Resumen de REINER ZIMNIK, "LOS TAMBORES".
Hace muchos, muchos años, un tambor recorría las calles de aquella ciudad gritando: ¡Empezamos una nueva vida! ¡Nos vamos a otro país!
Los ciudadanos, preocupados, decidieron meter el tambor entre rejas, a pan y agua. Pero, a la mañana siguiente, las gentes oyeron de nuevo el tambor en las calles. Y así una mañana y otra.
Un día eran ya hombres y mujeres, el carcelero, soldados y caballeros, lo sque recorrían con sus tambores las calles de la ciudad: ¡Empezamos una nueva vida! ¡Nos vamos a otro país. Aunque otra mañana predieron a los tambores y los llevaron ante el Obispo para que los rociara con agua bendita, porque creían que la ciudad estaba hechizada. Pero cuando salieron de la catedral... había más tambores. En todas las casas, resonaba su grito: ¡Empezamos una nueva vida! ¡Nos vamos hacia otro país!
Al domingo siguiente, abrieron la gran puerta de la muralla y se pusieron en camino, para empezar una nueva vida. Caminaron y caminaron. En la primera ciudad les dijeron que no había sitio, pero, cuando ya se iban por las colinas, cuatrocientos hombres de aquella ciudad siguieron su camino. Anduvieron y anduvieron. Después de seis semanas llegaron a un valle donde no había ni un sólo árbol. Entonces los tambores gritaron: Construyamos cabañas y sembremos el trigo. Pero no había agua. Los tambores se sentaron en el suelo y estaban tristes. Recogieron su trigo de entre la arena y se fueron a otro lugar. Allí llegó la lluvia y creció el trigo. Algunos dijeron: -Hermanos, hemos sembrado y hemos recogido la cosecha. Nadie pasa hambre. Alegrémonos, bailemos y cantemos. Pero nadie se alegró. Uno de ellos gritó en sueños: -¡Aquí no crece ninguna flor! Otro chilló: -¡Aquí no canta ningún pájaro! Una vez más se pusieron en marcha.
Habían olvidado que la tierra era redonda. Un día apareció ante ellos una ciudad maravillosa, con su muralla y su hermosa catedral. Al llegar a aquella ciudad, preguntaron: -¿Cómo se llama esta ciudad? ¿Podemos entrar? Los centinelas les contestaron: Pueden entrar los comerciantes y los campesinos; no aquellos que llegan con harapos y con tambores. Id donde queráis. Aquí no hay sitio para vosotros.
Entonces, por primera vez, los tambores volvieron atrás. Los guardianes se desternillaban de risa. Uno dijo: -Hay una leyenda en nuestra ciudad. Se cuenta que, hace muchos años, unos hombres salieron por la gran puerta de la muralla en busca de una nueva vida. Se dice que llevaban maderos y tambores. Igual que éstos...
Los tambores habían desaparecido tras las colinas y nunca se volvió a saber de ellos. Pero el más joven de los guardianes estuvo largo rato mirando el camino por donde se marcharon. A la mañana siguiente, cogió un tambor y recorrió las calles gritando: ¡Empezamos una nueva dida! ¡Nos vamos a otro país!
Hace muchos, muchos años, un tambor recorría las calles de aquella ciudad gritando: ¡Empezamos una nueva vida! ¡Nos vamos a otro país!
Los ciudadanos, preocupados, decidieron meter el tambor entre rejas, a pan y agua. Pero, a la mañana siguiente, las gentes oyeron de nuevo el tambor en las calles. Y así una mañana y otra.
Un día eran ya hombres y mujeres, el carcelero, soldados y caballeros, lo sque recorrían con sus tambores las calles de la ciudad: ¡Empezamos una nueva vida! ¡Nos vamos a otro país. Aunque otra mañana predieron a los tambores y los llevaron ante el Obispo para que los rociara con agua bendita, porque creían que la ciudad estaba hechizada. Pero cuando salieron de la catedral... había más tambores. En todas las casas, resonaba su grito: ¡Empezamos una nueva vida! ¡Nos vamos hacia otro país!
Al domingo siguiente, abrieron la gran puerta de la muralla y se pusieron en camino, para empezar una nueva vida. Caminaron y caminaron. En la primera ciudad les dijeron que no había sitio, pero, cuando ya se iban por las colinas, cuatrocientos hombres de aquella ciudad siguieron su camino. Anduvieron y anduvieron. Después de seis semanas llegaron a un valle donde no había ni un sólo árbol. Entonces los tambores gritaron: Construyamos cabañas y sembremos el trigo. Pero no había agua. Los tambores se sentaron en el suelo y estaban tristes. Recogieron su trigo de entre la arena y se fueron a otro lugar. Allí llegó la lluvia y creció el trigo. Algunos dijeron: -Hermanos, hemos sembrado y hemos recogido la cosecha. Nadie pasa hambre. Alegrémonos, bailemos y cantemos. Pero nadie se alegró. Uno de ellos gritó en sueños: -¡Aquí no crece ninguna flor! Otro chilló: -¡Aquí no canta ningún pájaro! Una vez más se pusieron en marcha.
Habían olvidado que la tierra era redonda. Un día apareció ante ellos una ciudad maravillosa, con su muralla y su hermosa catedral. Al llegar a aquella ciudad, preguntaron: -¿Cómo se llama esta ciudad? ¿Podemos entrar? Los centinelas les contestaron: Pueden entrar los comerciantes y los campesinos; no aquellos que llegan con harapos y con tambores. Id donde queráis. Aquí no hay sitio para vosotros.
Entonces, por primera vez, los tambores volvieron atrás. Los guardianes se desternillaban de risa. Uno dijo: -Hay una leyenda en nuestra ciudad. Se cuenta que, hace muchos años, unos hombres salieron por la gran puerta de la muralla en busca de una nueva vida. Se dice que llevaban maderos y tambores. Igual que éstos...
Los tambores habían desaparecido tras las colinas y nunca se volvió a saber de ellos. Pero el más joven de los guardianes estuvo largo rato mirando el camino por donde se marcharon. A la mañana siguiente, cogió un tambor y recorrió las calles gritando: ¡Empezamos una nueva dida! ¡Nos vamos a otro país!
No hay comentarios:
Publicar un comentario