lunes, 28 de octubre de 2013

LA ESTATUA.

Una fría noche de invierno, un asceta errante pidió asilo en un templo. El pobre hombre estaba tiritando bajo la nieve, y el sacerdote del templo, aunque era reacio a dejarle entrar, acabó accediendo:
   
“Está bien, puedes quedarte, pero sólo por esta noche. Esto es un templo. No un asilo. Por la mañana tendrás que marcharte”.

   
A altas horas de la noche, el sacerdote oyó un extraño crepitar. Acudió raudo al templo y vio una escena increíble: el forastero había encendido un fuego y estaba calentándose. Observó que faltaba un Buda de madera, y  preguntó: “¿Dónde está la estatua?”
   
El otro señaló al fuego
con un gesto y dijo: “Pensé que iba a morirme de frío…”
   
El sacerdote gritó: “¿Estás loco? ¿Sabes lo que has hecho? Era una estatua de Buda. ¡Has quemado al Buda!”
   

El fuego iba extinguiéndose poco a poco. El asceta lo contempló fríamente y comenzó a removerlo con su bastón.
 
“¿Qué estás haciendo ahora?”, vociferó el sacerdote.
   
“Estoy buscando
los huesos del Buda que, según tú, he quemado”.
   
Más tarde, el sacerdote le refirió el hecho a un maestro zen, el cual le dijo: “Seguramente eres un mal sacerdote, porque has dado más valor a un Buda muerto que a un hombre vivo”.


Cuento zen

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