Anónimo Hindú.
En la India dos hombres caminaban por el campo. El más anciano dijo:
-Estoy cansado. Por favor, ve a buscar
un poco de agua en los pozos que se ven al otro lado del arrozal. Te
espero a la sombra de estos árboles.
El joven cruzó el campo y en el pozo se
encontró con una muchacha que estaba sacando agua. Se sintió atraído
por ella y suavemente le preguntó su nombre. Ella le contestó con una
sonrisa. Algo más tarde él le propuso llevarle la vasija hasta el
pueblo. Ella aceptó. Ya en la aldea fue invitado a comer en casa de la
joven. Conoció a toda la familia y acabó pidiendo la mano de la chica.
Se la concedieron.
Tras la boda trabajó como campesino,
tuvo hijos y los educó. Uno murió de enfermedad. Sus suegros también
fallecieron y se convirtió en el cabeza de familia. Su hijo mayor se
casó y partió. Su mujer, con el pelo ya cano, murió algo después. Él la
lloró, porque la había amado mucho. Días más tarde una inundación
devastó el valle. Fue arrastrado como sus vecinos por un torbellino de
agua fangosa. Luchó para sujetar a su hijo menor, que se ahogaba ante
sus ojos.
De repente, sin saber por qué, se
acordó de su amigo, el anciano que le había pedido agua. Al instante se
encontró en tierra seca, cruzando un campo, con una jarra en la mano.
Regresó junto al anciano, que estaba adormecido bajo un árbol. Algo en
el aire, que se había vuelto puro y ligero, parecía indicarle al joven
que se hallaba en el mismísimo umbral del gran misterio de Vishnú, el
dios que mantiene los mundos en su sitio.
El anciano se despertó y le dijo:
-El sol ya está bajo. Tardaste mucho. Estaba a punto de ir a buscarte.
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