Popular Medieval.
Hace algunos años, había en China una familia con sólo la madre y sus
hijos. Para mantener la familia, el hijo mayor cultivaba hortalizas y
frutas, las cuáles llevaba después al mercado para venderlas por un poco
de dinero.
Un día, cuando el joven regresaba del mercado, sintió ganas de ir al
lavabo, por lo que se dirigió a un lavabo público. Allí, mientras hacía
sus necesidades, descubrió una bolsa en un rincón, pero para su
sorpresa, cuando la abrió y miró dentro encontró en su interior
cincuenta piezas de oro.
Al instante pensó que la persona que hubiese perdido la bolsa debía
estar muy preocupada y creyó que tal vez las necesitase para pagar
algunas urgentes necesidades.
Inmediatamente tomó la decisión de esperar algunas horas por si esa
persona volvía a buscar la citada bolsa. Esperó hasta que el sol se
puso, y entonces vio a un mercader corriendo hacia el lavabo mientras
miraba nerviosamente por todos lados. Al verlo, el joven supuso que
estaba buscando algo. Caminó hacia él y le preguntó:
— Señor, ¿ha perdido usted algo?
El mercader lo miró y respondió:
— Sí joven, he perdido una importante bolsa y no logro encontrarla.
El joven sacó la bolsa que había encontrado y le dijo:
— ¿Es ésta la bolsa que ha perdido?
El mercader al verla se alegró al mismo tiempo que excitadamente exclamaba:
— ¡Sí! –y tomó la bolsa que le ofrecía el joven.
Al instante su actitud cambió y pensó que si admitía que la bolsa era
suya, debería dar al joven una justa recompensa por su honestidad.
Aunque, si decía que la bolsa no era suya, entonces se la quedaría el
joven por haberla encontrado.
El mercader abrió la bolsa, contó el oro, y de repente miró al joven diciendo:
— Originariamente había cien piezas de oro en esta bolsa, ¿por qué
ahora sólo hay cincuenta? –y luego le pidió las cincuenta piezas que
supuestamente faltaban.
Naturalmente, el joven era incapaz de hacerlo. Tras una pequeña
discusión, decidieron ir al juzgado y presentarse ambos ante el juez.
Después de oír las dos historias, el juez comprendió que el mercader
estaba intentando sacar beneficio de la honestidad del joven. El juez
entendió que si el joven hubiese querido quedarse con el oro, no hubiese
estado junto a los lavabos tanto tiempo esperando hasta que apareciese
el propietario y reclamase su bolsa. Y así tras pensar en ello, decidió
dar una lección al mercader.
— Bien –dijo el Juez, mirando al mercader –tú dijiste que había cien piezas de oro en la bolsa.
— Sí, su Señoría –contestó el mercader.
Luego el Juez miró al joven y dijo:
— Tú dijiste que cuando encontraste la bolsa, tan sólo había cincuenta piezas en ella.
— Es verdad Señoría –respondió el joven.
El Juez entonces dijo al mercader:
— Como en tu bolsa había cien piezas de oro, y en la bolsa que
encontró el joven sólo hay cincuenta, creo que esta no es la bolsa que
tú perdiste, por lo que la bolsa debe pertenecer a otro. Así que
esperaremos dos días por si alguien viene a reclamarla. De no ser así,
querrá decir que la bolsa se la puede quedar el joven.
El mercader estaban tan sorprendido, que no pudo responder nada.
Naturalmente nadie fue a reclamar la citada bolsa, y ésta con sus
cincuenta piezas de oro fue entregada al joven. El mercader había
obtenido su merecido.
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