Piensa en alguna temporada
en que te sentiste rechazado,
desatendido o humillado.
A ver si consigues comprender
la situación con realismo,
mirándola con sinceridad,
en profundidad;
y puedes descubrir que,
si tú no te dieras por ofendido,
no existiría rechazo,
ni humillación alguna.
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