Lo importante es el Evangelio,
no la persona que lo predica ni sus formas.
No la interpretación que se le ha dado siempre
o la que le da éste o aquél,
por muy canonizado que esté.
Eres tú el que tiene que interpretar
el mensaje personal que encierra para ti,
en el ahora.
No te importe lo que la religión
o la sociedad prediquen.