En cierta ocasión, un monje que viajaba a pie, llegó a la caída de la
tarde a la casa de un campesino al que le pidió hospedaje.
El campesino accedió a alojarlo y darle de comer con la condición de que le pagara su hospitalidad con un kito por el bienestar de su familia. (Un kito es una ceremonia religiosa que se realiza generalmente para pedir algún favor, reverenciar a los muertos, etc.). El monje estuvo de acuerdo.
Una vez que hubieron cenado, la mujer del campesino limpió a conciencia la sala principal de la casa, adornaron el altar familiar y en presencia de toda la familia el monje comenzó la ceremonia.
Empezó el monje a recitar seguido por toda la familia. Se acercó al altar y formuló el primer voto:
— ¡Que primero se muera el abuelo!
La familia sobresaltada creyó haber oído mal.
El monje volvió al altar, ofreció incienso y rezó…
— ¡Que después se muera el padre!
La campesina miraba horrorizada a su marido. El monje continuó:
— ¡Que luego se muera el hijo!
Y a continuación, después de prosternarse tres veces, concluyó:
— ¡Que finalmente se muera el nieto!
El campesino, aguantando a duras penas la indignación que sentía, increpó al monje con los ojos llenos de lágrimas:
— ¿Qué has hecho, mal hombre? ¿Así pagas mi hospitalidad? ¿Deseándome un cúmulo de desgracias? ¡No puedo comprenderlo!
Pero el monje, imperturbable, le respondió:
— Sólo he pedido para tu familia la paz y la felicidad: que la muerte se suceda según el orden natural de las cosas. ¿Es que prefieres que muera primero el nieto y el abuelo el último? ¿No sería esta la forma más segura de que tu familia se extinguiera? Seguir el orden de la naturaleza, el orden cósmico: primero el abuelo, luego el padre, a continuación el hijo y por último el nieto. ¿Es eso una desgracia para tu familia?
El campesino le dio al monje la mejor cama de la granja.
Cuento zen
El campesino accedió a alojarlo y darle de comer con la condición de que le pagara su hospitalidad con un kito por el bienestar de su familia. (Un kito es una ceremonia religiosa que se realiza generalmente para pedir algún favor, reverenciar a los muertos, etc.). El monje estuvo de acuerdo.
Una vez que hubieron cenado, la mujer del campesino limpió a conciencia la sala principal de la casa, adornaron el altar familiar y en presencia de toda la familia el monje comenzó la ceremonia.
Empezó el monje a recitar seguido por toda la familia. Se acercó al altar y formuló el primer voto:
— ¡Que primero se muera el abuelo!
La familia sobresaltada creyó haber oído mal.
El monje volvió al altar, ofreció incienso y rezó…
— ¡Que después se muera el padre!
La campesina miraba horrorizada a su marido. El monje continuó:
— ¡Que luego se muera el hijo!
Y a continuación, después de prosternarse tres veces, concluyó:
— ¡Que finalmente se muera el nieto!
El campesino, aguantando a duras penas la indignación que sentía, increpó al monje con los ojos llenos de lágrimas:
— ¿Qué has hecho, mal hombre? ¿Así pagas mi hospitalidad? ¿Deseándome un cúmulo de desgracias? ¡No puedo comprenderlo!
Pero el monje, imperturbable, le respondió:
— Sólo he pedido para tu familia la paz y la felicidad: que la muerte se suceda según el orden natural de las cosas. ¿Es que prefieres que muera primero el nieto y el abuelo el último? ¿No sería esta la forma más segura de que tu familia se extinguiera? Seguir el orden de la naturaleza, el orden cósmico: primero el abuelo, luego el padre, a continuación el hijo y por último el nieto. ¿Es eso una desgracia para tu familia?
El campesino le dio al monje la mejor cama de la granja.
Cuento zen
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