Un leñador no lograba encontrar su hacha preferida. Había revuelto
toda la casa, registrado todos los rincones. No había nada que hacer. El
hacha había desaparecido.
Empezó a pensar que alguien se la había robado. Preso de estos pensamientos, se asomó a la ventana. Precisamente en aquel momento estaba pasando por delante el hijo de su vecino.
— ¡Tiene toda la pinta de haber robado un hacha! –pensó el leñador-. ¡Tiene ojos de ladrón de hachas…! ¡E, incluso, el andar de un ladrón de hachas!
El leñador iba alimentando todos estos pensamientos día y noche.
Pocos días más tarde el leñador encontró su hacha debajo de un banco donde él la había dejado un día a la vuelta del trabajo. Feliz por haberla encontrado, se asomó por la ventana.
Justo en aquel momento pasaba el hijo de su vecino.
— No tiene pinta de ladrón de hachas –pensó el leñador-. Al contrario tiene ojos de buen chico, e ¡incluso su andar es de una buena persona!
Bruno Ferrero
Empezó a pensar que alguien se la había robado. Preso de estos pensamientos, se asomó a la ventana. Precisamente en aquel momento estaba pasando por delante el hijo de su vecino.
— ¡Tiene toda la pinta de haber robado un hacha! –pensó el leñador-. ¡Tiene ojos de ladrón de hachas…! ¡E, incluso, el andar de un ladrón de hachas!
El leñador iba alimentando todos estos pensamientos día y noche.
Pocos días más tarde el leñador encontró su hacha debajo de un banco donde él la había dejado un día a la vuelta del trabajo. Feliz por haberla encontrado, se asomó por la ventana.
Justo en aquel momento pasaba el hijo de su vecino.
— No tiene pinta de ladrón de hachas –pensó el leñador-. Al contrario tiene ojos de buen chico, e ¡incluso su andar es de una buena persona!
Bruno Ferrero
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