Cuento Zen.
Un conocido médico era aficionado a la alfarería y a menudo reunía a sus pacientes para hacerles admirar sus obras.
Un día invitó a un Maestro zen conocido suyo y mientras los asistentes admiraban un pequeño bol se volvieron hacia él para conocer su opinión.
El Maestro zen miró gravemente en torno suyo y dijo:
— Si alguno de ustedes cae enfermo, les aconsejo que nunca recurran a este hombre. Debe ser un médico abominable.
Se hizo un silencio mortal. Después un viejecito preguntó:
— Pero, ¿por qué dice usted eso?
Porque su corazón no está en la medicina. Este doctor colecciona pacientes con el único propósito de mostrarles sus obras de alfarería, que además, apenas si son aceptables.
El golpe fue tan duro para el médico, que en el acto perdió la vanidad artística que alteraba sus cualidades médicas.
Un conocido médico era aficionado a la alfarería y a menudo reunía a sus pacientes para hacerles admirar sus obras.
Un día invitó a un Maestro zen conocido suyo y mientras los asistentes admiraban un pequeño bol se volvieron hacia él para conocer su opinión.
El Maestro zen miró gravemente en torno suyo y dijo:
— Si alguno de ustedes cae enfermo, les aconsejo que nunca recurran a este hombre. Debe ser un médico abominable.
Se hizo un silencio mortal. Después un viejecito preguntó:
— Pero, ¿por qué dice usted eso?
Porque su corazón no está en la medicina. Este doctor colecciona pacientes con el único propósito de mostrarles sus obras de alfarería, que además, apenas si son aceptables.
El golpe fue tan duro para el médico, que en el acto perdió la vanidad artística que alteraba sus cualidades médicas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario