Cuando uno de los discípulos anunció su propósito de enseñar a otros la Verdad, el Maestro le propuso una prueba: "Pronuncia un discurso en mi presencia para que yo pueda juzgar si estás preparado".
El discurso fue realmente inspirado, y al acabar se acercó un mendigo al orador, que se puso en pie y regaló su capa al mendigo, para edificación de la asamblea.
Más tarde le dijo el Maestro: "Tus palabras estuvieron llenas de unción, hijo mío, pero aún no estás preparado".
"¿Por qué?", preguntó desilusionado el discípulo.
"Por dos razones; porque no has dado al mendigo la oportunidad de expresar sus necesidades y porque no has superado el deseo de impresionar a los demás con tu virtud".
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