Se cuenta que un califa era tan perverso y cruel que publicó esta proclama:
“¡Si alguno de mis súbditos es sorprendido haciendo limosna, le será cortada una mano!”
Así que desde aquel día todos se abstenían de ayudarse mutuamente, nadie osaba mostrarse caritativo.
Sucedió que un día un mendigo se presentó a una mujer que tenía un hijo, y que era muy pobre, pidiéndole por caridad.
Ella respondió:
— ¿Cómo quieres que te de algo, si el califa corta la mano a quien haga una limosna?
Y el mendigo dijo:
— ¡Yo pido en nombre de Dios!
Al oír esto, la mujer no pudo negarse y le dio dos panes.
Pero el soberano lo supo, e hizo llevar a la mujer a su presencia, y le hizo cortar las dos manos.
Aquella mujer era muy guapa, y el soberano, después de haberla mutilado, se enamoró de tal manera que la quiso por esposa, suscitando malhumor y protestas por parte de sus otras mujeres. Celosas del favor que gozaba esta nueva rival, la acusaban ante el rey.
Entonces el soberano ordenó que madre e hijo fuesen llevados al desierto, y allí abandonados para que muriesen de hambre.
Mientras la pobre vagaba por el desierto, llorando su propia suerte con el niño en brazos, pasó cerca de un pozo y se inclinó para beber, de la gran sed que tenía después de tanto penar y caminar.
Pero mientras se inclinaba, el niño le resbaló y cayó dentro del pozo. Se sentó entonces en el brocal, llorando fuertemente; cuando he aquí que le pasaron cerca dos hombres:
— ¿Por qué lloras? -le preguntaron.
— Tenía un niño en brazos, y se me ha caído al pozo, -responde ella.
— ¿Estarías contenta si lo sacáramos afuera?
Responde:
— Sí.
Y los dos rezaron a Dios, y el niño salió del agua sin ningún daño. Entonces le dijeron:
— ¿Estarías contenta si Dios te devolviera tus manos?
Responde:
— Sí.
Rogaron a Dios y las manos de la mujer tornaron a ella, más bellas que antes.
Finalmente, le dijeron aquellos dos:
— ¿Sabes quienes somos nosotros? ¡Somos los dos panes que ofreciste en limosna al mendigo; aquel donativo por el cual te fueron cortadas las manos! ¡Alaba, por lo tanto, al Altísimo, que no deja sin recompensa ningún acto de caridad!
Árabe. De las mil y una noche.
“¡Si alguno de mis súbditos es sorprendido haciendo limosna, le será cortada una mano!”
Así que desde aquel día todos se abstenían de ayudarse mutuamente, nadie osaba mostrarse caritativo.
Sucedió que un día un mendigo se presentó a una mujer que tenía un hijo, y que era muy pobre, pidiéndole por caridad.
Ella respondió:
— ¿Cómo quieres que te de algo, si el califa corta la mano a quien haga una limosna?
Y el mendigo dijo:
— ¡Yo pido en nombre de Dios!
Al oír esto, la mujer no pudo negarse y le dio dos panes.
Pero el soberano lo supo, e hizo llevar a la mujer a su presencia, y le hizo cortar las dos manos.
Aquella mujer era muy guapa, y el soberano, después de haberla mutilado, se enamoró de tal manera que la quiso por esposa, suscitando malhumor y protestas por parte de sus otras mujeres. Celosas del favor que gozaba esta nueva rival, la acusaban ante el rey.
Entonces el soberano ordenó que madre e hijo fuesen llevados al desierto, y allí abandonados para que muriesen de hambre.
Mientras la pobre vagaba por el desierto, llorando su propia suerte con el niño en brazos, pasó cerca de un pozo y se inclinó para beber, de la gran sed que tenía después de tanto penar y caminar.
Pero mientras se inclinaba, el niño le resbaló y cayó dentro del pozo. Se sentó entonces en el brocal, llorando fuertemente; cuando he aquí que le pasaron cerca dos hombres:
— ¿Por qué lloras? -le preguntaron.
— Tenía un niño en brazos, y se me ha caído al pozo, -responde ella.
— ¿Estarías contenta si lo sacáramos afuera?
Responde:
— Sí.
Y los dos rezaron a Dios, y el niño salió del agua sin ningún daño. Entonces le dijeron:
— ¿Estarías contenta si Dios te devolviera tus manos?
Responde:
— Sí.
Rogaron a Dios y las manos de la mujer tornaron a ella, más bellas que antes.
Finalmente, le dijeron aquellos dos:
— ¿Sabes quienes somos nosotros? ¡Somos los dos panes que ofreciste en limosna al mendigo; aquel donativo por el cual te fueron cortadas las manos! ¡Alaba, por lo tanto, al Altísimo, que no deja sin recompensa ningún acto de caridad!
Árabe. De las mil y una noche.
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