El gran santo budista solía andar cubierto únicamente con un
taparrabos. Vivía siempre de forma austera y muy pobre. Aunque parezca
absurdo, llevaba siempre consigo un pequeño plato de oro que le había
regalado el rey, el cual había sido su discípulo. Lo llevaba como
recuerdo, pero su corazón no era esclavo de aquel pedazo de oro.
Una noche, estaba a punto de acostarse para dormir entre las ruinas de un antiguo monasterio cuando observó la presencia de un ladrón escondido detrás de una de las columnas. “Ven aquí y toma esto”, dijo el santo budista mientras le ofrecía el plato de oro. “Así no me molestarás un vez que me haya dormido y podré gozar de este rato de paz que es el descanso”.
El ladrón agarró con ansia el plato y salió zumbando. Pero a la mañana siguiente regresó con el plato… y con una petición:
“Cuando anoche te desprendiste con tanta facilidad de este plato pensé que me hacías inmensamente rico y feliz. Ahora quiero que me enseñes esa riqueza interior que te hace tan desprendido y otorga tanta paz”.
Parábola budista
Una noche, estaba a punto de acostarse para dormir entre las ruinas de un antiguo monasterio cuando observó la presencia de un ladrón escondido detrás de una de las columnas. “Ven aquí y toma esto”, dijo el santo budista mientras le ofrecía el plato de oro. “Así no me molestarás un vez que me haya dormido y podré gozar de este rato de paz que es el descanso”.
El ladrón agarró con ansia el plato y salió zumbando. Pero a la mañana siguiente regresó con el plato… y con una petición:
“Cuando anoche te desprendiste con tanta facilidad de este plato pensé que me hacías inmensamente rico y feliz. Ahora quiero que me enseñes esa riqueza interior que te hace tan desprendido y otorga tanta paz”.
Parábola budista
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