Érase una vez un hombre y una mujer que tenían tres hijas. La más pequeña llamábase Ifara y era entre todas la más bonita. Una noche Ifara soñó y, al despertar del día siguiente, contó el sueño a sus hermanas.
- Yo soñé – les dijo – con el Hijo del Sol, que descendía de los cielos para buscar esposa en la tierra y, ¿lo creeréis?, fui yo la elegida por esposa entre todas las mujeres.
Las dos hermanas, celosas, se disgustaron al escuchar el sueño de Ifara y se dijeron:
- ¡En verdad, ella es mucho más bonita que nosotras dos, y quién sabe si un poderoso y gran señor llegará para desposarse con ella! Es preciso deshacerse de ella. Pero antes veamos sí todas las gentes piensan igualmente de la belleza de Ifara.
Llamaron, pues, a Ifara y la invitaron a componerse para pasear juntas. Encontraron enseguida a una anciana.
- Oh, buena señora – inquirieron las dos hermanas a coro – ¿cuál de las tres es la más bella?
La anciana respondió:
- Ramatua no está mal; Raivu igualmente es bella; pero es Ifara la más encantadora de todas.
Entonces Ramatua despojó a su hermana Ifara de las ropas exteriores.
Y encontraron, luego, a un anciano, y le preguntaron:
- Oh, buen hombre, ¿cuál de las tres es la más bella?
El anciano contestó lo mismo que la buena mujer, y Raivu desnudó a Ifara de la ropa interior.
Muy pronto encontraron a Itrimubé, monstruo mitad hombre, mitad toro, con una larga cola puntiaguda.
- Ahí está Itrimubé – se dijeron las dos hermanas, y le llamaron a voz en grito:
- Itrimubé, ¿cuál de las tres es la más bella?
Itrimubé, rugiendo, contestó:
- No es difícil responder: Ifara es la más bella.
Las dos hermanas, llenas de rabia, se dijeron:
- Nosotras no podemos darle muerte, pero la mandaremos coger las legumbres de Itrimubé; él se encolerizará y se la comerá.
Con estos propósitos llamaron a Ifara y le dijeron:
- Apostemos cuál de las tres coge las mayores batatas.
- ¿Dónde hay que cogerlas? – preguntó Ifara.
- Allá abajo – contestaron sus hermanas mostrándole los campos de Itrimubé. – Mas coge solamente las recién granadas.
Cuando Ifara entregó sus batatas, vio que las suyas eran mucho más pequeñas que las que sus hermanas habían cogido. Burláronse de ella y le dijeron:
- Anda lista en busca de otras.
En el preciso momento en que Ifara dirigióse de nuevo a los campos por mayores batatas, llegó Itrimubé galopando sobre sus cuatro patas; atrapóla y dijo en un grito:
- Rico presente, te pesqué; ¿eres tú la que robas mis batatas? Yo te comeré.
- ¡Oh, no, no! – exclamó la desventurada Ifara llorando. – Permitidme antes que sea vuestra esposa, y yo os cuidaré con amor.
- Bien, pues – dijo Itrimubé, y llevósela a su gruta.
Mas su idea era la de engordarla para comérsela seguidamente.
Las dos hermanas tornaron a su sano juicio al ver cómo el monstruo se llevaba a Ifara. Y corrieron a su casa para contar a sus padres que Ifara había sido sorprendida por Itrimubé cuando aquélla cogía sus batatas, y que éste la había devorado. Padre y madre lloraron amargamente y sin consuelo por la muerte de su amada hija.
Durante algún tiempo Itrimubé engordó a Ifara; túvola encerrada en su guarida, mientras iba en busca de manjares para darle de comer; decíase el monstruo que pronto estaría su presa lo suficientemente gorda y se deleitaba pensando en lo rica que resultaría asada.
Un día que Itrimubé había salido hasta el anochecer, Ifara vio un ratoncillo que, parándose ante ella, le dijo:
- Dame unos granos de arroz, Ifara, y yo te revelaré un secreto.
Ifara echóle unos granos de arroz y el ratoncillo hablóle así:
- Itrimubé piensa comerte mañana, mas yo roeré la cuerda que cierra la puerta de tu cárcel y podrás salvarte con la fuga. Lleva contigo un huevo, una escoba, un bastón y una piedra muy redonda y muy lisa, y echa a correr por el lado sur.
Cuando el diminuto ratón hubo cortado la cuerda que cerraba la puerta, Ifara, provista de un huevo, un bastón y una piedra redonda y muy pulida, y dejando un tronco gigantesco de plátano en su lecho, cerró la puerta y echó a correr.
Regresó Itrimubé llevando un caldero y el arma para matar y cocer a Ifara. La puerta estaba cerrada; llamó y gritó, pero nadie contestó a sus llamadas.
- Bien – pensó – ¡Ifara tanto ha engordado que no puede menearse!
Tiró abajo la puerta y, corriendo derecho hacia el lecho, hincó el arma en el tronco descomunal de plátano, pensando matar a Ifara.
- ¡Qué gorda está Ifara! – dijo – Mi arma se hunde sin esfuerzo.
Retiróla y pasó la lengua por su filo.
- ¡Ifara es todo sebo de tan gorda y resulta insípida! ¡Estará mejor, a buen seguro, asada!
Mas, descubierto el lecho, observó el tronco de plátano, lo que le encolerizó como es difícil de ponderar. Salió de su guarida y husmeando los aires por el Norte: nada; husmeó por el Este: nada; husmeó por el Oeste: nada; hacia el Sur, luego: “¡Ah, esta vez di contigo!”
Y empezó a galopar, y muy pronto alcanzó a Ifara.
- ¡Por fin, ya te atrapé! – gritó.
Ifara tiró a tierra su escoba, y así habló:
- ¡Por mi madre y por mi padre, que esta escoba se convierta en una interminable barrera que Itrimubé no pueda cruzar!
¡Y he aquí que la escoba se alarga y ensancha hasta convertirse en infranqueable barrera!
Pero Itrimubé hincó su larga cola puntiaguda por debajo de la muralla hasta que consiguió labrarse un camino y entonces gritó:
- ¡Por fin, ya te atrapé, Ifara!
Ifara tiró a tierra el huevo, y así habló:
- ¡Por mi madre y por mi padre, que este huevo se convierta en un estanque que Itrimubé no pueda salvar!
El huevo se rompió y convirtióse en un estanque muy profundo.
Pero Itrimubé empezó a beber hasta que consiguió secar el estanque; entonces cruzólo y gritó:
- ¡Rico presente: ya te consigo, Ifara!
Entonces Ifara tiró su bastón a tierra, y así habló:
- ¡Por mi madre y por mi padre, que este bastón se convierta en un inmenso bosque que Itrimubé no pueda atravesar!
El bastón convirtióse en un bosque donde se entrelazaban los árboles.
Pero Itrimubé cortó las ramas con su cola sin dejar un árbol en pie.
- ¡Ahora si, ya te conseguí, Ifara! gritó.
Pero Ifara tiró su piedra redonda y pulida a tierra y así habló:
- ¡Por mi madre y por mi padre, que esta piedra se convierta en un gran peñasco perpendicular!
La piedra creció, agrandóse y convirtióse en un gran peñasco perpendicular, y fue del todo imposible que Itrimubé trepara por él.
Entonces él gritó:
- ¡Échame una cuerda, Ifara; yo no te haré ningún daño!
- No te levantaré en alto si antes no dejas tu arma plantada en el suelo – replicó Ifara.
Itrimubé dejó su arma en el suelo, y la buena de Ifara dio manos a la obra, llevando por los aires, con una cuerda, a su enemigo.
Mas tan pronto como vio éste que podía ya alcanzarla, gritó:
- ¡En verdad, en verdad, ahora sí que te tengo, Ifara!
Ifara tanto se asustó que soltó la cuerda que tenía en sus manos, e Itrimubé rodó hasta el abismo, donde, al caer sobre su propia arma, halló la muerte.
Ifara no sabía cómo hallar el camino de la casa de sus padres y, sentada sobre el peñasco, lloraba desconsolada. Bien pronto acudió un cuervo y, al verlo cerca, Ifara así le cantó:
“Cuervo, bonito cuervo,
si me llevas contigo a mis padres,
yo puliré tus negras alas.”
- ¡No – contestó el Cuervo – no, yo no te llevaré, no; no podrás contar que haya sido yo el que frutas verdes comiera!
Y llegó luego un milano y así le cantó Ifara:
“Milano, hermoso milano
si me llevas contigo a mis padres,
yo puliré tus alas grises.”
- ¡No – contestó el Milano – yo no te llevaré, no! No podrás jamás contar que yo haya comido ratas muertas.
La desventurada Ifara, así abandonada lloraba amargamente, cuando advirtió la presencia de una paloma azul que arrullaba “reú, reú, reú”, y así le cantó Ifara:
“Paloma, linda paloma,
si me llevas contigo a mis padres,
yo te puliré tus alas azules.”
- ¡Reú! ¡Reú! ¡Reú! Ven, hermosa niña – arrulló la paloma azul. – Pláceme compadecerme de los que sufren.
Y llevósela hasta el pozo de sus padres, dejándola sobre la copa de un árbol, junto al brocal del pozo.
Al poco, una pequeña esclava negra acudió en busca de agua, y, al asomarse al pozo, vio, como en un espejo, la imagen de Ifara, y pensó que era la suya propia.
- Ciertamente – díjose la esclava – soy demasiado hermosa para acarrear agua con este vil botijo.
Y tirólo al suelo, donde se hizo añicos, mientras Ifara decía:
- ¿Mi padre y mi madre gastan su dinero comprando botijos para que así tú los rompas tan fácilmente?
La esclava miró por doquiera, mas a nadie vio y tornóse a casa.
A la mañana siguiente, la pequeña esclava fue con un nuevo cántaro por agua, y también esta vez, vio el rostro de Ifara en el fondo del pozo; con alborozo, gritó:
- ¡No, basta de llevar el cántaro a la fuente; soy demasiado bonita para este menester!
Y, también ahora, rompió el botijo.
Pero Ifara repitió las mismas palabras:
- ¿Mi padre y mi madre gastan su dinero comprando botijos para que así tú los rompas tan fácilmente?
La esclava miró por todos los lados, y, no viendo a nadie, aceleró el paso hacia la casa de sus dueños, y contó haber oído en el fondo del pozo una voz semejante a la de Ifara.
El padre y la madre echaron a correr, y cuando Ifara los distinguió, descendió del árbol, y los padres lloraron de alegría por tan feliz encuentro.
Los padres de Ifara tanto se enojaron contra las otras dos hermanas que las echaron de casa, viviendo dichosos con Ifara.
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