Hace mucho tiempo, dos agricultores iban
caminando por un mercado cuando se pararon ante el puesto de un vendedor
de semillas, sorprendidos por unas semillas que nunca habían visto.
“Mercader, ¿qué semillas son estas?”, le preguntó uno de ellos.
“Son semillas de bambú. Vienen de Oriente y son unas semillas muy especiales”.
“¿Y por qué habrían sido de ser tan especiales?”, le espetó uno de los agricultores al mercader.
“Si os las lleváis y las plantáis, sabréis por qué. Sólo necesitan agua y abono”.
Así, los agricultores, movidos por la curiosidad, compraron varias semillas de esa extraña planta llamada bambú.
Tras la vuelta a sus tierras, los
agricultores plantaron esas semillas y empezaron a regarlas y a
abonarlas, tal y como les había dicho el mercader.
Pasado un tiempo, las plantas no germinaban mientras que el resto de los cultivos seguían creciendo y dando frutos.
Uno de los agricultores le dijo al otro:
“Aquél viejo mercader nos engañó con las semillas. De estas semillas
jamás saldrá nada”. Y decidió dejar de regar y abonarlas.
El otro decidió seguir cultivando las semillas con lo que no pasaba un día sin regarlas ni abonarlas cuando era necesario.
Seguía pasando el tiempo y las semillas no germinaban.
Hasta que un buen día, cuando el
agricultor estaba a punto de dejar de cultivarlas, se sorprendió al
encontrarse con que el bambú había crecido. Y no sólo eso, sino que las
plantas alcanzaron una altura de 30 metros en tan solo 6 semanas.
¿Como era posible que el bambú hubiese tardado 7 años en germinar y en sólo seis semanas hubiese alcanzado tal tamaño?
Muy sencillo: durante esos 7 años de
aparante inactividad, el bambú estaba generando un complejo sistemas de
raices que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener
después la planta.
Si no consigues lo que anhelas, no desesperes….Quizás sólo estés echando raices.
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