Imberdis-Perrin.
Cierto día, un anciano ermitaño recibe la visita de un joven que viene a consultarle. El muchacho trae una pregunta que hacerle.
-Ya que sois un hombre de Dios - dice el visitante-, pedidle que se cumpla mi deseo: quiero ser rico, afortunado en el amor, disfrutar de una larga vida y poder humillar a los que me humillaron a mí, cuando era niño. Os pagaré lo que sea -añadió el joven, tras un breve silencio.
El ermitaño ni le miró siquiera y el muchaco se fue, decepcionado e irritado.
Al cabo de cierto tiempo, volvió el joven adonde el ermitaño.
-Comprendo -dijo- que ni siquiera me mirarais cuando os pedí ser rico y afortunado en el amor, disfrutar de larga vida y vengarme de los que me hicieron daño. Eran unas peticiones muy egoístas. Pero hoy traigo un asunto más serio: ¿por qué tengo yo que morir?
El ermitaño le miró, pero no dijo nada, y el joven se fue preocupado e irritado.
De nuevo volvió adonde el ermitaño y dijo.
- ¿Por qué tengo yo que morir, siendo así que Dios es bueno? ¿Por qué hay hijos asesinados, pobres hambrientos y enfermos incurables? ¿Por qué existen la tenebrosidad del alma, y el dolor, y el crimen, y la muerte, si decís que Dios es bueno? Dadme una respuesta, os lo exijo.
Pero no hubo respuesta.
- Ya veo -dijo el joven- que consideráis necias y despreciables mis preguntas.
-Yo no he dicho tal cosa -replicó el ermitaño, pero sin añadir más. Y el joven se fue pensativo.
La próxima vez que volvió, empezó guardando silencio.
Entonces, quién habló fue el ermitaño:
-¿Qué es lo que deseas?
-¡Pero, cómo, si de sobra sabéis lo que deseo! -repuso el joven-. Lo que deseo es sabiduría y poder: deseo alcanzar el conocimiento, para así verme libre de la duda y la ansiedad; y deseo alcanzar el poder, para con él disfrutar de la vida y exaltar mi fuerza.
-Muy bien, -dijo el ermitaño-, todo deseo tiene su verdad. Ve y actúa, en conformidad con tu deseo.
Pero el joven no se fue, permanecía allí en silencio.
-¿Qué quieres de mí? -le preguntó el ermitaño.
-Quisiera que me hicierais una pregunta, pues sé que sois un hombre sabio y que estáis próximo a las verdades profundas, que yo no alcanzo a comprender. Preguntadme para que, por lo menos, sepa dónde he de buscar.
-Así que -dijo el ermitaño- quieres comprender bien, pero con tal que se te haga una buena pregunta. De este modo, te verás libre de la duda y la ansiedad, y podrás disfrutar del camino.
El joven se fue, vivamente encolerizado.
La próxima vez que volvió adonde el ermitaño, dijo:
-Decidme una palabra de verdad y, ai al menos soy capaz de comprenderla, intentaré poner en práctica la verdad.
-Muy bien -dijo el ermitaño-, ahora es cuando voy a responder a tus preguntas. Voy a decirte en qué consiste la verdadera riqueza, el verdadero amor, la verdadera vida, el verdadero poder. Voy a explicarte cuál es la altura, la longitud, la anchura y la profundidad de la sabiduría de Dios.
-Pero ¿por qué me dais hoy lo que me negasteis no hace mucho? -preguntó el joven, sorprendido.
-Nunca te negué nada -le replicó el ermitaño. ¿Cómo podría haberte dado lo que entonces no querías?
Cierto día, un anciano ermitaño recibe la visita de un joven que viene a consultarle. El muchacho trae una pregunta que hacerle.
-Ya que sois un hombre de Dios - dice el visitante-, pedidle que se cumpla mi deseo: quiero ser rico, afortunado en el amor, disfrutar de una larga vida y poder humillar a los que me humillaron a mí, cuando era niño. Os pagaré lo que sea -añadió el joven, tras un breve silencio.
El ermitaño ni le miró siquiera y el muchaco se fue, decepcionado e irritado.
Al cabo de cierto tiempo, volvió el joven adonde el ermitaño.
-Comprendo -dijo- que ni siquiera me mirarais cuando os pedí ser rico y afortunado en el amor, disfrutar de larga vida y vengarme de los que me hicieron daño. Eran unas peticiones muy egoístas. Pero hoy traigo un asunto más serio: ¿por qué tengo yo que morir?
El ermitaño le miró, pero no dijo nada, y el joven se fue preocupado e irritado.
De nuevo volvió adonde el ermitaño y dijo.
- ¿Por qué tengo yo que morir, siendo así que Dios es bueno? ¿Por qué hay hijos asesinados, pobres hambrientos y enfermos incurables? ¿Por qué existen la tenebrosidad del alma, y el dolor, y el crimen, y la muerte, si decís que Dios es bueno? Dadme una respuesta, os lo exijo.
Pero no hubo respuesta.
- Ya veo -dijo el joven- que consideráis necias y despreciables mis preguntas.
-Yo no he dicho tal cosa -replicó el ermitaño, pero sin añadir más. Y el joven se fue pensativo.
La próxima vez que volvió, empezó guardando silencio.
Entonces, quién habló fue el ermitaño:
-¿Qué es lo que deseas?
-¡Pero, cómo, si de sobra sabéis lo que deseo! -repuso el joven-. Lo que deseo es sabiduría y poder: deseo alcanzar el conocimiento, para así verme libre de la duda y la ansiedad; y deseo alcanzar el poder, para con él disfrutar de la vida y exaltar mi fuerza.
-Muy bien, -dijo el ermitaño-, todo deseo tiene su verdad. Ve y actúa, en conformidad con tu deseo.
Pero el joven no se fue, permanecía allí en silencio.
-¿Qué quieres de mí? -le preguntó el ermitaño.
-Quisiera que me hicierais una pregunta, pues sé que sois un hombre sabio y que estáis próximo a las verdades profundas, que yo no alcanzo a comprender. Preguntadme para que, por lo menos, sepa dónde he de buscar.
-Así que -dijo el ermitaño- quieres comprender bien, pero con tal que se te haga una buena pregunta. De este modo, te verás libre de la duda y la ansiedad, y podrás disfrutar del camino.
El joven se fue, vivamente encolerizado.
La próxima vez que volvió adonde el ermitaño, dijo:
-Decidme una palabra de verdad y, ai al menos soy capaz de comprenderla, intentaré poner en práctica la verdad.
-Muy bien -dijo el ermitaño-, ahora es cuando voy a responder a tus preguntas. Voy a decirte en qué consiste la verdadera riqueza, el verdadero amor, la verdadera vida, el verdadero poder. Voy a explicarte cuál es la altura, la longitud, la anchura y la profundidad de la sabiduría de Dios.
-Pero ¿por qué me dais hoy lo que me negasteis no hace mucho? -preguntó el joven, sorprendido.
-Nunca te negué nada -le replicó el ermitaño. ¿Cómo podría haberte dado lo que entonces no querías?
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