miércoles, 22 de octubre de 2014

El mito de la caverna de Platon


Nos pide Platón imaginar que nosotros somos como unos prisioneros que habitan una caverna subterránea. Estos prisioneros desde niños están encadenados e inmóviles de tal modo que sólo pueden mirar y ver el fondo de la estancia. Detrás de ellos y en un plano más elevado hay un fuego que la ilumina; entre el fuego y los prisioneros hay un camino más alto al borde del cual se encuentra una pared o tabique, como el biombo que los titiriteros levantan delante del público para mostrar, por encima de él, los muñecos. Por el camino desfilan unos individuos, algunos de los cuales hablan, portando unas esculturas que representan distintos objetos: unos figuras de animales, otros de árboles y objetos artificiales, etc. Dado que entre los individuos que pasean por el camino y los prisioneros se encuentra la pared, sobre el fondo sólo se proyectan las sombras de los objetos portados por dichos individuos. En esta situación los prisioneros creerían que las sombras que ven y el eco de las voces que oyen son la realidad.
Supongamos, dice Platón, que a uno de los prisioneros, “de acuerdo con su naturaleza” le liberásemos y obligásemos a levantarse, volver hacia la luz y mirar hacia el otro lado de la caverna. El prisionero sería incapaz de percibir las cosas cuyas sombras había visto antes. Se encontraría confuso y creería que las sombras que antes percibía son más verdaderas o reales que las cosas que ahora ve. Si se le forzara a mirar hacia la luz misma le dolerían los ojos y trataría de volver su mirada hacia los objetos antes percibidos.
Si a la fuerza se le arrastrara hacia el exterior sentiría dolor y, acostumbrado a la oscuridad, no podría percibir nada. En el mundo exterior le sería más fácil mirar primero las sombras, después los reflejos de los hombres y de los objetos en el agua, luego los hombres y los objetos mismos. A continuación contemplaría de noche lo que hay en el cielo y la luz de los astros y la luna. Finalmente percibiría el sol, pero no en imágenes sino en sí y por sí. Después de esto concluiría, con respecto al sol, que es lo que produce las estaciones y los años, que gobierna todo en el ámbito visible y que de algún modo es causa de las cosas que ellos habían visto.
Al recordar su antigua morada, la sabiduría allí existente y a sus compañeros de cautiverio, se sentiría feliz y los compadecería. En el mundo subterráneo los prisioneros se dan honores y elogios unos a otros, y recompensas a aquel que percibe con más agudeza las sombras, al que mejor recuerda el orden en la sucesión de la sombras y al que es capaz de adivinar las que van a pasar. Esa vida le parecería insoportable.
I. -¿Qué crees que contestaría si le dijera d alguien que antes no veía más que sombras inanes y que es ahora cuando, hallándose más cerca de la realidad y vuelto de cara a objetos más reales, goza de una visión más verdadera, y si fuera mostrándole los objetos que pasan y obligándole a contestar a sus preguntas acerca de qué es cada uno de ellos? ¿No crees que estaría perplejo y que lo que antes había contemplado le parecería más verdadero que lo que entonces se le mostraba?
II. -Y si se le obligara a fijar su vista en la luz misma, ¿no crees que le dolerían los ojos y que se escaparía, volviéndose hacia aquellos objetos que puede contemplar, y que consideraría qué éstos, son realmente más claros que los que le muestra .?
III. -¿Y qué? Cuando se acordara de su anterior habitación y de la ciencia de allí y de sus antiguos compañeros de cárcel, ¿no crees que se consideraría feliz por haber cambiado y que les compadecería a ellos?
IV. -Ahora fíjate en esto: si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento, ¿no crees que se le llenarían los ojos de tinieblas, como a quien deja súbitamente la luz del sol?
V. -Y si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad -y no sería muy corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse-, ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y no matarían; si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir?.

LA FÁBULA DEL ELEFANTE BLANCO.


Cuenta una antigua fábula hindú, que habían tres hombres muy sabios, buscadores del “Sagrado Elefante Blanco”, el cual no era simplemente un mito para ellos, sino un verdadero ejemplar viviente de la más elevada Divinidad, pues Él representaba la “VERDAD MÁS EXALTADA”.
Eran tres insaciables peregrinos, embarcados en la más noble exploración de los Misterios Universales. Tres ancianos, venerables, inquietos como los niños, y con una mente capaz de abarcar lo inesperado, lo nuevo, lo trascendental. Los tres tenían una peculiaridad física y es que eran ciegos de nacimiento, pero para ellos eso no era ningún obstáculo que les impidiese continuar su búsqueda sagrada, ya que como es sabido, son los ojos muchas veces los que nublan y ciegan la realidad. –
Porque para los ojos físicos todo son apariencias, pero para el sabio que reconoce esto, mira con los ojos de alma, con los ojos de la intuición. Cuando así se mira las apariencias se desvanecen y la esencia queda desnuda, nada queda oculto a los ojos del Alma. Tras buscar por varias ciudades, exhaustos llegaron a un poblado sencillo donde un anciano lugareño, amablemente, les indicó dónde, según decían los antiguos sabios del poblado, podían encontrarlo.

Estaban ya, ciertamente, muy cerca, y con decisión y firmeza, henchidos de alegría se introdujeron en el interior de la selva. Anduvieron durante toda la mañana y como eran ciegos agudizaron al máximo sus otros sentidos.
Cayo la tarde y los tres estaban exhaustos, pero seguían buscando con entusiasmo, entusiasmo digno de los verdaderos buscadores, y ¡por fin!, los tres oyeron y hasta olieron la inmanente presencia del Grande y “Sagrado Elefante Blanco”. Profundamente emocionados, y como si de un relámpago se tratase los tres ancianos salieron corriendo a Su místico encuentro, ¡hasta los árboles se apartaban por compasión al verlos venir!.
Había llegado el momento, el mágico encuentro entre lo buscado y el buscador, entre lo profundamente invocado y la respuesta de una evocación divina, a la altura del tesón y la perseverancia mantenida durante años, incluso vidas… Uno de los ancianos se agarró fuertemente a la trompa del elefante cayendo de inmediato en profundo éxtasis, otro con los brazos completamente abiertos se abrazo con poderosísima fuerza a una de las patas del paquidermo y, el tercero se aferró amorosamente a una de Sus grandes orejas, ya que el elefante sagrado estaba placidamente tumbado sobre unas hojas.
Cada uno de ellos experimento, sin lugar a dudas, un sin fin de emociones, de experiencias, de sensaciones, tanto internas como externas, y cuando ya se habían colmado por la bendición del Sagrado Elefante, se marcharon, eso sí profundamente transformados. Regresaron a la aldea y en una de las chozas los tres en la intimidad relataron y compartieron sus experiencias.

Pero algo extraño empezó a ocurrir, empezaron a elevar sus voces y hasta a discutir sobre la “Verdad”. El que experimento la trompa del elefante dijo: la Verdad (que era la representación del Sagrado Elefante Blanco) es larga, rugosa y flexible; el ciego anciano que experimento con la pata del elefante dijo: eso no es la verdad, la “Verdad” es dura, mediana, como un grueso tronco de árbol; el tercer anciano que experimento la oreja del paquidermo, indignado por tantas blasfemias dijo: la “Verdad” es fina, amplia y se mueve con el viento. Los tres, aunque sabios y hermosas personas, no se entendían, no se comprendían y decidieron marcharse cada uno por su lado.
Cada uno por su camino, viajaron por muchos países, haciendo de su capa un sayo, y difundiendo su verdad. Crearon tres grandes religiones y fue rápida su expansión. Esto fue posible porque tocaron la “VERDAD” y la predicaron honestamente por todo el mundo desde el corazón.

Los tres buscadores, habían llegado a encontrar la Divinidad, pero no percibieron su amplitud, sino que se limitaron a experimentar una parte, no el Todo, por lo tanto, aunque sinceros en su búsqueda y en su servicio, erraron en su propia limitación mental.

EL BUSCADOR.


Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como buscador.
Un buscador es alguien que busca, no necesariamente alguien que encuentra. Tampoco es alguien que sabe lo que está buscando. Es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.
Un día el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió. Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó Kammir, a lo lejos. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadoras. La rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada… Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar. El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos eran los de un buscador, quizá por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción … “Abedul Tare, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días”. Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida, sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar… Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado, también tenía una inscripción, se acercó a leerla y decía “Llamar Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas”. El buscador se sintió terriblemente conmocionado. Este hermoso lugar, era un cementerio y cada piedra una lápida. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, pero lo que lo contactó con el espanto, fue comprobar que, el que más tiempo había vivido, apenas sobrepasaba 11 años. Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio pasaba por ahí y se acercó, lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
– No ningún familiar – dijo el buscador – ¿Qué pasa con este pueblo?, ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que lo ha obligado a construir un cementerio de chicos?.
El anciano sonrió y dijo: -Puede usted serenarse, no hay tal maldición, lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré: cuando un joven cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta, como esta que tengo aquí, colgando del cuello, y es tradición entre nosotros que, a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la izquierda que fué lo disfrutado…, a la derecha, cuánto tiempo duró ese gozo. ¿Conoció a su novia y se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?…¿Una semana?, dos?, ¿tres semanas y media?… Y después… la emoción del primer beso, ¿cuánto duró?, ¿El minuto y medio del beso?, ¿Dos días?, ¿Una semana? … ¿y el embarazo o el nacimiento del primer hijo? …, ¿y el casamiento de los amigos…?, ¿y el viaje más deseado…?, ¿y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano…?¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones?… ¿horas?, ¿días?… Así vamos anotando en la libreta cada momento, cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.

Jorge Bucay

Y LLOVIERON FLORES.


“Subhuti era uno de los discípulos de Buda.
Él pudo comprender la potencia del vacío
-el punto de vista de que nada existe-
excepto en su relación de subjetividad y
objetividad.
Un día, cuando Subhuti estaba sentado bajo un árbol
en un estado de sublime vacío,
empezaron a caer flores a su alrededor….
“Te alabamos por tu discurso sobre el vacío”,
le susurraron los dioses.
“Pero yo no he hablado del vacío”,
dijo Subhuti.
“No has hablado del vacío, no, hemos oído al vacío”,
respondieron los dioses.
“Esto es verdadero vacío”.
Y cayeron flores sobre Subhuti como lluvia…
Sí, sucede. No es una metáfora, es un hecho -así que no te tomes esta historia metafóricamente. Es literalmente verdad. Porque la totalidad de la existencia se siente feliz, dichosa, extática, incluso cuando es una sola alma quien alcanza lo supremo.
Somos parte de la Totalidad y la Totalidad no es indiferente a nosotros, no puede serlo. ¿Cómo va a ser una madre indiferente a su hijo? Es imposible. Cuando el niño crece, la madre también crece con él. Cuando el niño es feliz la madre también es feliz con él. Cuando el niño danza, algo danza también en la madre. Cuando el niño está enfermo, la madre está enferma. Cuando el niño es desdichado, la madre es desdichada. Porque no son dos; son uno. Sus corazones laten a un mismo ritmo.
La Totalidad es nuestra madre.
La Totalidad, lo perfecto, no es indiferente.
Permitamos que ésta verdad penetre en nuestro corazón tan profundamente como sea posible, porque incluso esta consciencia de que la Totalidad se siente feliz contigo, te cambiará… Entonces ya no estás alienado, ya no eres un extranjero aquí. Ya no eres un vagabundo, sin hogar, porque todo es un hogar. Y la Totalidad es tu madre, te cuida, te ama. Así que es natural que cuando alguien se convierte en un Buda, y alcanza la cima suprema, toda la existencia danza, toda la existencia canta, toda la existencia lo celebra. Es literalmente verdad. No es una metáfora, recuerda; de otra forma errarás toda la cuestión.
Llueven flores, y continúan lloviendo -nunca se detienen.
Las flores que llovieron para Subhuti aún siguen lloviendo.
Tú no las puedes ver, no porque no estén cayendo, solamente,
porque no eres capaz de verlas.
La existencia continúa la celebración infinitamente, por todos los Budas que han sido, por todos los Budas que están siendo, y por todos los Budas que serán, porque para la Existencia no hay pasado, presente y futuro. Es una continuidad. Es eternidad. Sólo existe el ahora, el ahora infinito.
Aún llueven, pero no puedes verlas.
A no ser que caigan sobre ti, no puedes verlas; y cuando
las veas cayendo para ti, verás que han estado lloviendo
para todos los Budas, para todas las almas iluminadas.
La primera verdad es que a la Existencia le importa lo
que te sucede. La existencia está orando continuamente
para que te suceda lo Supremo. De hecho, tú no eres otra
cosa que una mano extendida por la Totalidad para
alcanzar lo supremo.
No eres otra cosa que una ola que viene de la Totalidad para tocar la luna. No eres otra cosa que una flor abriéndose, para que la Totalidad se llene de fragancia a través de la propia Realización.
Si puedes abandonarte a tí mismo, esas flores pueden llover ésta misma mañana, en este mismo momento. Los Dioses siempre están dispuestos. Sus manos siempre están llenas de flores. Simplemente observan y esperan. Cuando alguien se vuelve un Subhuti -vacío-; cuando alguien está ausente, de pronto empiezan a caer flores”.

LAS SEMILLAS.


Un hombre tomaba cada día el autobús para ir al trabajo. Una parada después, una anciana subía al autobús y se sentaba al lado de la ventana. La anciana abría una bolsa y durante todo el trayecto, iba tirando algo por la ventana. Siempre hacía lo mismo y un día, intrigado, el hombre le preguntó qué era lo que tiraba por la ventana.
- ¡Son semillas! – le dijo la anciana.
- ¿Semillas? ¿Semillas de qué?
- De flores, es que miro afuera y está todo vacío… Me gustaría poder viajar viendo flores durante todo el camino.
¿Verdad que sería bonito?.
- Pero las semillas caen encima del asfalto, las aplastan los coches, se las comen los pájaros… ¿Cree que sus semillas germinarán al lado del camino?
- Seguro que sí. Aunque algunas se pierdan, algunas acabarán en la cuneta y, con el tiempo, brotarán.
- Pero… Tardarán en crecer, necesitan agua…
- Yo hago lo que puedo hacer. ¡Ya vendrán los días de lluvia!
La anciana siguió con su trabajo…
Y el hombre bajó del autobús para ir a trabajar, pensando que la anciana había perdido un poco la cabeza.
Unos meses después… yendo al trabajo, el hombre, al mirar por la ventana, vio todo el camino lleno de flores… ¡Todo lo que veía era un colorido y florido paisaje! Se acordó de la anciana, pero hacía días que no la había visto. Preguntó al conductor:
- ¿Qué hay de la anciana de las semillas?
- Pues, ya hace un mes que murió.
El hombre volvió a su asiento y siguió mirando el paisaje.
- “Las flores han brotado, se dijo, pero ¿de qué le ha servido su trabajo?. No ha podido ver su obra”.
De repente, oyó la risa de una niña pequeña que señalaba entusiasmada las flores…
¡Mira papá! ¡Mira cuantas flores!
¿Verdad que no hace falta explicar mucho el sentido de esta historia?
La anciana de nuestra historia había hecho su trabajo y dejó su herencia a todos los que la pudieran recibir, a todos los que pudieran contemplarla y ser más felices.
Dicen que aquel hombre, desde aquel día, hace el viaje de casa al trabajo con una bolsa de semillas.
Está reflexión está dedicada a todos aquellos padres, maestros, educadores, profesionales de la enseñanza, que, hoy, más que nunca, no pueden ver cómo crecen las semillas plantadas, las esperanzas sembradas en el corazón.
Porque… Educar es enseñar caminos.

GALLETITAS.


A una estación de trenes llega una tarde, una señora muy elegante. En la ventanilla le informan que el tren está retrasado y que tardará aproximadamente una hora en llegar a la estación.
Un poco fastidiada, la señora va al puesto de diarios y compra una revista, luego pasa al kiosco y compra un paquete de galletitas y una lata de gaseosa.
Preparada para la forzosa espera, se sienta en uno de los largos bancos del andén. Mientras hojea la revista, un joven se sienta a su lado y comienza a leer un diario. Imprevistamente la señora ve, por el rabillo del ojo, cómo el muchacho, sin decir una palabra, estira la mano, agarra el paquete de galletitas, lo abre y después de sacar una comienza a comérsela despreocupadamente.
La mujer está indignada. No está dispuesta a ser grosera, pero tampoco a hacer de cuenta que nada ha pasado; así que, con gesto ampuloso, toma el paquete y saca una galletita que exhibe frente al joven y se la come mirándolo fijamente.
Por toda respuesta, el joven sonríe… y toma otra galletita.
La señora gime un poco, toma una nueva galletita y, con ostensibles señales de fastidio, se la come sosteniendo otra vez la mirada en el muchacho.
El diálogo de miradas y sonrisas continúa entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, el muchacho cada vez más divertido.
Finalmente, la señora se da cuenta de que en el paquete queda sólo la última galletita. ” No podrá ser tan caradura”, piensa, y se queda como congelada mirando alternativamente al joven y a las galletitas.
Con calma, el muchacho alarga la mano, toma la última galletita y, con mucha suavidad, la corta exactamente por la mitad. Con su sonrisa más amorosa le ofrece media a la señora.
– Gracias! – dice la mujer tomando con rudeza la media galletita.
– De nada – contesta el joven sonriendo angelical mientras come su mitad.
El tren llega.
Furiosa, la señora se levanta con sus cosas y sube al tren. Al arrancar, desde el vagón ve al muchacho todavía sentado en el banco del andén y piensa: ” Insolente”.
Siente la boca reseca de ira. Abre la cartera para sacar la lata de gaseosa y se sorprende al encontrar, cerrado, su paquete de galletitas… ! Intacto!.

Autor:  Jorge Bucay

¿EMOCIONES VERDADERAS?


Cuentan que, en China, un hombre ya anciano decidió regresar al lugar donde había nacido y del que salió siendo muy joven. En el camino se unió a un grupo de viajeros que seguían la misma ruta y les explicó su deseo de volver a la tierra que lo vio nacer.
Después de varias monótonas jornadas, aquellos hombres decidieron divertirse a costa del viejo.
-Mira, anciano, estamos llegando a la tierra de tus antepasados, esas montañas que vemos las contemplaron tus ojos cuando eras niño.
El viejo, a pesar de no recordar nada, se sintió dichoso de ver aquellas cumbres.
Horas después llegaron a unas casas en ruinas.
-Mira, anciano, seguro que entre estas piedras jugaste en tu infancia.
El viejo, al ver aquel pueblo abandonado, no pudo dejar de emocionarse. Al rato, llegaron a un olvidado cementerio.
-Mira esas tumbas -le dijeron, continuando la broma-. Aquí con seguridad están enterrados tus padres, y los padres de tus padres.
Al oír estas palabras, el anciano no pudo contener la emoción, y estalló en lágrimas.
Arrodillado frente a aquellas tumbas, a aquel viejo le venían a la memoria mil y un recuerdos de su niñez, le inundaban el corazón viejas y añoradas sensaciones, la nostalgia invadía su alma con un caudal de emociones.Pero viendo aquella escena, los viajeros se compadecieron del anciano y acordaron contarle la verdad.
-Sentimos decirte esto, pero la verdad es que queda aún mucho camino hasta que lleguemos a la patria de tus antepasados. Decidimos gastarte esta broma sólo por entretenernos. Te rogamos aceptes nuestras disculpas.
El anciano se levantó en silencio, recogió sus cosas y reemprendió el camino.
Llegada la noche, y ante el mutismo del viejo, sus compañeros de viaje volvieron a expresarle su pesar por la broma.
-Apreciado amigo, tu silencio nos produce hondo pesar, volvemos a pedirte perdón por nuestra conducta.
-Mi silencio nada tiene que ver con vuestra conducta que ya he olvidado -contestó el anciano-, se debe a que no he encontrado respuesta a una pregunta que me atormenta:
¿Cómo es posible que haya emociones verdaderas cuando éstas provienen de hechos falsos?.

LAS RANITAS EN LA NATA.


Había una vez dos ranas que cayeron en  un recipiente de nata.
Inmediatamente se dieron cuenta de que se hundían: era imposible nadar o flotar demasiado tiempo en esa masa espesa como arenas movedizas. Al principio, las dos ranas patalearon en la nata para llegar al borde del recipiente. Pero era inútil; sólo conseguían chapotear en el mismo lugar y hundirse. Sentían que cada vez era más difícil salir a la superficie y respirar.
Una de ellas dijo en voz alta: – “No puedo más. Es imposible salir de aquí. En esta materia no se puede nadar. Ya que voy a morir, no veo por qué prolongar este sufrimiento. No entiendo qué sentido tiene morir agotada por un esfuerzo estéril”.
Dicho esto, dejó de patalear y se hundió con rapidez, siendo literalmente tragada por el espeso líquido blanco.
La otra rana, más persistente o quizás más tozuda se dijo: – “¡No hay manera! Nada se puede hacer para avanzar en esta cosa. Sin embargo, aunque se acerque la muerte, prefiero luchar hasta mí último aliento. No quiero morir ni un segundo antes de que llegue mi hora”.
Siguió pataleando y chapoteando siempre en el mismo lugar, sin avanzar ni un centímetro, durante horas y horas.
Y de pronto, de tanto patalear y batir las ancas, agitar y patalear, la nata se convirtió en mantequilla.
Sorprendida, la rana dio un salto y, patinando, llegó hasta el borde del recipiente. Desde allí, pudo regresar a casa croando alegremente.
Autor: Jorge Bucay

COSECHA LO QUE SIEMBRAS.


Una mañana una mujer bien vestida se paró frente a un hombre desamparado, quien lentamente levantó la vista… y miro claramente a la mujer que parecía acostumbrada a las cosas buenas de la vida. Su abrigo era nuevo. Parecía que nunca se había perdido de una comida en su vida. Su primer pensamiento fue: “Solo se quiere burlar de mi”, como tantos otros lo habían hecho …
“Por Favor Déjeme en paz !! gruñó el Indigente… Para su sorpresa, la mujer siguió enfrente de él. Ella sonreía, sus dientes blancos mostraban destellos deslumbrantes.
“¿Tienes hambre?” preguntó ella. “No”, contestó sarcásticamente. “Acabo de llegar de cenar con el presidente … Ahora vete.”
La sonrisa de la mujer se hizo aún más Grande.
De pronto el hombre sintió una mano suave bajo el brazo. “¿Qué hace usted, señora?” -preguntó el hombre enojado.
“Le digo que me deje en paz” !!
Justo en ese momento un policía se acercó. “¿Hay algún problema, señora?” -le preguntó el oficial ..
“No hay problema aquí, oficial, contestó la mujer .. “Sólo estoy tratando de ayudarle para que se ponga de pie … ¿Me ayudaría?” El oficial se rascó la cabeza. “Si, el Viejo Juan, Ha sido un estorbo por aquí por los últimos años. ¿Qué quiere usted con él?” Pregunto el oficial …
“Ve la cafetería de allí?” -preguntó ella. “Yo voy a darle algo de comer y sacarlo del frío por un ratito.”
“¿Está loca, señora?” el pobre desamparado se resistió. “Yo no quiero ir ahí!” Entonces sintió dos fuertes manos agarrándolo de los brazos y lo levantaron.
“Déjame ir oficial, Yo no hice nada ..”
“Vamos Viejo, esta es una Buena oportunidad para ti,” el oficial le susurró al oido .”
Finalmente, y con cierta dificultad, la mujer y el agente de policía llevaron al Viejo Juan a la cafetería y lo sentaron en una mesa en un Rincón de la cafetería.. Era casi mediodía , la mayoría de la gente ya había almorzado y el grupo para la comida aún no había llegado …
El gerente de la cafetería se acercó y les preguntó. “¿Qué está pasando aquí, oficial?” “¿Qué es todo esto?
Y este hombre esta en problemas?”
“Esta señora lo trajo aquí para que coma algo,” respondió el policía.
“Oh no, Aquí no !” el gerente respondió airadamente. “Tener una persona como este aquí es malo para mi negocio !!!
El Viejo Juan esbozó una sonrisa con sus pocos dientes. “Señora, se lo dije. Ahora, si van a dejarme ir ?. Yo no quería venir aquí desde un principio.”
La mujer se dirigió al gerente de la cafetería y sonrió .. “Señor, ¿está usted familiarizado con Hernández y Asociados?, la firma bancaria que esta a dos calles ?”
“Por supuesto que los conozco”, respondió el administrador con impaciencia. “Ellos tienen sus reuniones semanales en una de mis salas de banquetes.”
“¿Y se gana una buena cantidad de dinero con el suministro de alimentos en estas reuniones semanales?”
preguntó la Señora …
“¿Y eso que le importa a usted?”
“Yo, señor, soy Penélope Hernández, presidente y dueña de la compañía “. “Oh Perdón !! dijo el gerente …
La mujer sonrió de nuevo .. “Pensé que esto podría hacer una diferencia en su trato.”
Le dijo al policía, que fuertemente trataba de contener una carcajada. “¿Le gustaría tomar con nosotros una taza de café o tal vez una comida, oficial?” “No, gracias, señora”, replicó el oficial. “Estoy en servicio”.
“Entonces, quizá, una taza de café para llevar ?”
“Sí, señora. Eso estaría mejor”.
El gerente de la cafetería giró sobre sus talones como recibiendo una orden. –
“Voy a traer el café para usted de inmediato señor oficial ”
El oficial lo vió alejarse. Y opinó :”Ciertamente lo ha puesto en su lugar”, dijo.
“Esa no fue mi intención “ dijo la señora … Lo crea o no, tengo una buena razón para todo esto”.
Se sentó a la mesa frente a su invitado a cenar. Ella lo miró fijamente…
“Juan ¿te acuerdas de mí?”
El viejo Juan miró su rostro, el rostro de ella, con los ojos lagañosos “Creo que sí – Digo , se me hace familiar”.
“Mira Juan , quizá estoy un poco más grande , pero mírame bien”, dijo la Señora .. “Tal vez me veo más llenita ahora … pero cuando tu trabajabas aqui hace muchos años vine aqui una vez, y por esa misma puerta, muerta de hambre y frio.”
Algunas lágrimas se posaron sobre sus mejillas ..
“¿Señora?” dijo el Oficial, No podía creer lo que estaba presenciando, ni siquiera pensar que la mujer podría llegar a tener hambre.
“Yo acababa de graduarme en la Universidad de mi pueblo”, la mujer comentó. “Yo había llegado a la ciudad en busca de un trabajo, pero no pude encontrar nada. Con la voz quebrantada la mujer continuaba: Pero cuando me quedaban mis últimos centavos y me habían corrido de mi apartamento, deambulé por las calles. Era febrero y hacía frío y estaba casi muerta de hambre, entonces vi este lugar y entre con la mínima posibilidad de poder conseguir algo de comer. ” Con lágrimas en sus ojos la mujer continuó platicando …
“Juan me recibió con una sonrisa”. “Ahora me acuerdo!”, dijo Juan. “Yo estaba detrás del mostrador de servicio. Se acercó y me preguntó si podría trabajar por algo de comer”. “ Me dijiste que estaba en contra de la política de la empresa”.
Continuó la mujer.. “Entonces, tu me hiciste el sándwich de carne más grande que había visto nunca… me diste una taza de café, y me fui a un rincón a disfrutar de mi comida. Tenía miedo de que te metieras en problemas. Luego, cuando miré y te vi a poner de tu bolsillo el precio de la comida en la caja registradora, supe entonces que todo iba a estar bien “.
“Así que usted comenzó su propio negocio?” dijo el viejo Juan.
” Si, encontré un trabajo esa misma tarde. Trabajé muy duro, y me fui hacia arriba con la ayuda de Mi Padre Dios. Posteriormente empecé mi propio negocio el cual, con la ayuda de Dios, prosperó ..” Ella abrió su bolso y sacó una tarjeta. “Cuando termines aquí , quiero que vayas a hacer una visita al señor Martínez. Él es el director de personal de mi empresa. Iré a hablar con él y estoy segura de que encontrará algo para que puedas hacer algo en la oficina “.
Ella sonrió. “Creo que incluso podría darte un adelanto, lo suficiente para que puedas comprar algo de ropa y conseguir un lugar para vivir hasta que te recuperes.. Si alguna vez necesitas algo, mi puerta está siempre abierta para ti Juan.”
Hubo lágrimas en los ojos del anciano. “¿Cómo le puedo agradecer? , preguntó.
“No me des las gracias”, respondió la mujer. “A Dios dale la gloria. El me trajo a ti.”
Fuera de la cafetería, el oficial y la mujer se detuvieron y antes de irse cada uno por su lado… “Gracias por toda su ayuda, oficial..” Dijo La Sra. Hernandez.
“Al contrario”, dijo el oficial, “Gracias a usted. Hoy vi un milagro, algo que nunca voy a olvidar. Y … Y gracias por el café. “…..
Que Dios te bendiga siempre y no te olvides que cuando tiramos el pan sobre las aguas, nunca sabes cuando será devuelto a ti .. Dios es tan grande que puede cubrir todo el mundo con su amor y a la vez tan pequeño para entrar en tu corazón.
Cuando Dios te lleva al borde del acantilado, confia en él plenamente y déjate llevar.
Sólo 1 de 2 cosas van a suceder, o él te sostiene cuando tu te caes, o te va a enseñar a volar!

EL ELEFANTE ENCADENADO.


Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante.
Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de su peso, tamaño y fuerza descomunal… pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.
El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapa porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia: “Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan?”
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.
Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca… y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.
Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.
Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él.
Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía…
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree –pobre– que NO PUEDE.
Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro.
Jamás… jamás… intentó poner a prueba su fuerza otra vez…
Vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad… condicionados por el recuerdo de «no puedo»… Tu única manera de saber, es intentar de nuevo poniendo en el intento todo tu corazón…
JORGE BUCAY

LAS PERCEPCIONES DEL REY.


Un poderoso rey encontró finalmente el amor. Su joven esposa tenía todas las condiciones que un hombre pudiera desear en la vida. Además de ser hermosa y atractiva, era alegre y entusiasta, con un corazón amoroso siempre abierto a ayudar a los demás. El amor fluía entre ellos como en pocas ocasiones se había visto.
En los actos protocolares ella caminaba orgullosa a la par del rey. Muy alagado el monarca pensaba: “Cuánto me quiere. Ella sabe que el protocolo indica que debe permanecer detrás de mí, que mis súbditos pueden ir a prisión si no hacen eso, sin embargo ella me ama tanto que siempre quiere estar a mi lado”.
En cierta ocasión, ella se disponía a comer una manzana. Era la última que quedaba y tenía un brillo que la hacía realmente apetitosa. En eso llegó el rey y al ver aquella fruta resplandeciente manifestó su deseo de comerla. Ella lo miró con dulzura, le dijo que era la última que quedaba pero que no tenía problema en compartirla. Tomó un cuchillo, la cortó en dos y de inmediato le ofreció una de las mitades a su esposo. El monarca pensó: “Cuánto me quiere. Ella es capaz de compartir lo que sea conmigo. Que suerte he tenido”.
Pasaron unos años antes que se presentaran problemas en la pareja. Tras un fuerte altercado, ella se retiró del amplio salón en el que discutían, dejando al Rey solo. De inmediato el soberano mandó a llamar a su consejero para quejarse amargamente de su esposa.
– Ella nunca me quiso – decía lleno de rabia -, cada vez que tenemos un acto protocolar es incapaz de permanecer detrás de mi, siempre se pone a mi lado y olvida que yo soy el monarca y que nadie puede ponerse a la par del rey. Es una insolente, no me ama, no respeta la dignidad de mi majestad. Lo que siempre quiere es brillar ella por encima de mí.
– Pero su majestad – alcanzó a decir el consejero.
– No me interrumpa – gritó el rey –. Definitivamente ella dejó de amarme hace mucho tiempo. Recuerdo aquella vez que llegué hambriento, solamente había una manzana y ella fue incapaz de dármela. Lo único que alcanzó a hacer fue cortarla en dos y darme el trozo más pequeño. Que insolencia, tratar así al Rey, ¿no se da cuenta que ella es sólo un súbdito? He mandado a cortar muchas cabezas por mucho menos que eso.
Y las quejas continuaron por mucho tiempo…
Un hecho puede ser visto desde distintas perspectivas por una misma persona dependiendo de su estado de ánimo y/o de la condición emocional en que se encuentra. ¿Cuántas veces hemos dejado que un pésimo estado de ánimo o una mala actitud mental desvirtúe la belleza, las virtudes y las bondades de quienes tenemos a nuestro lado?

LA ÚLTIMA HOJA.



Esta historia transcurre en la Francia de 1900, en los comienzos de un durísimo invierno.
Marie era una niña de 11 años que vivía en una antigua casa parisina. Desde que el frío se había hecho sentir, ella empezó a quejarse de un intenso dolor en la espalda que se volvía intolerable al toser. Cuando el médico fue a verla, le dio su madre el diagnóstico que más temía: tuberculosis.
En esa época, todavía sin antibióticos, la infección era casi una garantía de muerte. Lo único que los médicos podían hacer era recetar algunos paliativos para el dolor, cuidados generales, reposo… y fe.
-Estos pacientes – como casi todos- les dijo el profesional – tienen más posibilidades de curarse si luchan contra la enfermedad; si Marie dejara de pelear por su vida, moriría en algunas semanas – y luego agregó, sabiendo que era más un deseo que un pronóstico -. Estoy seguro de que si la mantenemos calentita, bien alimentada y con muchos deseos de vivir, cuando el invierno pase, ella estará fuera de peligro y la tuberculosis será sólo un mal recuerdo.
Cuando el doctor se fue, la madre de la niña miró el calendario. Faltaban todavía dos largos meses para que llegara la primavera…
Sabiendo que ninguno de sus compañeros de clase vendría a verla, por el comprensible aunque injustificado temor al contagio, la madre se llegó hasta la escuela de Marie para rogarle a la maestra a que se acercase a casa a darle algunas clases, no tanto por el aprendizaje como por emplear algo de su tiempo de encierro y aburrimiento. La maestra le dijo que no podía hacerlo. Lo sentía, pero había cuatro niños en el curso en la misma situación, ella no podía ocuparse de ellos, debía cuidar de los que todavía asistían a clase.
Al día siguiente, mientras colgaba guirnaldas caseras por la casa tratando de contagiar la alegría que no sentía por las fiestas, la madre vio la pálida cara de su hija y la tristeza reflejada en su expresión. Fue entonces cuando tuvo la idea. Con la ayuda de la casera, se ocupó esa mañana de mover todos los muebles de la casa para poder llevar la cama de Marie junto a la ventana de la sala que daba al pequeño patio central compartido. Desde allí, pensó la madre, por lo menos verá ese pequeño patio interior, el ciprés en el centro del jardín, las enredaderas en las paredes, las ventanas de los otros dos edificios. Seguramente, se dijo, se distraerá aunque sea viendo a la gente pasar de ida y de vuelta de sus ocupaciones o de sus compras de fin de año.
Entrado enero, el invierno se volvió más y más frío, y con ello la niña se agravó. Más de una noche un ataque de tos terminó con vómito de sangre y la consiguiente desesperación de la pobre jovencita y de su madre.
Una mañana al volver de la compra, la madre encontró a Marie con la mirada perdida de cara al ventanal. Nada tenía que ver ya esa niña con la Marie que ella recordaba de a penas unas semanas atrás. La madre la abrazó con fuerza sosteniendo la cabeza de su hija contra su pecho, tratando de que su hija no se diera cuenta de que lloraba. La niña señaló hacia el patio y le dijo:
-Mira, mami, ¿ves esa enredadera en la pared del edificio de enfrente? Hace semanas estaba llena de hojas, algunas más verdes, otras más amarillas. Mírala ahora qué pocas hojas le quedan. Acabo de pensar que cuando la última de las hojas de la enredadera caiga, mi vida también llegará a su fin.
-No tienes que pensar en eso- le dijo su madre, acomodando las almohadas y secándose las lágrimas de espaldas ala niña-. En primavera, de todas las enredaderas surgen nuevas hojas y la vida verde vuelve a nacer.
-Pero son otras hojas…- pensó la jovencita sin decirlo.
La enfermedad seguía su curso con altas y bajas, pero cada vez que el médico venía a visitarla veía cómo el ánimo de la paciente decaía en la misma magnitud que su estado general.
Hasta que una mañana la madre descubrió a Marie muy interesada, mirando hacia arriba por la ventana. Sin querer interrumpir, la madre se acercó con cuidado tratando de ver qué es lo que llamaba la atención de su hija. Se trataba de un joven pintor que, junto a su ventana en el tercer piso del edificio de frente, pintaba con colores vivos imágenes de París: Notre-Dame, Montmartre, el Moulin Rouge…
Por primera vez en muchos días, la madre vio a Marie entusiasmada alegre. La madre compartía esa alegría, algo por fin había captado su interés, quizás ella pudiera convencer al joven pintor para ayudarla.
Esa misma tarde la madre cruzó hacia el edificio y llamó a la puerta del artista. Cuando el joven y estrafalario artista abrió, le contó que era la madre de una niña que vivía en la planta baja, en el edificio de enfrente, le dijo que padecía una grave enfermedad, y lo que el médico había dicho.
-Lo siento mucho, señora- dijo el pintor –pero no entiendo para qué ha venido a contarme todo esto.
-Vine a pedirle que se acerque a darle algunas clases de dibujo, o de pintura a Marie. A ella siempre le interesó el arte, ¿sabe usted? Si usted pudiera bajar a casa de vez en cuando a charlar con Marie… yo, por supuesto, le pagaré lo que pida…- y con un tono de ruego terminó diciendo-. Su vida ¿sabe?, quizá depende de que usted acepte el encargo.
No por el dinero sino por la pena que le daba la imagen de la niña que ya había visto desde la ventana, el joven artista empezó a bajar un día sí y otro también a casa de Marie, llevando consigo algunas telas, carbones y colores para hablar de pintura y para animar a la joven a que utilizase su tiempo en cama para dibujar y pintar.
Durante las siguientes semanas, creció entre ellos una extraña amistad.
Una tarde, cuando el pintor bajó a verla, Marie lloraba en su cama.
-¿Qué sucede, mon cher?- le preguntó.
Marie le contó de su relación con la enredadera y luego le dijo:
-Ayer, después de que te fuiste, hubo mucho viento y muchas hojas cayeron. Cuando la tormenta pasó conté las hojas que quedaban. De las miles que había entre sus ramas sólo quedan veintiocho. Yo sé lo que eso significa: si se cayeran todas hoy, no habría un mañana para mí.
El pintor intentó convencer a Marie de que esa asociación era una tontería:
-La vida seguirá de todas maneras- le dijo -, no debes pensar jamás así. Tienes que practicar las escalas de colores y dibujar las manzanas que te pedí; si no, nunca llegarás a exponer. De hecho, gracias a haber practicado mucho en mi vida me ha llegado una invitación para exponer mis pinturas en América.
-¿Te irás?- preguntó Marie, sin querer escuchar la respuesta.
-Volveré en Mayo como muy tarde- le dijo el pintor-. Allí, si has practicado iremos a pintar en al campiña, recorreremos los museos y te enseñaré a pintar con óleo.
-No sé si estaré cuando regreses, pintor- contestó Marie-. Depende de la enredadera.
El artista, encariñado con la jovencita, la abrazó y prefirió no hablar de esa fantasía. Sólo la besó en la frente y le dejó indicaciones de qué hacer para estar ocupada hasta que él regresase.
Cuando se fue, Marie sintió como si el mundo se le derrumbara y en un negro presagio vio como, mientras el pintor cruzaba hacia su casa, el viento arrancaba de la enredadera tres hojas de golpe y las dejaba caer violentamente en el patio.
Desde ese día, cada mañana la niña controlaba desde su ventana la cantidad de hojas que quedaban en la enredadera… y cada mañana registraba un agudo dolor en el pecho cuando comprobaba que, durante la noche, alguna de sus acompañantes había caído para siempre.
-¿Qué pasa, hija?- le preguntó su madre, después de una agitada y febril noche.
-Mira, mamá- dijo Marie, señalando por la ventana-. Sólo quedan tres hojitas: una abajo junto al cuadro, otra en mitad de la pared y una más solita, arriba de todo, al lado de la ventana del pintor. Tengo miedo, mamá.
-No te asustes- contestó la madre, con una convicción que no tenía-. Esas hojitas van a aguantar; son las más fuertes, ¿entiendes? Sólo faltan dos semanas para que llegue la primavera.
La mirada divertida de Marie se transformó en la oscura expresión de un obsesivo control de las pobres tres hojitas. Y una noche de febrero, en medio de una feroz tormenta de viento y lluvia, la hoja del medio se soltó de su amarra y voló lejos. Marie no dijo nada pero redobló sus rezos para pedirla al buen Dios que protegiera sus hojitas.
-Mamá- gritó una mañana -. Mamá, ven.
-¿Qué pasa, hija?
-Queda sólo una, mami, sólo una. La de debajo de todo se cayó anoche. Me voy a morir, mami, me voy a morir. Por favor abrázame, tengo miedo, mamita. Mucho miedo.
-Hay que tener fe, hijita- dijo la madre tragando saliva y reprimiendo el llanto de su propio miedo-. Además, faltan pocos días para la primavera y todavía queda una hoja. Es la hoja campeona ¿sabes?
-Sí, pero hace un rato la vi temblar… Tápame, mamá, tengo frío.
La madre la arropó con sus mantas y fue a buscar unos paños húmedos. La niña tenía mucha fiebre.
Cada momento que Marie estaba despierta miraba por la ventana a la única hoja que todavía resistía. En la punta de la enredadera, la pequeña hoja marrón verdoso se aferraba solitaria a su base, y la niña, al verla, cruzaba instintivamente los dedos pidiéndole que resistiera para que ella también pudiera salvarse.
Y la hoja resistía.
Nieve, lluvia y viento.
Pasaron los días y la hoja aguantó…
Hasta que una mañana, mientras Marie miraba su esperanza, vio que un rayo de sol iluminaba la hoja, y descubrió que a su lado y más abajo en la enredadera pequeños botones verdes habían empezado a aparecer.
-Mami, mami, la hoja ha resistido, llegó la primavera, mami. ¿No es maravilloso?
La madre corrió junto a su hija y la abrazó con lágrimas en sus ojos. Ella no pensaba en la enredadera sino en su hija, que también se había salvado.
-Sí, hija, es maravilloso.
Pasaron los días y la niña comenzó a recuperar sus fuerzas muy despacio.
En la primera salida a la calle que el médico autorizó, Marie corrió al edificio de enfrente para preguntar por su amigo el pintor.
La casera se sorprendió al verla, quizás porque no era habitual que alguien sobreviviera a la tuberculosis.
-Me alegro de que estés bien- le dijo mientras la besaba con sincera alegría-. Tu amigo todavía no ha vuelto, pero me ha asegurado que en unas semanas lo tendremos por aquí. Mandó esto para ti.
Y remetiendo la mano en su escote, le alargó una carta para ella:
PARA ENTREGAR A MI AMIGA MARIE
“Hola, Marie.
Tal como ves, todo ha pasado.
Para cuando leas esto faltarán días para retomar nuestras clases de pintura.
Yo he comprado nuevos colores y pinceles; así que quiero regalarte los que fueron míos.
Dile a la casera que te abra mi apartamento y llévate mis cosas.
Practica mucho, recuerda las manzanas… y las escalas de colores.”

La niña saltaba de alegría. Después de pedir la llave a la casera, subió a la pequeña buhardilla a por sus pinturas.
Una vez allí, se acercó a recoger el atril que estaba, como siempre, junto a la ventana. Mirando hacia fuera vio, desde arriba, su propia cama en el edificio de enfrente.
Sin pensarlo, Marie abrió la ventana e instintivamente buscó a su amiga la hoja heroica, la que aguantó todo, la más fuerte de todas las hojas…
Y la vio.
Allí estaba en la pared, a un lado, muy cerca del marco de madera de la ventana.
Allí estaba. Pero no era una hoja verdadera, era una hoja que había pintado en el ladrillo su amigo el pintor…

DIARIO DE UNA PALOMA.

DIARIO DE UNA PALOMA

        
Día Primero:
Hoy ha sido un día pleno de nuevas sensaciones, de sentimientos que afloran y que me han hecho madurar repentinamente.
He sido expulsada del grupo por cometer el gran pecado,cuando yo desconocía que existía, mi vida ha transcurrido hasta ahora rodeada de juegos y de pequeñas trastadas de adolescencia, la última fue romper los huevos de un nido, fue inconscientemente y sin reparar en las consecuencias. ElConsejo  del grupo tomó la decisión que le ordenaba la tradición oral, mi expulsión del grupo y el destierro de por vida.
Por primera vez conocí la tristeza, vi resbalar unas lágrimas por los ojos de mi madre y sentí por primera vez la soledad, el vacío de la nada.
Me marché con el único equipaje de mis plumas para cubrirme del frío, de mis alas para volar por los cielos y de los recuerdos que me producen melancolía, al principio, y a pesar de la gran orientación que tenemos me dejé llevar por los vientos, sin rumbo porque nadie me esperaba, descubrí otros mundos, otras gentes.
Día Segundo:
Estoy en una tierra requemada y desértica, algunos la llamanÁfrica  y poco a poco cuanto más al sur la veo más verde, más poblada de vegetación. Allí moran multitud de animales que no conocía, unos seres humanos con la tez más oscura que los humanos de mis recuerdos. He conocido palabras nuevas, hambre, miseria, guerras y todo eso lo he visto con mis propios ojos, seres famélicos sin nada con que matar el hambre, seres que mataban a otros seres en guerras de exterminio, dictadores que vivían en la abundancia con el dinero que les mandaba el primer mundo, dinero que servía para su enriquecimiento y para comprar armamento  para continuar con sus guerras. He visto a niños con la tripa hinchada sin fuerzas para moverse mientras unos buitres esperaban…
Día  Tercero:
Me marché de esas tierras, no podía soportar las miserias del ser humano, decían que mientras en el primer mundo se despilfarraba en este otro mundo se necesitaba, decían que mientras unos esquilmaban los recursos de esos otros los pobres no tenían recursos ni para morir en una cama.
Día Cuarto:
Llevo demasiado tiempo volando sin parar, a mis pies sólo veo agua, un mar interminable, estoy cansada pero tengo que seguir, tengo que llegar a algún lugar con un pedazo de tierra donde posarme a descansar. No me cruzo con otras aves en el camino, me rodea la soledad, mi compañera, y sé que mientras no vea otras aves voladoras la tierra estará  muy lejana, pero mi voluntad férrea más que mis fuerzas me mantienen volando, parece como si un ángel  me diera fuerzas y me llevara encima de una alfombra voladora. Poco a poco vi otras aves y las seguí en su camino, la ilusión, otro sentimiento nuevo en mí me mantenía suspendida en el aire.
Día Quinto:
No sé si es un espejismo pero veo a lo lejos un islote plagado de acantilados, ya con las fuerzas a punto de desaparecer llego a su costa y me poso suavemente en un saliente rocoso, no siento mi cuerpo, mis alas parecen un juguete viejo e inservible, recojo velas como diría un marinero y me quedo profundamente dormida.
Día Sexto:
Me despierta asustada una lluvia torrencial, estoy empapada y agito mis alas para desentumecerme, noto hambre y levanto el vuelo en busca de alimento, apenas queda nada en esa isla donde habitan multitud de aves, sólo encuentro algún brote de arbusto que picoteo aunque no sea mi alimento, pero la necesidad hace milagros.
Día Séptimo:
Emprendo de nuevo el vuelo, eterno vuelo, todo un día volando  con el agua de compañera, poco a poco lo que parece un sueño se hace realidad y veo una gran inmensidad de tierra muy diferente a la dejada atrás, veo abundancia, veo a los humanos que viajan en multitud de aparatos que llaman vehículos, veo inmensas huertas y plantaciones de grano, veo vida.
Me poso en un árbol y descanso, necesito reponerme y dormir. Y duermo.
Día Octavo:
Levanto el vuelo, me gusta ver a mis pies inmensos campos verdes, ríos caudalosos, montañas nevadas y encuentro un lugar de ensueño, como una postal maravillosa en labios humanos y allí me dirijo.
Me reciben unas aves desconocidas, no sé ni el nombre que le damos las palomas, pero no me importa, veo que me reciben con cariño, me acogen en su grupo y me desean todas a la vez algo desconocido para mí:
¡Felicidad…!!!
No sé que responderles, no sé el significado de la palabra, pero por sus actos comprendo que significa algo parecido aamor,  y veo que sus alimentos los comparten conmigo, veo que sus cantos y juegos son los míos, veo sus caricias a los más jóvenes, veo sus cariño a los más ancianos, veo tantas cosas tan desconocidas para mí que una lágrima me cae sin esperarla, de repente me acuerdo de mi madre, de su calor, de sus consejos, de su cariño, pero no está… pero están ellos, mi nueva familia que me dan lo que mis locuras de juventud me quitaron, me dan paz, me dan cariño, me dan amor.
. . .
Ya soy una más, posiblemente en los ropajes externos sea distinta, pero somos iguales, sentimos cariño, regalamos ilusión y miramos a los cielos, nuestro hábitat, como un enorme campo de juego, como un vergel plagado de semillas llamadas Amor.

Dedicado a tantos solitarios que recorren la vida en busca de ese grupo de amigos que dan para no pedir.

OBSTÁCULOS.



Voy andando por un sendero.  Dejo que mis pies me lleven.
Mis ojos se posan en los árboles, en los pájaros, en las piedras. En el horizonte se recorte la silueta de una ciudad. Agudizo la mirada para distinguirla bien. Siento que la ciudad me atrae.
Sin saber cómo, me doy cuenta de que en esta ciudad puedo encontrar todo lo que deseo. Todas mis metas, mis objetivos y mis logros. Mis ambiciones y mis sueños están en esta ciudad. Lo que quiero conseguir, lo que necesito, lo que más me gustaría ser, aquello a lo cual aspiro, o que intento, por lo que trabajo, lo que siempre ambicioné, aquello que sería el mayor de mis éxitos.
Me imagino que todo eso está en esa ciudad. Sin dudar, empiezo a caminar hacia ella. A poco de andar, el sendero se hace cuesta arriba. Me canso un poco, pero no me importa.
Sigo. Diviso una sombra negra, más adelante, en el camino. Al acercarme, veo que una enorme zanja me impide mi paso. Temo… dudo.
Me enoja que mi meta no pueda conseguirse fácilmente. De todas maneras decido saltar la zanja. Retrocedo, tomo impulso y salto… Consigo pasarla. Me repongo y sigo caminando.
Unos metros más adelante, aparece otra zanja. Vuelvo a tomar carrera y también la salto. Corro hacia la ciudad: el camino parece despejado. Me sorprende un abismo que detiene mi camino. Me detengo. Imposible saltarlo.
Veo que a un costado hay maderas, clavos y herramientas. Me doy cuenta de que está allí para construir un puente. Nunca he sido hábil con mis manos… Pienso en renunciar. Miro la meta que deseo… y resisto.
Empiezo a construir el puente. Pasan horas, o días, o meses. El puente está hecho. Emocionado, lo cruzo. Y al llegar al otro lado… descubro el muro. Un gigantesco muro frío y húmedo rodea la ciudad de mis sueños…
Me siento abatido… Busco la manera de esquivarlo. No hay caso. Debo escalarlo. La ciudad está tan cerca… No dejaré que el muro impida mi paso.
Me propongo trepar. Descanso unos minutos y tomo aire… De pronto veo, a un costado del camino un niño que me mira como si me conociera. Me sonríe con complicidad.
Me recuerda a mí mismo… cuando era niño.
Quizás por eso, me animo a expresar en voz alta mi queja: -¿Por qué tantos obstáculos entre mi objetivo y yo?
El niño se encoge de hombros y me contesta: -¿Por qué me lo preguntas a mí?
Los obstáculos no estaban antes de que tú llegaras… Los obstáculos los trajiste tú.

Autor: Jorge Bucay

EL VERDADERO VALOR DE LAS COSAS.


“Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?”
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
-Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después…- y haciendo una pausa agregó: Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
-E…encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
-Bien- asintió el maestro.
Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó- toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete ya y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió.
“Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo.
Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, monto su caballo y regresó.
Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.
Entró en la habitación.
-Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
-Qué importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuanto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar.
El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
-Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
-¡¿58 monedas?!-exclamó el joven.
-Sí -replicó el joyero- Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé… si la venta es urgente…
El Joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
-Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.

EL CANTERO.


Había una vez un cantero que estaba insatisfecho consigo mismo y con su posición en la vida. Un día pasó por la casa de un rico comerciante. A través de la entrada abierta, vio muchas finas posesiones e importantes visitantes. “¡Cuán poderoso debe ser el comerciante!”, pensó el cortador de piedra. Se puso muy envidioso y deseó que pudiera ser como el comerciante. Para su gran sorpresa, se convirtió repentinamente en el comerciante, gozando de más lujos y poder de lo que siempre había imaginado, pero envidiado y detestado por aquellos menos ricos que él.
Pronto un alto funcionario pasó cerca, llevado en una silla de manos, acompañado por asistentes y escoltado por soldados batiendo gongos. Todos, sin importar cuan rico, tenían que hacer una reverencia ante la procesión. “¡Cuán poderoso es ese funcionario!”, pensó. “¡Deseo que pudiera ser un alto funcionario!”.
Entonces se convirtió en el alto funcionario, llevado por todas partes en su bordada silla de manos, temido y odiado por la gente de todo alrededor. Era un día caluroso de verano, por eso el funcionario se sentía muy incómodo en la pegajosa silla. Levantó la mirada al sol. Brillaba orgulloso en el cielo, no afectado por su presencia. “¡Cuán poderoso es el sol!” pensó. “¡Deseo que pudiera ser el sol!”.
Entonces se convirtió en el sol, brillando ferozmente sobre todos, abrasando los campos, maldecido por los granjeros y los trabajadores. Pero una enorme nube negra se interpuso entre él y la tierra, de modo que su luz no pudo brillar más sobre todo allá abajo. “¡Cuán poderosa es esa nube de tormenta!”, pensó. “¡Deseo que pudiera ser una nube!”.
Entonces se convirtió en la nube, inundando los campos y las aldeas, increpado por todos. Pero pronto descubrió que estaba siendo empujado lejos por cierta gran fuerza, y se dio cuenta de que era el viento. “¡Cuán poderoso es!”, pensó. “¡Deseo que pudiera ser el viento!”.
Entonces se convirtió en el viento, llevándose tejas de los techos de las casas, arrancando árboles, temido y odiado por todos debajo de él. Pero después de un rato, se izó en contra de algo que no movería, no importa cuan fuertemente soplara en contra de ella, una enorme y altísima roca. “¡Cuán poderosa es esa roca!”, pensó. “¡Deseo que pudiera ser una roca!”.
Entonces se convirtió en la roca, más poderosa que nada más en la tierra. Pero mientras estaba parado allí, oyó el sonido de un martillo golpeando un cincel en la dura superficie, y sintió que estaba siendo cambiado. “¿Qué podría ser más poderoso que yo, la roca?”, pensó. Bajó la mirada y vio lejos debajo de él, la figura de un cantero.

 

EL SENDERO DEL MAGO.


El más puro de los caballeros que sirvió a Arturo fue Galahad, a pesar de tener en común con el rey el hecho de haber sido concebido fuera del matrimonio.
Aunque el hecho de que Galahad fuese hijo natural de Lancelot, no conllevaba estigma alguno, cuando llego el día en que debía convertirse en paladín de una dama de la corte, el rey Arturo se opuso y manifestó su descontento.
– “No permitiré que seas el paladín de ninguna dama noble”, declaró Arturo.
Galahad se ruborizó y tartamudeó:- “Pero mi señor, todo caballero debe servir a una dama para demostrarle la pureza de su amor”.
“¿Qué sabes tu del amor?” Preguntó Arturo de una manera tan incisiva que Galahad se ruborizó todavía más intensamente. “Si estás tan ansioso de luchar por una dama, te presentaré a tres para que escojas”.
El rey mandó llamar inmediatamente a Margaret, una vieja lavandera de cabello cano y con verrugas en la nariz. “¿Le servirás a ella por amor, gentil caballero?, -le preguntó Arturo. La confusión de Galahad fue enorme. “No comprendo mi señor” murmuró.
Arturo lo miró fijamente he hizo salir a la mujer. “Traigan a otra”, ordenó. Esta vez trajeron a una niña recién nacida. “Si Margaret te pareció demasiado vieja y fea, entonces ¿Qué piensas de esta dama? Es de noble cuna y no puedes negar su hermosura”. Aunque no había duda de que la niña era muy hermosa, la confusión de Galahad, iba en aumento. Sacudió la cabeza.
“Este amor del que hablas es un amor difícil de complacer” dijo Arturo. Mandó llamar a una tercera dama, y esta vez entró Arabela, una preciosa niña de doce años. Galahad la miró y trato de reprimir la ira. “Mi señor, es apenas una jovencita y mi media hermana”, dijo.
“Pediste una dama a la cual servir” dijo Arturo, “y he sido lo bastante generoso como para presentarte a tres. Ahora debes decidir”.
Galahad, estaba aturdido. “¿Por qué te burlas de mí, de ese modo?”, preguntó.
Arturo hizo un gesto con la mano, y en pocos minutos, salió todo el mundo del gran salón y ellos dos quedaron solos. “No me burlo de ti”, le dijo. “Trato de mostrarte algo que aprendí de mi maestro Merlín”.
Galahad alzó los ojos y vio que el ceño de Arturo se había suavizado. “Mis caballeros dicen servir a sus damas por amor”, prosiguió el rey, “y, a pesar de sus votos de amar castamente, la mayoría de las veces sienten pasión por aquellas a quienes sirven, ¿no es verdad?, Galahad asintió. “Y cuanto más grande es su pasión por las damas, mayor es su celo de servirles, ¿verdad?, preguntó Arturo. El joven caballero asintió de nuevo. “Merlín me enseñó otra forma de amar”, dijo Arturo. “Piensa en la anciana, en la niña recién nacida y en la jovencita que es tu hermana. Todas ellas son manifestaciones de lo femenino, y en la medida en que esas formas cambian, lo que llamas amor, cambia con ellas. Cuando dices que estás enamorado, lo que realmente estás diciendo es que has satisfecho una imagen que llevas dentro.
“Así es como comienza el apego, con la inclinación por una imagen. Podrías afirmar que amas a una mujer, pero si ella llegara a traicionarte con otro hombre, tu amor se trocaría en odio. ¿Por qué? Porque tu imagen interior ha sido mancillada y, puesto que ésa era la imagen que amabas, el hecho de que haya sido traicionada, te provoca ira”.
“¿Qué puedo hacer al respecto?”, preguntó Galahad. “Mira más allá de tus emociones, las cuales cambiarán constantemente y pregúntate que hay detrás de la imagen. Las imágenes son fantasías que existen para protegernos de algo que no deseamos enfrentar. En este caso se trata del vacío. A falta de amor por ti mismo, creas una imagen para tapar el vacío. De allí, el intenso dolor que causa un rechazo o una traición en el amor, porque deja expuesta la herida abierta de tu propia necesidad”.
“El amor, es considerado como algo muy hermoso y elevado”, se lamentó
Galahad, “no obstante, tú lo haces sonar como algo horrible”.
Arturo sonrió. “Lo que suele considerarse amor, puede tener consecuencias terribles, pero ese no es el final de la historia. El amor tiene un secreto. Merlín me lo contó hace muchos años, como yo te lo confío ahora: Cuando puedas amar a una anciana, a una niña y a una jovencita de la misma manera, serás libre para amar más allá de la forma. Entonces se desatará dentro de ti la esencia del amor, que es una fuerza universal. Y dejarás de sentir apego -el llamado silencioso, al cual obedece el amor”.
Deepak Chopra

MULETAS.


Había una vez un país donde todos, durante muchos años, se habían acostumbrado a usar muletas para andar.
Desde su más tierna infancia, todos los niños eran enseñados debidamente a usar sus muletas para no caerse, a cuidarlas, a reforzarlas conforme iban creciendo, a barnizarlas para que el barro y la lluvia no las estropeasen.
Pero un buen día, un sujeto inconformista empezó a pensar si sería posible prescindir de tal aditamento. En cuanto expuso su idea, los ancianos del lugar, sus padres y maestros, sus amigos, todos le llamaron loco: “Pero, ¿a quién habrá salido este muchacho?, ¿no ves que, sin muletas, te caerás irremediablemente? ¿Cómo se te puede ocurrir semejante estupidez?”.
Pero nuestro hombre seguía planteándose la cuestión.
Se le acercó un anciano y le dijo: “¿Cómo puedes ir en contra de toda nuestra tradición? Durante años y años, todos hemos andado perfectamente con esta ayuda. Te sientes más seguro y tienes que hacer menos esfuerzo con las piernas: es un gran invento. Además, ¿cómo vas a despreciar nuestras bibliotecas donde se concreta todo el saber de nuestros mayores sobre la construcción, uso y mantenimiento de la muleta? ¿Cómo vas a ignorar nuestros museos donde se admiran ejemplares egregios, usados por nuestros próceres, nuestros sabios y mentores?”.
Se le acercó después su padre y le dijo: “Mira, niño, me están cansando tus originales excentricidades. Estás creando problemas en la familia. Si tu bisabuelo, tu abuelo y tu padre han usado muletas, tú tienes que usarlas porque eso es lo correcto”.
Pero nuestro hombre seguía dándole vueltas a la idea, hasta que un día se decidió a ponerla en práctica. Al principio, como le habían advertido, se cayó repetidamente. Los músculos de sus piernas estaban atrofiados. Pero, poco a poco, fue adquiriendo seguridad y, a los pocos días, corría por los caminos, saltaba las cercas de los sembrados y montaba a caballo por las praderas”.
Nuestro hombre del cuento había llegado a ser él mismo.
Cuento indio
Demasiadas veces en nuestra vida no hacemos otra cosa que aferrarnos a nuestras propias muletas, creyendo -inocéntemente- que nos permiten andar con toda libertad.
Artea

http://www.youtube.com/watch?v=ikY1iyu5IpQ

LA ESTRELLA QUE TEMÍA BRILLAR.


Habìa una vez una estrellita que habitaba en los confines del Universo, a la que le daba miedo su propia luz. Se agazapaba y esforzaba en ocultar su luz lo màs posible, a veces se le escapaban unos destellos verdaderamente hermosos que el resto de seres del Universo contemplaban maravillados, pero rapidamente se apresuraba la estrellita a apagar la intensidad de su luz……en esos momentos se sentìa muy avergonzada, como si estuviera haciendo algo impropio, indebido.
Asì, pasaron los años y la estrella por màs que crecìa, seguìa obstinada en ocultar su propia luz por todos los medios…..Un dìa, llegò a oìdos de su padre el Sol, que una de sus hijas se negaba a brillar en todo su esplendor, como es propio de una estrella, entonces el Sol dirigiò su majestuosa mirada hacia la lejana estrella y quedò conmovido al contemplarla…..Hija mìa, ¿què edad tienes?” resonò la voz del Sol por todo el Universo, “sì tù hija mìa, la que apenas se te ve por tu ausencia de brillo”, en ese mismo instante todas las estrellas miraron a la estrella que siempre se habìa reusado a brillar.
Esta, abrumada por la verguenza, y con voz casi inaudible contestò a su padre el Sol, “Padre, tengo mil años”, “Màs fuerte hija mìa, no te oigo bien desde aquì”, le increpò el Sol,“Mil años padre mìo”, volviò a responder la estrella, esta vez de forma màs enèrgica, pues no querìa decepcionarlo. “Mil años y ya estàs tan apagada, pero si tan solo eres una jovencita!”, le dijo el Sol, que añadiò, “¿Por què, hija mìa?, explìcame y hazme saber por què en tus mil años de vida te negaste a mostrar toda tu luz constantemente.”
“Yo, yo….” balbuceaba la estrella, “màs fuerte”, le volvìa a manifestar el Sol. “Es que siempre he sentido que no me la merezco, no he hecho ningùn mèrito para lograrla, siento como si no me perteneciera realmente, y usarla, se me hace como pretender aparentar algo que no soy, que no merezco. Respeto a todos mis hermanos y hermanas y no los juzgo, pero a mì siempre me ha parecido que usar mi luz es abusivo y denigrante para el resto de seres de este inmenso Universo y que carecen de luz propia……” fue la sorpresiva respuesta de la estrella, hasta para ella, que siempre se mostraba muy tìmida y reservada a hablar de sì misma.
Su padre el Sol quedò mudo por unos instantes, meditando en todo lo que habìa oìdo de boca de la estrella. Al fin, el Sol decidiò romper el mìstico silencio reinante en el Universo y dijo,“Hija mìa, ¿te das cuenta de lo que estàs queriendo decir?, das por sentado que los demàs seres de este Universo que carecen de luz propia valen menos que una deslumbrante estrella, no te das cuenta?….què es lo que pretendes no brillando, no denigrar a los demàs seres carentes de luz?, pues es justo de ese modo como lo consigues, en tu interior, ya han quedado denigrados. Ellos no se sienten mejor por tu falta de luz, màs bien al contrario, se apenan por ti y quedan compungidos preguntàndose què te pasarà, què serà aquello que te impide lucir en todo tu esplendor?, no hija mìa, empequeñeciendo no ayudas a nadie….La ùnica que ha sido verdaderamente denigrada todo este tiempo has sido tù misma, negàndote a aceptar tu verdadera y genuina naturaleza”.
“Que no hiciste nada por merecerla dices?, NACER!!!, te parece poco?, eres un milagro viviente, todo ser vivo lo es, tu luz te pertenece por derecho propio, TU LUZ ERES TÙ, y has vivido mil años sin ser tù, sumida en las sombras que tù misma has creado para opacar tu propia luz….y todo por què?, por miedo a sobresalir, a sentirte poderosa, a sentirte plena y satisfecha contigo misma…….Escúchame bien hija mìa,NO HAY MAYOR ERROR EN LA VIDA, QUE SENTIRSE INMERECEDORA DE TU PROPIA LUZ!!!, eso va totalmente en contra de las leyes naturales”.
“Hija mìa, sè consciente de quièn eres!, tu luz no es una posesiòn, es Quièn Eres!, desdeñando tu luz solo consigues huir de ti misma, te sentiràs eternamente perdida, repitièndote a ti misma què hago aquì?, a què he venido?, cual es mi misiòn en esta vida?…….tu misiòn hija mìa ES BRILLAR!!!!!!!!!!!!”

RECUPERAR NUESTRO PODER.


La historia que voy a contar, quizás de origen turco, es de una gran sabiduría:
En una pequeña y pacífica aldea, vive un sabio. Un día, de pronto, todas las gallinas caen muertas. Entonces los aldeanos van a ver al sabio y le preguntan:
-¿Qué dice usted de esto, es una maldición?
-No -responde el sabio- es algo bendito. No puedo decirles por qué, pero es para nuestro bien.
Los aldeanos se van refunfuñando, diciendo que el sabio ya envejeció demasiado… Al día siguiente todos los perros se desploman, paralizados. Los aldeanos regresan a ver al sabio.
-¿Y ahora, díganos, esto es bueno o es malo?
-¡Es bueno!
Al tercer día, todos los fuegos se apagan. No funcionan las cocinas, ni los hornos para el pan, ni las calefacciones, no pueden encender una antorcha. Corren otra vez a la choza del sabio.
-¡Ahora sí que es verdaderamente una maldición!
-¡No, es para nuestro bien!
– ¿Cómo puede decir que es bueno que nuestras gallinas mueran, los perros se paralicen y los fuegos se apaguen? ¡Se ha vuelto loco, ya no creemos en usted!
En ese momento una banda de bandidos pasa cerca de la aldea. Todos los aldeanos se aterran pensando que serán robados. Se ocultan reteniendo lo más que pueden su respiración. Pero el jefe de los ladrones observa las calles vacías y dice:
“No hay gallinas, no hay perros, no sale humo de las chimeneas, aquí no vive nadie. Vámonos”… Y es así como los aldeanos se salvan de una muerte segura.
A veces nos suceden cosas que sentimos como una catástrofe.
Sin embargo, cuando tienes una gran pérdida, el mundo te da un bien mayor que no esperabas. La perdida y lo obtenido se equilibran. Pero, si no estás en la vía espiritual, todo lo que te sucede te parece totalmente nefasto, a semejanza de los aldeanos del cuento.
Si te privan de algo, pregúntate si no eres tú quien ha provocado esto, y dirás que, quizás eso sea para tu bien.
Así como los aldeanos pierden a sus animales y su fuego, nosotros, que vivimos en una época difícil, estamos perdiendo antiguas amarras que nos daban la seguridad. Estábamos atados a unas costumbres, a una moral religiosa, a una cultura, a unas ideas políticas, a un sistema económico. Todo esto nos ha decepcionado. El mundo ha entrado en crisis. Y los individuos también.
El mundo, con sus leyes caducas, no nos pide nuestro parecer. Quienes acaparan el poder, no nos dejan ser lo que somos, nos obligan a ser lo que ellos quieren que seamos. Debemos luchar y trabajar para enriquecer a las grandes multinacionales. ¿Es esto una maldición? ¡No, es para nuestro bien!
Así como el gusano se retuerce para dar origen a una mariposa, la situación actual, donde hasta el planeta se menea, nos propulsa hacia un despertar inminente de la conciencia.
Aprendemos a ser libres, a desprendernos de todo lo que no es auténtico: osaremos demoler los límites inculcados en nuestra mente por culturas que durante siglos han vivido impidiendo el cambio, la mutación, para así, en nombre de la tradición, intentar esclavizarnos. Entre la dispersión subjetiva, pensar una cosa, amar otra, desear otra y hacer otra cosa, elegiremos la unidad, para así gestarnos a nosotros mismos, aprendiendo a amarnos liberados del Yo, reconociendo que somos una obra divina.
Entonces, sin jefes bufones, seremos dueños de nosotros mismos, con confianza total en nuestro destino, en la unión con todos y en la aceptación como única patria al Planeta Tierra.

Alejandro Jodorowsky

ZENKAI HIJO DE UN SAMURAI.


Zenkai, hijo de un samurai, asesinó a un oficial en defensa propia. Huyó de la ciudad donde vivía y, sin recursos, se convirtió en ladrón.
Años después, harto de llevar esa vida, sintió que era el momento de expiar por sus errores pasados.
Resolvió entonces realizar alguna buena acción.
Y así fue que llegó a un pueblo en donde un quebradizo puente sobre un peligroso acantilado había causado muchas muertes.
Zenkai decidió cavar un túnel en la montaña para ayudar a todos.
Durante el día, comía de las limosnas que los pobladores le daban.
Durante la noche, cavaba el túnel.
Después de 30 años, el túnel estaba muy avanzado y Zenkai sabía que en pocos años más terminaría su labor.
Pero un buen día, llegó al pueblo el hijo de aquel oficial que Zenkai había asesinado en defensa propia.
Y lo único que el joven anhelaba era vengar a su padre.
– Te daré mi vida voluntariamente – dijo Zenkai. Lo único que te pido es que me dejes terminar el túnel. Cuando complete mi labor, puedes matarme.
El hijo con sed de venganza decidió esperar la llegada de ese día.
Pasaron varios meses y Zenkai seguía cavando incansable.
El hijo entonces, cansado de no hacer nada salvo esperar la hora de su venganza, comenzó a ayudar con la excavación.
Un año pasó rápidamente, y rápidamente también el hijo llegó a admirar la fuerza de voluntad, valentía y paciencia de Zenkai.
Finalmente, el túnel fue terminado.
Los pobladores estaban agradecidos de poder cruzar ya sin riesgo alguno.
– Ahora puedes cortar mi cabeza – dijo Zenkai. Mi trabajo ha concluido.
– ¿Cómo podría yo cortar la cabeza de mi maestro? – murmuró el joven con lágrimas en los ojos.

RECOGIENDO ESTRELLAS DEL MAR.


Cuenta una historia que un niño de siete años se encontraba en una playa solitaria, a primera hora de la mañana. Recogía estrellas de mar que habían quedado en la playa y las devolvía al mar.
De pronto, se le acercó un señor mayor y le preguntó:
-¿Qué estás haciendo?
El niño respondió:
-Estoy cogiendo las estrellas de mar que se han quedado atrapadas en la playa, y las devuelvo al mar, antes de que el sol de la mañana las queme y se mueran.
El señor mayor le dijo:
-¿Pero no ves lo enorme que es esta playa? Hay miles de estrellas de mar en la arena, y en todas las playas del mundo ¡millones! ¿No ves que lo que estás haciendo no sirve para nada?
El niño cogió otra estrella, la devolvió al mar, se paró, miró fijamente a los ojos del hombre y contestó:
-Ahora pregúntale a esta estrella de mar si lo que estoy haciendo no sirve de nada.
Desde aquel día, el hombre regresó a la playa cada mañana para ayudar al niño a salvar estrellas de mar.
Otras personas que estaban observando y escuchando lo que sucedía, tomaron la misma actitud. En un momento eran cientos. Se podía escuchar desde lejos como un coro que decía: Y ésta… y ésta…
Cada acto de amor que hagamos a nuestros seres queridos, amigos, compañeros de trabajo, conocidos o no, es una estrellita que devuelves al mar…
Sé que en este mundo complicado y materialista, un solo gesto de ternura y solidaridad tal vez no alcance. Pero si nos sumamos, como en la playa, lograremos que millones de almas en este mundo puedan tener una esperanza de vida y vivir en paz.
¡¡Por favor ayúdame, hay tantas estrellitas, que si estoy yo solo, será imposible!!

EL NIÑO INTERIOR.


En cierta ocasión, un gran y famoso profesor se dirigía andando hacia su casa después de haber impartido diversas clases. Andar le relajaba y le ayudaba a desconectar después de la concentración y el derroche de energía que implicaba todo un día dedicado a la docencia.
De las distintas rutas que podía elegir, ese día había optado por regresar a su hogar por la playa. El paisaje no conseguía distraer su atención, puesto que estaba demasiado absorto en sus engreídos pensamientos. Meditaba sobre los elogios que había recibido de los estudiantes. Rememoraba la gloria que para él había significado firmar los ejemplares de su último libro. El recuerdo de las diversas clases impartidas durante el día hacía que se sintiera orgulloso. Se felicitaba a sí mismo por lo que había hecho bien. Sí, ciertamente lo había hecho bien. Estaba orgulloso de ser bueno y de tener conciencia de ello.
Entonces hubo algo que llamó su atención. En la playa había un niño que estaba construyendo un castillo de arena. El hecho, en sí mismo, no era inusual; sin embargo, se trataba del mayor y más elaborado castillo de arena que el profesor había visto nunca.
El niño, de forma esmerada, recogía la arena con las manos y a continuación la apisonaba firmemente, aunque con delicadeza, en el lugar apropiado. Con sumo cuidado había construido torres y torretas, e incluso había colocado banderas en los parapetos. Su creación era un acto de amor.
El profesor se sentó en un banco del paseo y se puso a observar al niño. Cuando el chiquillo hubo completado su impresionante obra de arte, se tumbó a descansar en la arena y aparentemente admiró el castillo durante unos instantes.
El profesor conocía la emoción que se experimentaba en un momento así. Era exactamente el mismo sentimiento que había tenido un poco antes mientras caminaba por el paseo marítimo recordando sus logros del día.
De repente, el niño se levantó y tiró abajo el castillo, esparciendo por los alrededores toda la arena mientras observaba cómo las olas borraban cualquier vestigio de su existencia. La playa volvió a ofrecer su imagen habitual. Toda la arena quedó plana y uniforme. Era como si el castillo nunca hubiera existido.
El profesor hubiera querido gritar al niño pidiéndole que se detuviera, pero su decoro se lo impidió. ¡Qué pérdida! ¿Por qué tenía que destruir un logro así? ¿Por qué motivo un creador destrozaba su propia obra?
Deseaba preguntarle al niño por qué había actuado así, pero dudaba.
-¿Debo dirigirme a ese pequeño?, -se preguntaba a sí mismo el profesor. Se trata sólo de un niño y yo soy un gran maestro. ¿Acaso he de permitir que me vean hablando con él?.
Sin embargo, finalmente su curiosidad fue más fuerte que sus prejuicios. El profesor comenzó a andar por la arena y se dirigió al niño.
-Dime, -le interpeló, mientras permanecía de pie frente al niño, que continuaba tumbado, al tiempo que lo miraba con autoridad-, ¿por qué estás jugando con la arena?
-¿No es lo que los niños hacen?, contestó el jovencito. Los adultos me dicen que jugar es una forma de aprender, como si ello tuviera algún sentido distinto al de simplemente pasárselo bien. Hago lo que hacen los niños. Estoy jugando.»
-Me intriga una cosa, -dijo el profesor- ¿por qué motivo has empleado tanto tiempo y esfuerzo en construir un castillo tan grande y tan bien elaborado para luego, sencillamente, derribarlo? Habías creado un castillo casi perfecto y después lo has destruido, mientras contemplabas cómo las olas borraban cualquier señal de su existencia. No queda ninguna prueba de tu obra.
-Mis padres me han hecho la misma pregunta, -confesó el niño. Mi madre ve en ello un gesto muy simbólico, pero mi madre es así. Ella opina que los distintos granos de arena se pueden equiparar a cada uno de los aspectos de la humanidad. Si se utilizan conjuntamente para construir una obra y luego se los moldea y se les da con delicadeza una determinada forma, pasan a constituir un conjunto que deviene más importante que cada una de las partes que lo componen.
Ella dice que nuestra creatividad no tiene límites cuando trabajamos en equipo. Cuando nos olvidamos de nuestras relaciones con los demás y tratamos de existir como un grano de arena aislado y solitario, nuestra creatividad se destruye, de la misma forma que yo he destruido el castillo, o como el océano, al irrumpir en la playa, arrastra y esparce los millones de partículas de arena.
-Mi padre dice que es una forma de aprender aspectos de la vida. Dice que nada es imperecedero. Los castillos de arena son un ejemplo. Se crean y se destruyen. Existen y se desvanecen. Estos castillos, como todo en la vida, son efímeros. Representan nuestro viaje por la vida. Tanto los castillos como la vida son breves y temporales.
Cuando nos damos cuenta de esto podemos empezar a disfrutar del tiempo del que disponemos. Mi padre dice que construir castillos de arena es un método que tienen los niños para aprender y entender de forma intuitiva estas importantes lecciones de nuestra existencia.
-¿Y para mí?, -prosiguió diciendo el niño. Pues para mí se trata simplemente de un juego. Tal vez ello tenga algún significado, o tal vez no. Me limito a disfrutar con lo que hago. Me gusta notar la calidez del sol sobre mi cuerpo, percibir el sonido de las olas y sentir el tacto de la arena. Sencillamente me lo paso bien.
El profesor se dio cuenta de lo mucho que podía aprender de ese pequeño. Se desabrochó sus zapatos y se los quitó. A continuación se deshizo de sus calcetines y se subió las perneras de los pantalones. Se desprendió de la corbata y se sentó junto al niño.
-¿Me puedo quedar aquí?, preguntó. También me gustaría jugar.
Jamás dejes de ser un niño. Nunca dejes de sentir, gustar, ver y extasiarte ante cosas tan grandes como el aire, el vuelo y los sonidos de la luz del sol en tu interior.
Richard Bach
En el encuentro con el niño se produce el encuentro con el paraíso perdido
Las obras de los grandes pensadores, artistas y genios provienen de la frescura del niño eterno y divino que llevan dentro. Un niño que también vive en cada uno de nosotros sin importar que tengamos nueve o noventa años. Un niño que nunca pierde su capacidad de maravillarse, de emocionarse.Un niño inocente que debemos de cuidar ,proteger y amar dejandolo en libertad ,para que se pueda expreasar en su totalidad.

EL YOGUI ERRANTE.


Era un yogui errante que había obtenido un gran progreso interior.
Se sentó a la orilla de un camino y, de manera natural, entró en éxtasis.
Estaba en tan elevado estado de consciencia que se encontraba ausente de todo lo circundante. Poco después pasó por el lugar un ladrón y, al verlo, se dijo: “Este hombre, no me cabe duda, debe ser un ladrón que, tras haber pasado toda la noche robando, ahora se ha quedado dormido. Voy a irme a toda velocidad no vaya a ser que venga un policía a prenderle a él y también me coja a mí”. Y huyó corriendo.
No mucho después, fue un borracho el que pasó por el lugar. Iba dando tumbos y apenas podía tenerse en pie. Miró al hombre sentado al borde del camino y pensó: “Éste está realmente embriagado. Ha bebido tanto que no puede ni moverse”.
Y, tambaleándose, se alejó.
Por último, pasó un genuino buscador espiritual y, al contemplar al yogui, se sentó a su lado, se inclinó y besó sus pies. Se quedó un rato a su lado meditando.
*Decía un sabio contemporáneo que los males del hombre son causados porque no viven en el mundo, sino en el mundo de sus  propios pensamientos. Y así como el ladrón ve a un ladrón y el borracho ve a otro borracho, únicamente una persona que se ha trabajado para ser  libre de prejuicios es capaz de vez la realidad como se muestra. La meditación es una de las mejores herramientas.

Recuerda y reflexiona:
Según pensamos, así sentimos y según esos sentimientos actuamos.Hay un dicho español que dice: piensa el ladrón que todos son de su condición.