Alfonso Francia.
Sucio, cansado y hambriento
de tanto esfuerzo y camino,
roqué a un solitario pino
que me diera algún sustento.
"No puedo, me respondió,
es tan solo primavera,
no es el tiempo de mi fruta,
pero siéntate y disfrutad
del aire, color y sombra,
duerme tranquilo a mi vera".
No estaba yo para esperas,
ni consejos ni disputas...
Me vencí, no lo quemé,
pero, eso sí, lo olvidé.
El sol quemaba en verano,
-¡hasta el aire mismo ardía!-
cuando del campo volvía
con azada y hoz en mano.
Ya era imposible seguir
tan abrasador camino...
Volví la vista hacia el pino
que desprecié en primavera...
Allá estaba verde, erguido,
como un amigo que espera.
Su sombra fue paraíso
para mi infierno estival.
Yo no sé si tenía frutos,
¡ni me acordé de mirar!
Cuando, mediado el otoño,
se acabaron heno y paja,
busqué una cama mullida
para el becerro y las vacas.
Busqué abonos para el huerto,
nadie me los pudo dar...
¡Qué triste será mi invierno
de pobreza y soledad!
Miré primero hacia el cielo,
luego, lejos, al camino...
allá estaba, solo, el pino,
dispuesto a colaborar.
Tiró sus hojas al suelo
haciendo una espesa alfombra...
¡Qué me importaban sus frutos!
¡Qué me importaba su sombra!
Llegó el invierno inclemente,
con lluvias temporales,
con fríos, heladas, nieves,
con soledad, miedo y hambre.
Mi débil choza no pudo
con tantas calamidades.
Un ciclón la hirió de muerte,
voló parte del tejado,
sentí cerca mi final.
Tendí la vista hacia el pino...
¡Él sí aguantó el vendaval!
Con lágrimas lo corté,
hice fuego, hice techado,
y pensé en la primavera
sin frutas, y en el verano
-con caricias de su sombra-
y en las hojas del otoño,
y en todo lo que me ha dado.
Una foto de recuerdo,
y una leyenda debajo:
"Antes me salvó su vida,
hoy su muerte me ha salvado".
Sucio, cansado y hambriento
de tanto esfuerzo y camino,
roqué a un solitario pino
que me diera algún sustento.
"No puedo, me respondió,
es tan solo primavera,
no es el tiempo de mi fruta,
pero siéntate y disfrutad
del aire, color y sombra,
duerme tranquilo a mi vera".
No estaba yo para esperas,
ni consejos ni disputas...
Me vencí, no lo quemé,
pero, eso sí, lo olvidé.
El sol quemaba en verano,
-¡hasta el aire mismo ardía!-
cuando del campo volvía
con azada y hoz en mano.
Ya era imposible seguir
tan abrasador camino...
Volví la vista hacia el pino
que desprecié en primavera...
Allá estaba verde, erguido,
como un amigo que espera.
Su sombra fue paraíso
para mi infierno estival.
Yo no sé si tenía frutos,
¡ni me acordé de mirar!
Cuando, mediado el otoño,
se acabaron heno y paja,
busqué una cama mullida
para el becerro y las vacas.
Busqué abonos para el huerto,
nadie me los pudo dar...
¡Qué triste será mi invierno
de pobreza y soledad!
Miré primero hacia el cielo,
luego, lejos, al camino...
allá estaba, solo, el pino,
dispuesto a colaborar.
Tiró sus hojas al suelo
haciendo una espesa alfombra...
¡Qué me importaban sus frutos!
¡Qué me importaba su sombra!
Llegó el invierno inclemente,
con lluvias temporales,
con fríos, heladas, nieves,
con soledad, miedo y hambre.
Mi débil choza no pudo
con tantas calamidades.
Un ciclón la hirió de muerte,
voló parte del tejado,
sentí cerca mi final.
Tendí la vista hacia el pino...
¡Él sí aguantó el vendaval!
Con lágrimas lo corté,
hice fuego, hice techado,
y pensé en la primavera
sin frutas, y en el verano
-con caricias de su sombra-
y en las hojas del otoño,
y en todo lo que me ha dado.
Una foto de recuerdo,
y una leyenda debajo:
"Antes me salvó su vida,
hoy su muerte me ha salvado".
No hay comentarios:
Publicar un comentario