Esta es la historia de un joven que tenía muy mal carácter. Su padre le
dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la
paciencia, debería clavar un clavo detrás de la puerta. Pronto la puerta
se llenaba de clavos. Pero, a medida que aprendía a controlar su genio,
clavaba cada vez menos clavos detrás de la puerta. Descubrió que podía
controlar su genio, pues el clavar le hacia pensar sobre su mala
actitud. Llegó el día en que pudo controlar su carácter y ya no tenía
razón de clavar. Después de informar a su padre, éste le sugirió que
retirara un clavo cada día que lograra controlar su carácter. Los días
pasaron y el joven pudo finalmente anunciar a su padre que no quedaban
más clavos para retirar de la puerta. Era ciertamente un gran logro,
pero su padre lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta. Le dijo:
"has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos esos hoyos en la puerta.
Nunca más será la misma. Cada vez que tú pierdes la paciencia, dejas
cicatrices exactamente como las que aquí ves. Tú puedes insultar a
alguien y retirar lo dicho, pero la herida permanece y el mal se
propaga. Una ofensa verbal es tan dañina como una ofensa física. Ahora
hace falta trabajar mucho mas para que la puerta quede como nueva. Hay
que reparar cada agujero y muy difícilmente lograrás que quede como
nueva."
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