Cierto día un joven que huía de su enemigo llegó a un pueblo. Los
habitantes lo acogieron con cortesía y le ofrecieron un escondite
seguro.
Al día siguiente llegaron los soldados que lo perseguían. Entraron por la fuerza en las casas, registraron sótanos y desvanes y posteriormente convocaron en la plaza a todos los habitantes de la población.
— Prenderemos fuego a la villa y pasaremos a los hombres a cuchillo como no nos entreguéis a ese joven antes del amanecer –les gritó el comandante.
El alcalde del pueblo, afectado ante la alternativa de entregar al muchacho o matar a su gente, se fue a su despacho y abrió la Biblia, esperando encontrar allí una respuesta antes del alba.
Después de muchas horas, a eso de la madrugada, toparon sus ojos con estas palabras:
“Es mejor que perezca un solo hombre antes de perder a todo el pueblo”.
El alcalde cerró la Biblia, llamó a los soldados y les indicó el escondite del muchacho.
Después que los soldados se llevaron al fugitivo para matarlo, el pueblo celebró una fiesta porque el alcalde había salvado sus vidas y la población. Pero el alcalde no se unió a los festejos. Sumido en una profunda tristeza, quedó en su habitación.
En esa noche se le apareció un ángel y le preguntó:
— ¿Qué es lo que has hecho?
— He entregado el fugitivo al enemigo, respondió el alcalde.
El ángel le dijo entonces:
— Pero ¿no ves que has entregado al Mesías?
— ¿Y cómo podía saberlo? –replicó el alcalde angustiado.
— Lo habría sabido si, en vez de leer tu Biblia, hubieras ido una sola vez a ver al joven y lo hubieras mirado a los ojos.
Al día siguiente llegaron los soldados que lo perseguían. Entraron por la fuerza en las casas, registraron sótanos y desvanes y posteriormente convocaron en la plaza a todos los habitantes de la población.
— Prenderemos fuego a la villa y pasaremos a los hombres a cuchillo como no nos entreguéis a ese joven antes del amanecer –les gritó el comandante.
El alcalde del pueblo, afectado ante la alternativa de entregar al muchacho o matar a su gente, se fue a su despacho y abrió la Biblia, esperando encontrar allí una respuesta antes del alba.
Después de muchas horas, a eso de la madrugada, toparon sus ojos con estas palabras:
“Es mejor que perezca un solo hombre antes de perder a todo el pueblo”.
El alcalde cerró la Biblia, llamó a los soldados y les indicó el escondite del muchacho.
Después que los soldados se llevaron al fugitivo para matarlo, el pueblo celebró una fiesta porque el alcalde había salvado sus vidas y la población. Pero el alcalde no se unió a los festejos. Sumido en una profunda tristeza, quedó en su habitación.
En esa noche se le apareció un ángel y le preguntó:
— ¿Qué es lo que has hecho?
— He entregado el fugitivo al enemigo, respondió el alcalde.
El ángel le dijo entonces:
— Pero ¿no ves que has entregado al Mesías?
— ¿Y cómo podía saberlo? –replicó el alcalde angustiado.
— Lo habría sabido si, en vez de leer tu Biblia, hubieras ido una sola vez a ver al joven y lo hubieras mirado a los ojos.
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