ANÓNIMO HINDÚ.
Se cuenta que un día
el Buda se paseaba por los Cielos, a orillas del Lago de la Flor de
Loto. En las profundidades de ese lago, Buda podía ver el Naraka
(Infierno). Ese día observó a un hombre llamado Kantaka, quien muerto
unos días antes, luchaba y sufría en este infierno. Buda, lleno de
compasión, quería ayudar a todos aquellos que, a pesar de haber caído en
el infierno, habían hecho una buena acción en su vida.
Kantaka había sido un
ladrón y había llevado una vida depravada. Por eso se encontraba en el
Naraka. Sin embargo una vez, había actuado generosamente: un día que
daba un paseo, vio una gran araña y tuvo el deseo de aplastarla, pero
detuvo su gesto, pensando súbitamente que podía ayudarla; la dejó con
vida y continuó su camino.
Buda vio en esta
acción generosa un buen espíritu y tuvo deseo de ayudarlo. Por eso
arrojó a las profundidades del lago un hilo de araña largo que llegó
hasta los infiernos, hasta Kantaka. Kantaka miró este nuevo objeto y
constató que era una cuerda de plata muy fuerte. Pero no quiso creerlo y
se dijo que sería sin lugar a dudas un hilo de araña que pendía y que
sería poco probable subir por él.
Pero como deseaba ardientemente salir
de Naraka, intentaría el todo por el todo. Se aferró al hilo pensando
que la escalada sería muy peligrosa ya que el hilo podría romperse de un
momento a otro. Pero comenzó a subir… a subir… ayudándose con los pies y
con las manos, haciendo grandes esfuerzos para no resbalar.
La escalada era
larga. Cuando llegó a la mitad quiso mirar hacia abajo, a los infiernos,
ya que seguramente estaría ya muy lejos. Arriba veía la luz y sólo
deseaba llegar a ella. Inclinándose hacia abajo para mirar por última
vez, vio una multitud de gentes que subía tras él en una cadena
ininterrumpida desde las grandes profundidades de los infiernos. El
pánico se apoderó de él: esta cuerda era lo bastante sólida justo para
él; pero ante el peso de estos centenares de personas que subían por
ella, seguramente cedería ¡y todos se encontrarían de nuevo en el
infierno!¡Qué mala suerte!
-¡Esa gente debería quedarse en el infierno! ¿Por qué tienen que seguirme? -maldijo contra ellos.
En ese momento
preciso, el hilo cedió muy exactamente a la altura de las manos de
Kantaka y todos cayeron en las profundidades tenebrosas del lago. Al
mismo tiempo, el sol de mediodía resplandecía sobre el lago por cuya
orilla se paseaba el Buda.
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