lunes, 28 de octubre de 2013

UNO Y SIETE.




   
Pero vivía también en París, se llamaba Jean, y su padre trabajaba en una fábrica de automóviles.
   
Pero vivía también en Berlín, y allá arriba se llamaba Kart, y  su padre era un profesor de violonchelo.
   
Pero vivía también en Moscú, se llamaba Yuri, como Gagarin, y su padre era albañil y estudiaba  matemáticas.

   
Pero vivía también en Nueva York, se llamaba Jimmy, y su padre tenía una gasolinera.
   
¿Cuántos he dicho ya? Cinco. Me faltan dos:
   
uno se llamaba Ciú, vivía en Shangai y su padre era un pescador; el último se llamaba Pablo, vivía en Buenos Aires, y su padre era escalador.

   
Paolo, Jean, Kart, Yuri, Jimmy, Ciú y Pablo eran siete pero siempre el mismo niño que tenía ocho años, sabía ya leer y escribir y andaba en bicicleta sin apoyar las manos en el manillar.
   
Paolo era triguero, Jean era blanco y Kart, castaño, pero eran el mismo niño. Yuri tenía la piel blanca, Ciú la tenía amarilla, pero eran el mismo niño. Pablo iba al cine en español y Jimmy en inglés, pero eran el mismo niño, y reían en el mismo idioma.
   
Ahora han crecido

los siete, y no podrán hacerse la guerra, porque los siete son una sola persona.

Gianni Rodari

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