Se cuenta que en una noche de invierno, algunos monos particularmente
desanimados y muertos de frío, descubrieron una luciérnaga que
sobrevivió quién sabe cómo a su estación.
Mirando atentamente al insecto, creyeron que era fuego, de modo que lo cogieron con cuidado, lo taparon con hierba seca y con hojas, después extendieron sobre él los brazos, echaron hacia fuera los costados y el pecho, se frotaron, imaginándose que se calentaban.
De manera particular un mono, con más frío que los otros, soplaba repetidamente y con gran atención sobre la luciérnaga.
Entonces un pájaro desde un árbol voló hacia abajo y le dijo al mono:
Querido señor, no te molestes tanto. Esto no es fuego: es solamente una luciérnaga.
Pero el mono no hizo caso de la advertencia, y continuó soplando, aún cuando el pájaro intentó repetidamente detenerlo.
Finalmente, como el importuno consejero se le acercó reprendiéndolo más y gritándole su amonestación en la oreja, el mono, montando en cólera, lo agarró y lo tiró contra una piedra rompiéndole la cabeza y el consejo que estaba dentro.
Después volvió a calentarse a la luz de la luciérnaga, olvidándose de unirse a la manada de sus compañeros que buscaban otro lugar para resguardarse del frío.
Al amanecer estaba muerto, congelado, sobre la pequeña luz ahora también apagada.
De los cuentos del Panchatandra
Mirando atentamente al insecto, creyeron que era fuego, de modo que lo cogieron con cuidado, lo taparon con hierba seca y con hojas, después extendieron sobre él los brazos, echaron hacia fuera los costados y el pecho, se frotaron, imaginándose que se calentaban.
De manera particular un mono, con más frío que los otros, soplaba repetidamente y con gran atención sobre la luciérnaga.
Entonces un pájaro desde un árbol voló hacia abajo y le dijo al mono:
Querido señor, no te molestes tanto. Esto no es fuego: es solamente una luciérnaga.
Pero el mono no hizo caso de la advertencia, y continuó soplando, aún cuando el pájaro intentó repetidamente detenerlo.
Finalmente, como el importuno consejero se le acercó reprendiéndolo más y gritándole su amonestación en la oreja, el mono, montando en cólera, lo agarró y lo tiró contra una piedra rompiéndole la cabeza y el consejo que estaba dentro.
Después volvió a calentarse a la luz de la luciérnaga, olvidándose de unirse a la manada de sus compañeros que buscaban otro lugar para resguardarse del frío.
Al amanecer estaba muerto, congelado, sobre la pequeña luz ahora también apagada.
De los cuentos del Panchatandra
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