La discípula, que hacia planes para el banquete de su boda, afirmó que, por amor a los pobres, había conseguido que su familia accediera a ir en contra de lo convencional y sentar a los invitados pobres a la cabecera de la mesa, relegando a los ricos a los últimos lugares.
Se quedó mirando a los ojos del Maestro, esperando su aprobación.
El Maestro, después de pensarlo unos momentos, dijo: "Eso sería de lo más desafortunado, querida, porque nadie disfrutaría del banquete. Tu familia se sentiría violenta, tus invitados ricos insultados, y los pobres pasarían hambre, porque estarían demasiado cohibidos, viéndose a la cabecera de la mesa, para comer a su gusto".
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