Dino Semplici.
Un día el diablo se sintió cansado y decidió dormir la siesta. Trajo un
alma particularmente blanda y, recostada la cabeza, se durmió.
Pero fue despertado, casi enseguida, por un gran ruido: alguien estaba dando fuertes golpes a las puertas del infierno.
“Una cosa insólita”, pensó el diablo y se fue a abrir.
Se le apareció un hombrecito vestido de negro con un martillo en la mano.
“Oh, ¿qué haces tú?”, le preguntó el diablo.
“Estoy asegurando las puertas del infierno”, respondió el hombrecito. “Nosotros, los hombres hemos decidido que el infierno ya no existe y por lo tanto deben desaparecer también los símbolos y otras realidades que se esconden detrás de los símbolos”.
“Nosotros, los hombres –se las echó de doctor el hombrecito- hemos decidido que los símbolos y las realidades son la misma cosa. Por lo cual, hazte a un lado y déjame trabajar”.
El diablo se hizo a un lado y observó al hombrecito llevar a término el trabajo.
Después, cuando éste se fue muy satisfecho, entró en casa, como hacía desde milenios, a través de los batientes asegurados.
Se despertó y se dio cuenta de que había sido un sueño. Le había parecido tan verdadero que se frotó instintivamente las manos.
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