Gianni Rodari (Extraído de
Cuentos por teléfono, Barcelona, Juventud, 1973.)
Érase una vez una guerra, una grande y terrible guerra, que hacía morir a los soldados de uno y otro bando.
Érase una vez una guerra, una grande y terrible guerra, que hacía morir a los soldados de uno y otro bando.
Nosotros estábamos en este bando y
nuestros enemigos estaban en el otro, y nos disparábamos
mutuamente día y noche, pero la guerra era tan larga que
llegó un momento en que empezó a escasear el bronce para
los cañones y en el que ya no nos quedaba hierro para
las bayonetas, etc.
Nuestro comandante, el Extrageneral
Bombón Tirón Pisarruidón, ordenó echar abajo todas las
campanas de los campanarios y fundirlas todas juntas
para hacer un grandísimo cañón: uno solo, pero lo
suficientemente grande como para ganar la guerra de un
solo disparo.
Para levantar aquel cañón fueron
necesarias cien mil grúas; para transportarlo al frente
se necesitaron noventa y siete trenes. El Extrageneral
se frotaba las manos de contento y decía:
- Cuando dispare mi cañón, los enemigos
huirán a la luna.
Llegó el gran momento. El cañonísimo fue
apuntado contra los enemigos. Nosotros nos habíamos
tapado los oídos con algodón porque el estallido podía
rompernos los tímpanos y la trompa de Eustaquio.
El Extrageneral Bombón Tirón Pisarruidón
ordenó:
- ¡Fuego!
El artillero pulsó un mando. Y de
improviso, desde un extremo hasta el otro del frente, se
oyó un gigantesco repique de campanas:
" ¡Din! ¡Don! ¡Dan! ".
Nosotros nos quitamos el algodón de los
oídos para oír mejor.
" ¡Din! ¡Don! ¡Dan! ", tronaba el
grandísimo cañón. Y el eco, con cien mil voces, resonaba
por montes y valles: " ¡Din! ¡Don! ¡Dan! ".
- ¡Fuego! - gritó el Extrageneral por
segunda vez - ¡Fuego, córcholis!.
El artillero pulsó el mando nuevamente y
otro concierto de campanas se difundió trinchera en
trinchera. Parecía como si tocaran a la vez todas las
campanas de nuestra patria. El Extrageneral se arrancaba
los cabellos de rabia y continuó arrancándoselos hasta
que sólo le quedó uno.
Luego hubo un momento de silencio. Y
entonces, desde el otro frente, como si fuera una señal,
respondió un alegre y ensordecedor " ¡Din! ¡Don! ¡Dan!
".
Porque debéis saber que el comandante de
los enemigos, el Muertismariscal Von Bombonen Tironen
Pisaruydonsson, también había tenido la idea de fabricar
un cañonísimo con las campanas de su país.
" ¡Din! ¡Dan! ", tronaba ahora nuestro
cañón.
" ¡Don! ", respondía el de los enemigos.
Y los soldados de los dos ejércitos
saltaban de las trincheras y corrían los unos hacia los
otros, bailando y gritando:
- ¡Las campanas, las campanas! ¡Es
fiesta! ¡Ha estallado la paz!.
El Extramariscal y el Muertiscal
subieron a sus coches y se fueron corriendo, y aunque
gastaron toda la gasolina, el son de las campanas
todavía les perseguía.
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