reverencia al Maestro y se quedó de pie en silencio.
"Dime -le preguntó el Maestro- ¿Sabes ya de qué casta eres?"
"Señor -contestó Satyakama-, no sé. Mi madre me dijo: Yo conocí muchos amos cuando joven, y tú viniste a los brazos de tu madre Jabala, que no tuvo marido".
Entonces se levantó un rumor como el zumbido iracundo de las abejas hostigadas en su colmena. Y los estudiantes murmuraban entre dientes de la desvergonzada insolencia del niño sin padre.
Pero el Maestro Gautama se levantó, trajo al niño con sus brazos hasta su pecho, y le dijo:
"Tú eres el mejor de todos los brahmines, hijo mío; porque tienes la herencia más noble, que es de la verdad".

UN NIÑO.

Helen Buckley

“Una vez el pequeño niño fue a la escuela. Era muy pequeñito y la escuela muy grande. Pero cuando el pequeño niño descubrió que podía ir a su clase con sólo entrar por la puerta del frente, se sintió feliz.
Una mañana, estando el pequeño niño en la escuela, su maestra dijo: Hoy vamos a hacer un dibujo. Qué bueno- pensó el niño, a él le gustaba mucho dibujar, él podía hacer muchas cosas: leones y tigres, gallinas y vacas, trenes y botes. Sacó su caja de colores y comenzó a dibujar.


Pero la maestra dijo: - Esperen, no es hora de empezar, y ella esperó a que todos estuvieran preparados. Ahora, dijo la maestra, vamos a dibujar flores. ¡Qué bueno! - pensó el niño, - me gusta mucho dibujar flores, y empezó a dibujar preciosas flores con sus colores.
Pero la maestra dijo: - Esperen, yo les enseñaré cómo, y dibujó una flor roja con un tallo verde. El pequeño miró la flor de la maestra y después miró la suya, a él le gustaba más su flor que la de la maestra, pero no dijo nada y comenzó a dibujar una flor roja con un tallo verde igual a la de su maestra.
Otro día cuando el pequeño niño entraba a su clase, la maestra dijo: Hoy vamos a hacer algo con barro. ¡Qué bueno! pensó el niño, me gusta mucho el barro. Él podía hacer muchas cosas con el barro: serpientes y elefantes, ratones y muñecos, camiones y carros y comenzó a estirar su bola de barro.
Pero la maestra dijo: - Esperen, no es hora de comenzar y luego esperó a que todos estuvieran preparados. Ahora, dijo la maestra, vamos a moldear un plato. ¡Qué bueno! pensó el niño. A mí me gusta mucho hacer platos y comenzó a construir platos de distintas formas y tamaños.
Pero la maestra dijo: -Esperen, yo les enseñaré cómo y ella les enseñó a todos cómo hacer un profundo plato. -Aquí tienen, dijo la maestra, ahora pueden comenzar. El pequeño niño miró el plato de la maestra y después miró el suyo. A él le gustaba más su plato, pero no dijo nada y comenzó a hacer uno igual al de su maestra.
Y muy pronto el pequeño niño aprendió a esperar y mirar, a hacer cosas iguales a las de su maestra y dejó de hacer cosas que surgían de sus propias ideas.
Ocurrió que un día, su familia, se mudó a otra casa y el pequeño comenzó a ir a otra escuela. En su primer día de clase, la maestra dijo: Hoy vamos a hacer un dibujo. Qué bueno pensó el pequeño niño y esperó que la maestra le dijera qué hacer.
Pero la maestra no dijo nada, sólo caminaba dentro del salón. Cuando llegó hasta el pequeño niño ella dijo: ¿No quieres empezar tu dibujo? Sí, dijo el pequeño ¿qué vamos a hacer? No sé hasta que tú no lo hagas, dijo la maestra. ¿Y cómo lo hago? - preguntó. Como tú quieras contestó. ¿Y de cualquier color? De cualquier color dijo la maestra. Si todos hacemos el mismo dibujo y usamos los mismos colores, ¿cómo voy a saber cuál es cuál y quién lo hizo? Yo no sé, dijo el pequeño niño, y comenzó a dibujar una flor roja con el tallo verde.”

CUENTO PARA PENSAR.

En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo Eliahu de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras.
Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a Eliahu transpirando, mientras parecía cavar en la arena.


- ¿Que tal anciano? La paz sea contigo.
- Contigo -contestó Eliahu sin dejar su tarea.
- ¿Qué haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos?
- Siembro -contestó el viejo.
- Qué siembras aquí, Eliahu?
- Dátiles -respondió Eliahu mientras señalaba a su alrededor el palmar.
-¡Dátiles!! -repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez.
-El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor.
- No, debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos...
- Dime, amigo: ¿cuántos años tienes?
- No sé... sesenta, setenta, ochenta, no sé... lo he olvidado... pero eso, ¿qué importa?
- Mira, amigo, los datileros tardan más de cincuenta años en crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos.
Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojala vivas hasta los ciento un años, pero tú sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.
-Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto... y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.
- Me has dado una gran lección, Eliahu, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me diste - y diciendo esto, Hakim le puso en la mano al viejo una bolsa de cuero.
- Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tú me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía cierto y sin embargo, mira, todavía no termino de sembrar y ya coseché una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.
- Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy y es quizás más importante que la primera. Déjame pues que pague también esta lección con otra bolsa de monedas.
-Y a veces pasa esto -siguió el anciano y extendió la mano mirando las dos bolsas de monedas-: sembré para no cosechar y antes de terminar de sembrar ya coseché no solo una, sino dos veces.
-Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tengo miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte...

LA FUERZA DEL DESEO.

El yoga Ramakrishna ilustra, mediante una parábola, la intensidad del deseo que debemos tener:
El maestro llevó al discípulo a las proximidades de un lago.
Hoy voy a enseñarte qué significa verdadera devoción – dijo.
Le pidió al discípulo que entrase con él en el lago y, sujetándole la cabeza, se la empujó bajo el agua.


Transcurrió todo un minuto y, a mitad del segundo, el muchacho comenzó a debatirse con todas sus fuerzas para librarse de la mano del maestro y poder volver a la superficie.
Al final del segundo minuto, el maestro lo soltó. El muchacho, con el corazón acelerado, consiguió erguirse, jadeante.
¡Usted ha querido matarme! – gritaba.
El maestro esperó a que se calmara, y dijo:
- Si hubiera querido matarte, lo habría hecho. Sólo quería preguntarte qué sentías mientras estabas bajo el agua.
- ¡Yo sentía que me moría! ¡Todo lo que deseaba en esta vida era respirar un poco de aire!
- Se trata de eso exactamente. La verdadera devoción sólo aparece cuando tenemos un único deseo y llegaremos a morir si no conseguimos realizarlo.

EL SABIO.

Un sabio, cierta tarde, llegó a la ciudad de Akbar. La gente no dio mucha importancia a su presencia, y sus enseñanzas no consiguieron interesar a la población. Incluso después de algún tiempo llegó a ser motivo de risas y burlas de los habitantes de la ciudad. 


Un día, mientras paseaba por la calle principal de Akbar, un grupo de hombres y mujeres empezó a insultarlo. En vez de fingir que los ignoraba, el sabio se acercó a ellos y los bendijo.

Uno de los hombres comentó:

- "¿Es posible que, además, sea usted sordo? ¡Gritamos cosas horribles y usted nos responde con bellas palabras!".

"Cada uno de nosotros sólo puede ofrecer lo que tiene" -fue la respuesta del sabio-.

MAESTRA, ¿QUÉ ES EL AMOR?

Uno de los niños de una clase de educación infantil preguntó:
  • Maestra… ¿qué es el amor?
La maestra sintió que la criatura merecía una respuesta que estuviese a la altura de la pregunta inteligente que había formulado. Como ya estaban en la hora del recreo, pidió a sus alumnos que dieran una vuelta por el patio de la escuela y trajeran cosas que invitaran a amar o que despertaran en ellos ese sentimiento. Los pequeños salieron apresurados y, cuando volvieron, la maestra les dijo:
  • Quiero que cada uno muestre lo que ha encontrado.
El primer alumno respondió:
  • Yo traje esta flor… ¿no es bonita?
A continuación, otro alumno dijo:
- Yo traje este pichón de pajarito que encontré en un nido… ¿no es gracioso?
Y así los chicos, uno a uno, fueron mostrando a los demás lo que habían recogido en el patio.
Cuando terminaron, la maestra advirtió que una de las niñas no había traído nada y que había permanecido en silencio mientras sus compañeros hablaban. Se sentía avergonzada por no tener nada que enseñar.
La maestra se dirigió a ella:
 
  • Muy bien, ¿y tú?, ¿no has encontrado nada que puedas amar?
La criatura, tímidamente, respondió:
- Lo siento, seño. Vi la flor y sentí su perfume, pensé en arrancarla pero preferí dejarla para que exhalase su aroma durante más tiempo. Vi también mariposas suaves, llenas de color, pero parecían tan felices que no intenté coger ninguna. Vi también al pichoncito en su nido, pero…, al subir al árbol, noté la mirada triste de su madre y preferí dejarlo allí…
Así que traigo conmigo el perfume de la flor, la libertad de las mariposas y la gratitud que observé en los ojos de la madre del pajarito. ¿Cómo puedo enseñaros lo que he traído?
La maestra le dio las gracias a la alumna y emocionada le dijo que había sido la única en advertir que lo que amamos no es un trofeo y que al amor lo llevamos en el corazón.
El amor es algo que se siente.
Hay que tener sensibilidad para vivirlo.

domingo, 19 de enero de 2014

UBUNTU.


Un antropólogo propuso un juego a los niños de una tribu africana. Puso una canasta llena de frutas cerca de un árbol y le dijo a los niños que aquel que llegara primero ganaría todas las frutas. Cuando dio la señal para que corrieran, todos los niños se tomaron de las manos y corrieron juntos, después se sentaron juntos a disfrutar del premio. Cuando él les preguntó por qué habían corrido así, si uno solo podía ganar todas las frutas, le respondieron: UBUNTU, ¿cómo uno de nosotros podría estar feliz si todos los demás están tristes? UBUNTU, en la cultura Xhosa significa: "Yo soy porque nosotros somos."

viernes, 17 de enero de 2014

EL HUMO DEL GUISO.

En las ciudades orientales hay calles en las cuales los cocineros preparan los platos más exquisitos en la calle, y la gente se agolpa alrededor de sus puestos para comer y comprar.    
A uno de estos puestos ambulantes, se acercó un día un pobre. No teniendo dinero para comprar alguna cosa, puso su pan sobre una olla de guisado, lo impregnó del humo apetitoso que salía y se lo comió ávidamente.
   
Pero precisamente aquella mañana el cocinero no había hecho buenos negocios y estaba de mal humor. Por eso se volvió con ira al pobre y le dijo:
   
Págame lo que has tomado.
   
Pero yo no he tomado de tu cocina más que humo, repuso el pobre.
   
¡Págame el humo!, tronó el cocinero enfurecido.
   
La cosa terminó en el tribunal. El Sultán llamó a asamblea a todos los sabios del reino y  les propuso resolver la cuestión.
   
Comenzaron a discutir y a matizar la cuestión: Algunos daban la razón al uno, con el pretexto de que el humo pertenece al dueño del guisado, y otros al otro, sosteniendo que el humo es de todos, como el aire que se respira. Finalmente, después de largas discusiones, la sentencia fue esta:
   
Ya que el pobre ha gozado del humo, pero no ha tocado el guiso, debe tomar una moneda y golpear con ella la madera. El sonido de la moneda pagará al cocinero”.
   
Así se hizo. A cambio del humo del guisado, el cocinero tuvo el sonido de la moneda.


Cuento árabe

CIELO E INFIERNO.

 
Según una antigua leyenda china, un discípulo preguntó a un gran maestro y vidente:
- Maestro, ¿cuál es la diferencia entre el cielo y el infierno?
Y el maestro respondió:
- Es muy pequeña, y sin embargo de grandes consecuencias... Vi un gran monte de arroz cocido y preparado como alimento. A su alrededor había muchos hombres hambrientos casi a  punto de morir. No podían aproximarse al monte de arroz, pero tenían en sus manos largos palillos de dos y tres metros de largo. Es verdad que llegaban a coger el arroz, pero no conseguían llevarlo a la boca porque los palillos que tenían en sus manos eran muy largos. De este modo, hambrientos y moribundos, juntos pero solitarios, permanecían padeciendo un hambre eterna delante de una abundancia inagotable. Y eso era el infierno.
 
Vi otro gran monte de arroz cocido y preparado como alimento. Alrededor de él había muchos hombres, hambrientos, pero llenos de vitalidad. No podían aproximarse al monte de arroz, pero tenían en sus manos largos palillos de dos y tres metros de largo. LLegaban a coger el arroz, pero no conseguían llevarlo a la propia boca porque los palillos que tenían en sus manos eran muy largos. Sin embargo, con sus largos palillos, en vez de llevarlos a la propia boca, se servían unos a otros el arroz. Y así acallaban su hambre insaciable en una gran comunión fraterna, juntos y solidarios, gozando a manos llenas de las personas y de las cosas, en casa, con el Tao. Y eso era el cielo.

EL PERFUME.

Cuentan los hindúes una extraña leyenda para explicar cómo es la búsqueda de Dios: La leyenda del ciervo almizclero.
“Hace muchos años había un ciervo que continuamente sentía en su hocico la fragancia del olor de musgo. Subía por las verdes pendientes de los montes y sentía ese perfume delicioso, penetrante, dulcísimo. Salía al bosque y sentía ese aroma en el aire, a su alrededor.
 
No acertaba el ciervo de dónde podía venir ese perfume que tanto le perturbaba. Era como el reclamo de una flauta a la que no se le puede resistir.
Obsesionado empezó a correr de bosque en bosque en busca del origen de aquel extraordinario perfume. La búsqueda se hizo cada vez más obsesionante.
El pobre animal no quería ya ni comer, ni beber, ni dormir, ni nada. No acertaba a saber de dónde venía el reclamo de ese perfume, pero sentía la espuela que le impulsaba a buscarlo a través de cerros, bosques y colinas, hasta que muerto de hambre y de cansancio, exhausto anduvo errante, resbaló en una roca y cayó mortalmente herido.
Sus heridas eran dolorosas y profundas. El animal se lamió el pecho sangrante y, en ese preciso momento, descubrió lo más increíble.
   
El perfume, ese perfume que lo había desconcertado, estaba precisamente allí, adherido a su mismo cuerpo, en el “portamusgo” que tienen todos los ciervos de su especie”.


Leyenda hindú

EL HORARIO DE TRENES.

Conocí a un hombre que sabía de memoria el horario de todos los trenes. Su mayor placer era todo lo referente al ferrocarril y se pasaba las horas muertas en la estación contemplando la llegada y la salida de los trenes.

Observaba maravillado los vagones cargados, la fuerza de las locomotoras, las ruedas gigantescas, los pasajeros que subían y bajaban, los revisores y el jefe de estación de uniforme.
Conocía cada uno de los trenes. Sabía de dónde venía y hacia dónde iba. A qué hora llegaba a cada una de las estaciones y con qué otros trenes empalmaba en cada uno de los enlaces.
Sabía el número de los trenes, qué días salían, si llevaban literas, coches cama o coche restaurante. Sabía qué trenes llevaban correo o vagón mercancías y cuánto costaba un billete en primera o en segunda, para Frauenfeld, para Olten, para Niederbipp o cualquier otra ciudad por desconocida que te parezca.
No iba al cine, ni al bar, ni salía de paseo; no tenía ni radio, ni televisor; no leía periódicos, ni libros, ni revistas e incluso, si hubiera recibido cartas, ni siquiera las habría leído.
Le faltaba tiempo para todas estas distracciones, porque él se pasaba todo el día en la estación, y sólo cuando cambiaba el horario en junio o en octubre, no se le veía durante algunas semanas. Se quedaba en casa sentado a la mesa y se aprendía el nuevo horario de memoria, de la primera a la última página; se fijaba en los cambios introducidos y se alegraba cuando no había modificaciones.
Sucedió un día que alguien le preguntó la hora de salida de un tren. Entonces se puso radiante y quiso saber con precisión cuál era el destino de su viaje. Y no dejó marchar a su interlocutor hasta que le hubo dicho la hora de llegada, el número del tren, el año de fabricación de la locomotora, el número de vagones que llevaba, los enlaces posibles; le explicó también que con aquel tren se podía llegar hasta París, la estación en que convenía apearse, y todas y cada una de las características de las estaciones del recorrido…
Tanto que el pobre hombre perdió su tren. Si alguien lo dejaba plantado y se marchaba antes de haberle podido soltar toda la retahíla de sus conocimientos, nuestro hombre se ponía furioso, lo insultaba y lo seguía gritando: — ¡Usted no entiende ni gorda de ferrocarriles!
Sin embargo, por extraño que parezca, nuestro hombre nunca había subido a un tren. Era algo —decía- que carecía de sentido. Porque él ya sabía de antemano dónde iba a llegar, a qué hora y cuáles eran las estaciones y características del tren.

Peter Bichsel