LEYENDA CANADIENSE.
Sobre la cima más alta de las Montañas Rocosas, en una inmensa gruta toda esmaltada de gemas, el Rey de las Arañas tenía su morada.
No sólo los animales, sino también los indios que vivían en las pendientes del monte estaban aterrorizados, porque sabían que la Araña era verdaderamente potente y cruel, y su veneno mortal.
Vivía en su gruta rodeada de una muchedumbre de consejeros y de siervos, todos tremulantes frente a él.
Pero un día, uno de estos consejeros, cansado de soportar las violencias de la Araña, se adelantó y dijo:
"¡Majestad, tú te crees invencible e insuperable, pero hay alguno más poderoso que tú, que con un solo dardo te podría aniquilar!".
-"¿Y quién es este Rey que puede competir con mi potencia?", gritó entonces la Araña lívida de cólera.
"¡Es el sol!", exclamó el consejero. "¡El Sol que domina el firmamento, y manda sus rayos hasta tu morada!".
Entonces la araña salió al umbral de la gruta, y por primera vez levantó los ojos para mirar aquello que se decía ser el más grande y potente rey del universo. Pero no logró soportar el fulgor y se vio obligada a bajar la cabeza, cegada por la luz.
"El sol ha querido humillarme, obligarme a inclinarme ante su potencia", pensó.
Y empezó a tramar su venganza.
De las piedras preciosas que brillaban en su gruta, la Araña trajo los colores más bellos, los enrolló en voluminosos ovillos, y se puso a tejer una tela maravillosa. ¿Quién hubiera imaginado jamás que una trama tan estupenda debiera servir para cumplir una cruel venganza?
Cuando hubo terminado, una tarde la Araña reunió su Corte para mostrar la inmensa telaraña que lanzaba sus hilos luminosos desde la cima de la montaña hasta el cielo estrellado.
"He tejido esta tela", les dijo, "porque mañana quiero capturar y hacer prisionero a mi enemigo, el Sol, apenas aparezca en el cielo! ¡Quiero hacerlo morir encadenado!".
Ante estas palabras, las estrellas por miedo se escondieron detrás de las nubes, y las nubes se condensaron alrededor del Sol derramando ríos de lágrimas, mientras los pinos y los abetos susurraban y murmuraban con gemidos cargados de siniestros presagios.
Toda aquella confusión terminó por llamar la atención del Sol, que viendo a la Araña en acecho delante de su gruta, le lanzo un rayo tan violento que la redujo a cenizas al instante.
Pero la mágica telaraña no la quiso destruir: era demasiado bella. Decidió tenerla consigo, y desde aquel día en adelante le sirvió como mensaje de paz y de serenidad cada vez que una tormenta viene a sacudir la tierra.
Sobre la cima más alta de las Montañas Rocosas, en una inmensa gruta toda esmaltada de gemas, el Rey de las Arañas tenía su morada.
No sólo los animales, sino también los indios que vivían en las pendientes del monte estaban aterrorizados, porque sabían que la Araña era verdaderamente potente y cruel, y su veneno mortal.
Vivía en su gruta rodeada de una muchedumbre de consejeros y de siervos, todos tremulantes frente a él.
Pero un día, uno de estos consejeros, cansado de soportar las violencias de la Araña, se adelantó y dijo:
"¡Majestad, tú te crees invencible e insuperable, pero hay alguno más poderoso que tú, que con un solo dardo te podría aniquilar!".
-"¿Y quién es este Rey que puede competir con mi potencia?", gritó entonces la Araña lívida de cólera.
"¡Es el sol!", exclamó el consejero. "¡El Sol que domina el firmamento, y manda sus rayos hasta tu morada!".
Entonces la araña salió al umbral de la gruta, y por primera vez levantó los ojos para mirar aquello que se decía ser el más grande y potente rey del universo. Pero no logró soportar el fulgor y se vio obligada a bajar la cabeza, cegada por la luz.
"El sol ha querido humillarme, obligarme a inclinarme ante su potencia", pensó.
Y empezó a tramar su venganza.
De las piedras preciosas que brillaban en su gruta, la Araña trajo los colores más bellos, los enrolló en voluminosos ovillos, y se puso a tejer una tela maravillosa. ¿Quién hubiera imaginado jamás que una trama tan estupenda debiera servir para cumplir una cruel venganza?
Cuando hubo terminado, una tarde la Araña reunió su Corte para mostrar la inmensa telaraña que lanzaba sus hilos luminosos desde la cima de la montaña hasta el cielo estrellado.
"He tejido esta tela", les dijo, "porque mañana quiero capturar y hacer prisionero a mi enemigo, el Sol, apenas aparezca en el cielo! ¡Quiero hacerlo morir encadenado!".
Ante estas palabras, las estrellas por miedo se escondieron detrás de las nubes, y las nubes se condensaron alrededor del Sol derramando ríos de lágrimas, mientras los pinos y los abetos susurraban y murmuraban con gemidos cargados de siniestros presagios.
Toda aquella confusión terminó por llamar la atención del Sol, que viendo a la Araña en acecho delante de su gruta, le lanzo un rayo tan violento que la redujo a cenizas al instante.
Pero la mágica telaraña no la quiso destruir: era demasiado bella. Decidió tenerla consigo, y desde aquel día en adelante le sirvió como mensaje de paz y de serenidad cada vez que una tormenta viene a sacudir la tierra.