Los Evangelistas nos hablaron de un Jesús que usaba las parábolas para explicarnos la realidad del Reino de Dios. Espero que estos cuentos os puedan conducir al mismo destino.
Nos pide Platón imaginar que nosotros
somos como unos prisioneros que habitan una caverna subterránea. Estos
prisioneros desde niños están encadenados e inmóviles de tal modo que
sólo pueden mirar y ver el fondo de la estancia. Detrás de ellos y en un
plano más elevado hay un fuego que la ilumina; entre el fuego y los
prisioneros hay un camino más alto al borde del cual se encuentra una
pared o tabique, como el biombo que los titiriteros levantan delante del
público para mostrar, por encima de él, los muñecos. Por el camino
desfilan unos individuos, algunos de los cuales hablan, portando unas
esculturas que representan distintos objetos: unos figuras de animales,
otros de árboles y objetos artificiales, etc. Dado que entre los
individuos que pasean por el camino y los prisioneros se encuentra la
pared, sobre el fondo sólo se proyectan las sombras de los objetos
portados por dichos individuos. En esta situación los prisioneros
creerían que las sombras que ven y el eco de las voces que oyen son la
realidad.
Supongamos, dice Platón, que a uno de los prisioneros, “de acuerdo
con su naturaleza” le liberásemos y obligásemos a levantarse, volver
hacia la luz y mirar hacia el otro lado de la caverna. El prisionero
sería incapaz de percibir las cosas cuyas sombras había visto antes. Se
encontraría confuso y creería que las sombras que antes percibía son más
verdaderas o reales que las cosas que ahora ve. Si se le forzara a
mirar hacia la luz misma le dolerían los ojos y trataría de volver su
mirada hacia los objetos antes percibidos.
Si a la fuerza se le arrastrara hacia el exterior sentiría dolor y,
acostumbrado a la oscuridad, no podría percibir nada. En el mundo
exterior le sería más fácil mirar primero las sombras, después los
reflejos de los hombres y de los objetos en el agua, luego los hombres y
los objetos mismos. A continuación contemplaría de noche lo que hay en
el cielo y la luz de los astros y la luna. Finalmente percibiría el sol,
pero no en imágenes sino en sí y por sí. Después de esto concluiría,
con respecto al sol, que es lo que produce las estaciones y los años,
que gobierna todo en el ámbito visible y que de algún modo es causa de
las cosas que ellos habían visto.
Al recordar su antigua morada, la sabiduría allí existente y a sus
compañeros de cautiverio, se sentiría feliz y los compadecería. En el
mundo subterráneo los prisioneros se dan honores y elogios unos a otros,
y recompensas a aquel que percibe con más agudeza las sombras, al que
mejor recuerda el orden en la sucesión de la sombras y al que es capaz
de adivinar las que van a pasar. Esa vida le parecería insoportable.
I. -¿Qué crees que contestaría si le dijera d alguien que antes no
veía más que sombras inanes y que es ahora cuando, hallándose más cerca
de la realidad y vuelto de cara a objetos más reales, goza de una visión
más verdadera, y si fuera mostrándole los objetos que pasan y
obligándole a contestar a sus preguntas acerca de qué es cada uno de
ellos? ¿No crees que estaría perplejo y que lo que antes había
contemplado le parecería más verdadero que lo que entonces se le
mostraba?
II. -Y si se le obligara a fijar su vista en la luz misma, ¿no crees
que le dolerían los ojos y que se escaparía, volviéndose hacia aquellos
objetos que puede contemplar, y que consideraría qué éstos, son
realmente más claros que los que le muestra .?
III. -¿Y qué? Cuando se acordara de su anterior habitación y de la
ciencia de allí y de sus antiguos compañeros de cárcel, ¿no crees que se
consideraría feliz por haber cambiado y que les compadecería a ellos?
IV. -Ahora fíjate en esto: si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de
nuevo el mismo asiento, ¿no crees que se le llenarían los ojos de
tinieblas, como a quien deja súbitamente la luz del sol?
V. -Y si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido
constantemente encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas
que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad -y no
sería muy corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse-, ¿no daría
que reír y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto
con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una
semejante ascensión? ¿Y no matarían; si encontraban manera de echarle
mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir?.
Cuenta una antigua fábula hindú, que
habían tres hombres muy sabios, buscadores del “Sagrado Elefante
Blanco”, el cual no era simplemente un mito para ellos, sino un
verdadero ejemplar viviente de la más elevada Divinidad, pues Él
representaba la “VERDAD MÁS EXALTADA”.
Eran tres insaciables peregrinos, embarcados en la más noble
exploración de los Misterios Universales. Tres ancianos, venerables,
inquietos como los niños, y con una mente capaz de abarcar lo
inesperado, lo nuevo, lo trascendental. Los tres tenían una
peculiaridad física y es que eran ciegos de nacimiento, pero para ellos
eso no era ningún obstáculo que les impidiese continuar su búsqueda
sagrada, ya que como es sabido, son los ojos muchas veces los que nublan
y ciegan la realidad. –
Porque para los ojos físicos todo son apariencias, pero para el sabio
que reconoce esto, mira con los ojos de alma, con los ojos de
la intuición. Cuando así se mira las apariencias se desvanecen y la
esencia queda desnuda, nada queda oculto a los ojos del Alma. Tras
buscar por varias ciudades, exhaustos llegaron a un poblado sencillo
donde un anciano lugareño, amablemente, les indicó dónde, según decían
los antiguos sabios del poblado, podían encontrarlo.
Estaban ya, ciertamente, muy cerca, y con decisión y firmeza,
henchidos de alegría se introdujeron en el interior de la selva.
Anduvieron durante toda la mañana y como eran ciegos agudizaron al
máximo sus otros sentidos.
Cayo la tarde y los tres estaban exhaustos, pero seguían buscando con
entusiasmo, entusiasmo digno de los verdaderos buscadores, y ¡por fin!,
los tres oyeron y hasta olieron la inmanente presencia del Grande y
“Sagrado Elefante Blanco”. Profundamente emocionados, y como si de un
relámpago se tratase los tres ancianos salieron corriendo a Su místico
encuentro, ¡hasta los árboles se apartaban por compasión al verlos
venir!.
Había llegado el momento, el mágico encuentro entre lo buscado y el
buscador, entre lo profundamente invocado y la respuesta de una
evocación divina, a la altura del tesón y la perseverancia mantenida
durante años, incluso vidas… Uno de los ancianos se agarró fuertemente a
la trompa del elefante cayendo de inmediato en profundo éxtasis, otro
con los brazos completamente abiertos se abrazo con poderosísima fuerza a
una de las patas del paquidermo y, el tercero se aferró amorosamente a
una de Sus grandes orejas, ya que el elefante sagrado estaba
placidamente tumbado sobre unas hojas.
Cada uno de ellos experimento, sin lugar a dudas, un sin fin de
emociones, de experiencias, de sensaciones, tanto internas como
externas, y cuando ya se habían colmado por la bendición del Sagrado
Elefante, se marcharon, eso sí profundamente transformados. Regresaron a
la aldea y en una de las chozas los tres en la intimidad relataron y
compartieron sus experiencias.
Pero algo extraño empezó a ocurrir, empezaron a elevar sus voces y
hasta a discutir sobre la “Verdad”. El que experimento la trompa del
elefante dijo: la Verdad (que era la representación del Sagrado Elefante
Blanco) es larga, rugosa y flexible; el ciego anciano que experimento
con la pata del elefante dijo: eso no es la verdad, la “Verdad” es dura,
mediana, como un grueso tronco de árbol; el tercer anciano que
experimento la oreja del paquidermo, indignado por tantas blasfemias
dijo: la “Verdad” es fina, amplia y se mueve con el viento. Los tres,
aunque sabios y hermosas personas, no se entendían, no se comprendían y
decidieron marcharse cada uno por su lado.
Cada uno por su camino, viajaron por muchos países, haciendo de su
capa un sayo, y difundiendo su verdad. Crearon tres grandes religiones y
fue rápida su expansión. Esto fue posible porque tocaron la “VERDAD” y
la predicaron honestamente por todo el mundo desde el corazón.
Los tres buscadores, habían llegado a encontrar la Divinidad, pero no
percibieron su amplitud, sino que se limitaron a experimentar una
parte, no el Todo, por lo tanto, aunque sinceros en su búsqueda y en su
servicio, erraron en su propia limitación mental.
Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como buscador. Un buscador es alguien que busca, no
necesariamente alguien que encuentra. Tampoco es alguien que sabe lo que
está buscando. Es simplemente alguien para quien su vida es una
búsqueda.
Un día el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él
había aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de
un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió. Después de
dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó Kammir, a lo
lejos. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del
sendero le llamó la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y
había un montón de árboles, pájaros y flores encantadoras. La rodeaba
por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada… Una
portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto sintió que olvidaba
el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en
ese lugar. El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente
entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre
los árboles. Dejó que sus ojos eran los de un buscador, quizá por eso
descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción … “Abedul Tare,
vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días”. Se sobrecogió un poco al
darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra. Era una
lápida, sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba
enterrado en ese lugar… Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta
de que la piedra de al lado, también tenía una inscripción, se acercó a
leerla y decía “Llamar Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas”. El
buscador se sintió terriblemente conmocionado. Este hermoso lugar, era
un cementerio y cada piedra una lápida. Todas tenían inscripciones
similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, pero lo que
lo contactó con el espanto, fue comprobar que, el que más tiempo había
vivido, apenas sobrepasaba 11 años. Embargado por un dolor terrible, se
sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio pasaba por ahí y se
acercó, lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si
lloraba por algún familiar.
– No ningún familiar – dijo el buscador – ¿Qué pasa con este pueblo?,
¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos
enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre
esta gente, que lo ha obligado a construir un cementerio de chicos?.
El anciano sonrió y dijo: -Puede usted serenarse, no hay tal maldición,
lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré: cuando
un joven cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta, como esta
que tengo aquí, colgando del cuello, y es tradición entre nosotros que, a
partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la
libreta y anota en ella: a la izquierda que fué lo disfrutado…, a la
derecha, cuánto tiempo duró ese gozo. ¿Conoció a su novia y se enamoró
de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de
conocerla?…¿Una semana?, dos?, ¿tres semanas y media?… Y después… la
emoción del primer beso, ¿cuánto duró?, ¿El minuto y medio del beso?,
¿Dos días?, ¿Una semana? … ¿y el embarazo o el nacimiento del primer
hijo? …, ¿y el casamiento de los amigos…?, ¿y el viaje más deseado…?, ¿y
el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano…?¿Cuánto duró
el disfrutar de estas situaciones?… ¿horas?, ¿días?… Así vamos anotando
en la libreta cada momento, cuando alguien se muere, es nuestra
costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para
escribirlo sobre su tumba. Porque ese es, para nosotros, el único y
verdadero tiempo vivido.
Jorge Bucay
Un día, cuando Subhuti estaba sentado bajo un árbol
en un estado de sublime vacío,
empezaron a caer flores a su alrededor….
“Te alabamos por tu discurso sobre el vacío”,
le susurraron los dioses.
“Pero yo no he hablado del vacío”,
dijo Subhuti.
“No has hablado del vacío, no, hemos oído al vacío”,
respondieron los dioses.
“Esto es verdadero vacío”.
Y cayeron flores sobre Subhuti como lluvia…
Sí, sucede. No es una metáfora, es un hecho -así que
no te tomes esta historia metafóricamente. Es literalmente verdad.
Porque la totalidad de la existencia se siente feliz, dichosa, extática,
incluso cuando es una sola alma quien alcanza lo supremo.
Somos parte de la Totalidad y la Totalidad no es
indiferente a nosotros, no puede serlo. ¿Cómo va a ser una madre
indiferente a su hijo? Es imposible. Cuando el niño crece, la madre
también crece con él. Cuando el niño es feliz la madre también es feliz
con él. Cuando el niño danza, algo danza también en la madre. Cuando el
niño está enfermo, la madre está enferma. Cuando el niño es desdichado,
la madre es desdichada. Porque no son dos; son uno. Sus corazones laten a
un mismo ritmo.
La Totalidad es nuestra madre.
La Totalidad, lo perfecto, no es indiferente.
Permitamos que ésta verdad penetre en nuestro corazón
tan profundamente como sea posible, porque incluso esta consciencia de
que la Totalidad se siente feliz contigo, te cambiará… Entonces ya no
estás alienado, ya no eres un extranjero aquí. Ya no eres un vagabundo,
sin hogar, porque todo es un hogar. Y la Totalidad es tu madre, te
cuida, te ama. Así que es natural que cuando alguien se convierte en un
Buda, y alcanza la cima suprema, toda la existencia danza, toda la
existencia canta, toda la existencia lo celebra. Es literalmente verdad.
No es una metáfora, recuerda; de otra forma errarás toda la cuestión.
Llueven flores, y continúan lloviendo -nunca se detienen.
Las flores que llovieron para Subhuti aún siguen lloviendo.
Tú no las puedes ver, no porque no estén cayendo, solamente,
porque no eres capaz de verlas.
La existencia continúa la celebración infinitamente,
por todos los Budas que han sido, por todos los Budas que están siendo, y
por todos los Budas que serán, porque para la Existencia no hay pasado,
presente y futuro. Es una continuidad. Es eternidad. Sólo existe el
ahora, el ahora infinito.
Aún llueven, pero no puedes verlas.
A no ser que caigan sobre ti, no puedes verlas; y cuando
las veas cayendo para ti, verás que han estado lloviendo
para todos los Budas, para todas las almas iluminadas.
La primera verdad es que a la Existencia le importa lo
que te sucede. La existencia está orando continuamente
para que te suceda lo Supremo. De hecho, tú no eres otra
cosa que una mano extendida por la Totalidad para
alcanzar lo supremo.
No eres otra cosa que una ola que viene de la
Totalidad para tocar la luna. No eres otra cosa que una flor abriéndose,
para que la Totalidad se llene de fragancia a través de la propia
Realización.
Si puedes abandonarte a tí mismo, esas flores pueden
llover ésta misma mañana, en este mismo momento. Los Dioses siempre
están dispuestos. Sus manos siempre están llenas de flores. Simplemente
observan y esperan. Cuando alguien se vuelve un Subhuti -vacío-; cuando
alguien está ausente, de pronto empiezan a caer flores”.
Un hombre
tomaba cada día el autobús para ir al trabajo. Una parada después, una
anciana subía al autobús y se sentaba al lado de la ventana. La anciana
abría una bolsa y durante todo el trayecto, iba tirando algo por la
ventana. Siempre hacía lo mismo y un día, intrigado, el hombre le
preguntó qué era lo que tiraba por la ventana.
- ¡Son semillas! – le dijo la anciana.
- ¿Semillas? ¿Semillas de qué?
- De flores, es que miro afuera y está todo vacío… Me gustaría poder viajar viendo flores durante todo el camino.
¿Verdad que sería bonito?.
- Pero las semillas caen encima del
asfalto, las aplastan los coches, se las comen los pájaros… ¿Cree que
sus semillas germinarán al lado del camino?
- Seguro que sí. Aunque algunas se pierdan, algunas acabarán en la cuneta y, con el tiempo, brotarán.
- Pero… Tardarán en crecer, necesitan agua…
- Yo hago lo que puedo hacer. ¡Ya vendrán los días de lluvia!
La anciana siguió con su trabajo…
Y el hombre bajó del autobús para ir a trabajar, pensando que la anciana había perdido un poco la cabeza.
Unos meses después… yendo al trabajo, el
hombre, al mirar por la ventana, vio todo el camino lleno de flores…
¡Todo lo que veía era un colorido y florido paisaje! Se acordó de la
anciana, pero hacía días que no la había visto. Preguntó al conductor:
- ¿Qué hay de la anciana de las semillas?
- Pues, ya hace un mes que murió.
El hombre volvió a su asiento y siguió mirando el paisaje.
- “Las flores han brotado, se dijo, pero ¿de qué le ha servido su trabajo?. No ha podido ver su obra”.
De repente, oyó la risa de una niña pequeña que señalaba entusiasmada las flores…
¡Mira papá! ¡Mira cuantas flores!
¿Verdad que no hace falta explicar mucho el sentido de esta historia?
La anciana de nuestra historia había
hecho su trabajo y dejó su herencia a todos los que la pudieran recibir,
a todos los que pudieran contemplarla y ser más felices.
Dicen que aquel hombre, desde aquel día, hace el viaje de casa al trabajo con una bolsa de semillas.
Está reflexión está dedicada a todos
aquellos padres, maestros, educadores, profesionales de la enseñanza,
que, hoy, más que nunca, no pueden ver cómo crecen las semillas
plantadas, las esperanzas sembradas en el corazón.
A una estación de trenes llega una
tarde, una señora muy elegante. En la ventanilla le informan que el tren
está retrasado y que tardará aproximadamente una hora en llegar a la
estación.
Un poco fastidiada, la señora va al puesto de diarios y compra una
revista, luego pasa al kiosco y compra un paquete de galletitas y una
lata de gaseosa.
Preparada para la forzosa espera, se sienta en uno de los largos bancos
del andén. Mientras hojea la revista, un joven se sienta a su lado y
comienza a leer un diario. Imprevistamente la señora ve, por el rabillo
del ojo, cómo el muchacho, sin decir una palabra, estira la mano, agarra
el paquete de galletitas, lo abre y después de sacar una comienza a
comérsela despreocupadamente.
La mujer está indignada. No está dispuesta a ser grosera, pero tampoco a
hacer de cuenta que nada ha pasado; así que, con gesto ampuloso, toma
el paquete y saca una galletita que exhibe frente al joven y se la come
mirándolo fijamente.
Por toda respuesta, el joven sonríe… y toma otra galletita.
La señora gime un poco, toma una nueva galletita y, con ostensibles
señales de fastidio, se la come sosteniendo otra vez la mirada en el
muchacho.
El diálogo de miradas y sonrisas continúa entre galleta y galleta. La
señora cada vez más irritada, el muchacho cada vez más divertido.
Finalmente, la señora se da cuenta de que en el paquete queda sólo la
última galletita. ” No podrá ser tan caradura”, piensa, y se queda como
congelada mirando alternativamente al joven y a las galletitas.
Con calma, el muchacho alarga la mano, toma la última galletita y, con
mucha suavidad, la corta exactamente por la mitad. Con su sonrisa más
amorosa le ofrece media a la señora.
– Gracias! – dice la mujer tomando con rudeza la media galletita.
– De nada – contesta el joven sonriendo angelical mientras come su mitad.
El tren llega.
Furiosa, la señora se levanta con sus cosas y sube al tren. Al arrancar,
desde el vagón ve al muchacho todavía sentado en el banco del andén y
piensa: ” Insolente”.
Siente la boca reseca de ira. Abre la cartera para sacar la lata de
gaseosa y se sorprende al encontrar, cerrado, su paquete de galletitas… !
Intacto!.
Cuentan
que, en China, un hombre ya anciano decidió regresar al lugar donde
había nacido y del que salió siendo muy joven. En el camino se unió a un
grupo de viajeros que seguían la misma ruta y les explicó su deseo de
volver a la tierra que lo vio nacer.
Después de varias monótonas jornadas, aquellos hombres decidieron divertirse a costa del viejo.
-Mira, anciano, estamos llegando a la tierra de tus antepasados, esas
montañas que vemos las contemplaron tus ojos cuando eras niño.
El viejo, a pesar de no recordar nada, se sintió dichoso de ver aquellas cumbres.
Horas después llegaron a unas casas en ruinas.
-Mira, anciano, seguro que entre estas piedras jugaste en tu infancia.
El viejo, al ver aquel pueblo abandonado, no pudo dejar de emocionarse. Al rato, llegaron a un olvidado cementerio.
-Mira esas tumbas -le dijeron, continuando la broma-. Aquí con
seguridad están enterrados tus padres, y los padres de tus padres.
Al oír estas palabras, el anciano no pudo contener la emoción, y estalló en lágrimas.
Arrodillado frente a aquellas tumbas, a aquel viejo le venían a la
memoria mil y un recuerdos de su niñez, le inundaban el corazón viejas y
añoradas sensaciones, la nostalgia invadía su alma con un caudal de
emociones.Pero viendo aquella escena, los viajeros se compadecieron del
anciano y acordaron contarle la verdad.
-Sentimos decirte esto, pero la verdad es que queda aún mucho camino
hasta que lleguemos a la patria de tus antepasados. Decidimos gastarte
esta broma sólo por entretenernos. Te rogamos aceptes nuestras
disculpas.
El anciano se levantó en silencio, recogió sus cosas y reemprendió el camino.
Llegada la noche, y ante el mutismo del viejo, sus compañeros de viaje volvieron a expresarle su pesar por la broma.
-Apreciado amigo, tu silencio nos produce hondo pesar, volvemos a pedirte perdón por nuestra conducta.
-Mi silencio nada tiene que ver con vuestra conducta que ya he
olvidado -contestó el anciano-, se debe a que no he encontrado respuesta
a una pregunta que me atormenta:
¿Cómo es posible que haya emociones verdaderas cuando éstas provienen de hechos falsos?.
Había una vez dos ranas que cayeron en un recipiente de nata.
Inmediatamente se dieron cuenta de que se hundían: era imposible
nadar o flotar demasiado tiempo en esa masa espesa como arenas
movedizas. Al principio, las dos ranas patalearon en la nata para llegar
al borde del recipiente. Pero era inútil; sólo conseguían chapotear en
el mismo lugar y hundirse. Sentían que cada vez era más difícil salir a
la superficie y respirar.
Una de ellas dijo en voz alta: – “No puedo más. Es imposible salir de
aquí. En esta materia no se puede nadar. Ya que voy a morir, no veo por
qué prolongar este sufrimiento. No entiendo qué sentido tiene morir
agotada por un esfuerzo estéril”.
Dicho esto, dejó de patalear y se hundió con rapidez, siendo literalmente tragada por el espeso líquido blanco.
La otra rana, más persistente o quizás más tozuda se dijo: – “¡No hay
manera! Nada se puede hacer para avanzar en esta cosa. Sin embargo,
aunque se acerque la muerte, prefiero luchar hasta mí último aliento. No
quiero morir ni un segundo antes de que llegue mi hora”.
Siguió pataleando y chapoteando siempre en el mismo lugar, sin avanzar ni un centímetro, durante horas y horas.
Y de pronto, de tanto patalear y batir las ancas, agitar y patalear, la nata se convirtió en mantequilla.
Sorprendida, la rana dio un salto y,
patinando, llegó hasta el borde del recipiente. Desde allí, pudo
regresar a casa croando alegremente.
Una mañana
una mujer bien vestida se paró frente a un hombre desamparado, quien
lentamente levantó la vista… y miro claramente a la mujer que parecía
acostumbrada a las cosas buenas de la vida. Su abrigo era nuevo. Parecía
que nunca se había perdido de una comida en su vida. Su primer
pensamiento fue: “Solo se quiere burlar de mi”, como tantos otros lo
habían hecho …
“Por Favor Déjeme en paz !! gruñó el Indigente… Para su sorpresa, la
mujer siguió enfrente de él. Ella sonreía, sus dientes blancos mostraban
destellos deslumbrantes.
“¿Tienes hambre?” preguntó ella. “No”, contestó sarcásticamente. “Acabo de llegar de cenar con el presidente … Ahora vete.”
La sonrisa de la mujer se hizo aún más Grande.
De pronto el hombre sintió una mano suave bajo el brazo. “¿Qué hace usted, señora?” -preguntó el hombre enojado.
“Le digo que me deje en paz” !!
Justo en ese momento un policía se acercó. “¿Hay algún problema, señora?” -le preguntó el oficial ..
“No hay problema aquí, oficial, contestó la mujer .. “Sólo estoy
tratando de ayudarle para que se ponga de pie … ¿Me ayudaría?” El
oficial se rascó la cabeza. “Si, el Viejo Juan, Ha sido un estorbo por
aquí por los últimos años. ¿Qué quiere usted con él?” Pregunto el
oficial …
“Ve la cafetería de allí?” -preguntó ella. “Yo voy a darle algo de comer y sacarlo del frío por un ratito.”
“¿Está loca, señora?” el pobre desamparado se resistió. “Yo no quiero
ir ahí!” Entonces sintió dos fuertes manos agarrándolo de los brazos y
lo levantaron.
“Déjame ir oficial, Yo no hice nada ..”
“Vamos Viejo, esta es una Buena oportunidad para ti,” el oficial le susurró al oido .”
Finalmente, y con cierta dificultad, la mujer y el agente de policía
llevaron al Viejo Juan a la cafetería y lo sentaron en una mesa en un
Rincón de la cafetería.. Era casi mediodía , la mayoría de la gente ya
había almorzado y el grupo para la comida aún no había llegado …
El gerente de la cafetería se acercó y les preguntó. “¿Qué está pasando aquí, oficial?” “¿Qué es todo esto?
Y este hombre esta en problemas?”
“Esta señora lo trajo aquí para que coma algo,” respondió el policía.
“Oh no, Aquí no !” el gerente respondió airadamente. “Tener una persona como este aquí es malo para mi negocio !!!
El Viejo Juan esbozó una sonrisa con sus pocos dientes. “Señora, se
lo dije. Ahora, si van a dejarme ir ?. Yo no quería venir aquí desde un
principio.”
La mujer se dirigió al gerente de la cafetería y sonrió .. “Señor,
¿está usted familiarizado con Hernández y Asociados?, la firma bancaria
que esta a dos calles ?”
“Por supuesto que los conozco”, respondió el administrador con
impaciencia. “Ellos tienen sus reuniones semanales en una de mis salas
de banquetes.”
“¿Y se gana una buena cantidad de dinero con el suministro de alimentos en estas reuniones semanales?”
preguntó la Señora …
“¿Y eso que le importa a usted?”
“Yo, señor, soy Penélope Hernández, presidente y dueña de la compañía “. “Oh Perdón !! dijo el gerente …
La mujer sonrió de nuevo .. “Pensé que esto podría hacer una diferencia en su trato.”
Le dijo al policía, que fuertemente trataba de contener una
carcajada. “¿Le gustaría tomar con nosotros una taza de café o tal vez
una comida, oficial?” “No, gracias, señora”, replicó el oficial. “Estoy
en servicio”.
“Entonces, quizá, una taza de café para llevar ?”
“Sí, señora. Eso estaría mejor”.
El gerente de la cafetería giró sobre sus talones como recibiendo una orden. –
“Voy a traer el café para usted de inmediato señor oficial ”
El oficial lo vió alejarse. Y opinó :”Ciertamente lo ha puesto en su lugar”, dijo.
“Esa no fue mi intención “ dijo la señora … Lo crea o no, tengo una buena razón para todo esto”.
Se sentó a la mesa frente a su invitado a cenar. Ella lo miró fijamente…
“Juan ¿te acuerdas de mí?”
El viejo Juan miró su rostro, el rostro de ella, con los ojos lagañosos “Creo que sí – Digo , se me hace familiar”.
“Mira Juan , quizá estoy un poco más grande , pero mírame bien”, dijo
la Señora .. “Tal vez me veo más llenita ahora … pero cuando tu
trabajabas aqui hace muchos años vine aqui una vez, y por esa misma
puerta, muerta de hambre y frio.”
Algunas lágrimas se posaron sobre sus mejillas ..
“¿Señora?” dijo el Oficial, No podía creer lo que estaba
presenciando, ni siquiera pensar que la mujer podría llegar a tener
hambre.
“Yo acababa de graduarme en la Universidad de mi pueblo”, la mujer
comentó. “Yo había llegado a la ciudad en busca de un trabajo, pero no
pude encontrar nada. Con la voz quebrantada la mujer continuaba: Pero
cuando me quedaban mis últimos centavos y me habían corrido de mi
apartamento, deambulé por las calles. Era febrero y hacía frío y estaba
casi muerta de hambre, entonces vi este lugar y entre con la mínima
posibilidad de poder conseguir algo de comer. ” Con lágrimas en sus ojos
la mujer continuó platicando …
“Juan me recibió con una sonrisa”. “Ahora me acuerdo!”, dijo Juan.
“Yo estaba detrás del mostrador de servicio. Se acercó y me preguntó si
podría trabajar por algo de comer”. “ Me dijiste que estaba en contra de
la política de la empresa”.
Continuó la mujer.. “Entonces, tu me hiciste el sándwich de carne más
grande que había visto nunca… me diste una taza de café, y me fui a un
rincón a disfrutar de mi comida. Tenía miedo de que te metieras en
problemas. Luego, cuando miré y te vi a poner de tu bolsillo el precio
de la comida en la caja registradora, supe entonces que todo iba a estar
bien “.
“Así que usted comenzó su propio negocio?” dijo el viejo Juan.
” Si, encontré un trabajo esa misma tarde. Trabajé muy duro, y me fui
hacia arriba con la ayuda de Mi Padre Dios. Posteriormente empecé mi
propio negocio el cual, con la ayuda de Dios, prosperó ..” Ella abrió su
bolso y sacó una tarjeta. “Cuando termines aquí , quiero que vayas a
hacer una visita al señor Martínez. Él es el director de personal de mi
empresa. Iré a hablar con él y estoy segura de que encontrará algo para
que puedas hacer algo en la oficina “.
Ella sonrió. “Creo que incluso podría darte un adelanto, lo
suficiente para que puedas comprar algo de ropa y conseguir un lugar
para vivir hasta que te recuperes.. Si alguna vez necesitas algo, mi
puerta está siempre abierta para ti Juan.”
Hubo lágrimas en los ojos del anciano. “¿Cómo le puedo agradecer? , preguntó.
“No me des las gracias”, respondió la mujer. “A Dios dale la gloria. El me trajo a ti.”
Fuera de la cafetería, el oficial y la mujer se detuvieron y antes de
irse cada uno por su lado… “Gracias por toda su ayuda, oficial..” Dijo
La Sra. Hernandez.
“Al contrario”, dijo el oficial, “Gracias a usted. Hoy vi un milagro,
algo que nunca voy a olvidar. Y … Y gracias por el café. “…..
Que Dios te bendiga siempre y no te olvides que cuando tiramos el pan
sobre las aguas, nunca sabes cuando será devuelto a ti .. Dios es tan
grande que puede cubrir todo el mundo con su amor y a la vez tan pequeño
para entrar en tu corazón.
Cuando Dios te lleva al borde del acantilado, confia en él plenamente y déjate llevar.
Sólo 1 de 2 cosas van a suceder, o él te sostiene cuando tu te caes, o te va a enseñar a volar!
Cuando yo era chico me encantaban los
circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También
a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el
elefante.
Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de su peso,
tamaño y fuerza descomunal… pero después de su actuación y hasta un rato
antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por
una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada
en el suelo.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas
enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y
poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de
cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y
huir.
El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría
de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a
algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que
el elefante no se escapa porque estabaamaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia: “Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan?”
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.
Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca… y sólo
lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho
la misma pregunta.
Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.
Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y
sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La
estaca era ciertamente muy fuerte para él.
Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía…
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree –pobre– que NO PUEDE.
Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro.
Jamás… jamás… intentó poner a prueba su fuerza otra vez…
Vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan
libertad… condicionados por el recuerdo de «no puedo»… Tu única manera
de saber, es intentar de nuevo poniendo en el intento todo tu corazón…
JORGE BUCAY
Un poderoso rey encontró finalmente el
amor. Su joven esposa tenía todas las condiciones que un hombre pudiera
desear en la vida. Además de ser hermosa y atractiva, era alegre y
entusiasta, con un corazón amoroso siempre abierto a ayudar a los demás.
El amor fluía entre ellos como en pocas ocasiones se había visto.
En los actos protocolares ella caminaba orgullosa a la par del rey.
Muy alagado el monarca pensaba: “Cuánto me quiere. Ella sabe que el
protocolo indica que debe permanecer detrás de mí, que mis súbditos
pueden ir a prisión si no hacen eso, sin embargo ella me ama tanto que
siempre quiere estar a mi lado”.
En cierta ocasión, ella se disponía a comer una manzana. Era la
última que quedaba y tenía un brillo que la hacía realmente apetitosa.
En eso llegó el rey y al ver aquella fruta resplandeciente manifestó su
deseo de comerla. Ella lo miró con dulzura, le dijo que era la última
que quedaba pero que no tenía problema en compartirla. Tomó un cuchillo,
la cortó en dos y de inmediato le ofreció una de las mitades a su
esposo. El monarca pensó: “Cuánto me quiere. Ella es capaz de compartir
lo que sea conmigo. Que suerte he tenido”.
Pasaron unos años antes que se presentaran problemas en la pareja.
Tras un fuerte altercado, ella se retiró del amplio salón en el que
discutían, dejando al Rey solo. De inmediato el soberano mandó a llamar a
su consejero para quejarse amargamente de su esposa.
– Ella nunca me quiso – decía lleno de rabia -, cada vez que tenemos
un acto protocolar es incapaz de permanecer detrás de mi, siempre se
pone a mi lado y olvida que yo soy el monarca y que nadie puede ponerse a
la par del rey. Es una insolente, no me ama, no respeta la dignidad de
mi majestad. Lo que siempre quiere es brillar ella por encima de mí.
– Pero su majestad – alcanzó a decir el consejero.
– No me interrumpa – gritó el rey –. Definitivamente ella dejó de
amarme hace mucho tiempo. Recuerdo aquella vez que llegué hambriento,
solamente había una manzana y ella fue incapaz de dármela. Lo único que
alcanzó a hacer fue cortarla en dos y darme el trozo más pequeño. Que
insolencia, tratar así al Rey, ¿no se da cuenta que ella es sólo un
súbdito? He mandado a cortar muchas cabezas por mucho menos que eso.
Y las quejas continuaron por mucho tiempo…
Un hecho puede ser visto desde distintas perspectivas
por una misma persona dependiendo de su estado de ánimo y/o de la
condición emocional en que se encuentra. ¿Cuántas veces hemos dejado que
un pésimo estado de ánimo o una mala actitud mental desvirtúe la
belleza, las virtudes y las bondades de quienes tenemos a nuestro lado?
Esta historia transcurre en la Francia de 1900, en los comienzos de un durísimo invierno.
Marie era una niña de 11 años que vivía en una antigua casa
parisina. Desde que el frío se había hecho sentir, ella empezó a
quejarse de un intenso dolor en la espalda que se volvía intolerable al
toser. Cuando el médico fue a verla, le dio su madre el diagnóstico que
más temía: tuberculosis.
En esa época, todavía sin antibióticos, la infección era
casi una garantía de muerte. Lo único que los médicos podían hacer era
recetar algunos paliativos para el dolor, cuidados generales, reposo… y
fe.
-Estos pacientes – como casi todos- les dijo el profesional
– tienen más posibilidades de curarse si luchan contra la enfermedad;
si Marie dejara de pelear por su vida, moriría en algunas semanas – y
luego agregó, sabiendo que era más un deseo que un pronóstico -. Estoy
seguro de que si la mantenemos calentita, bien alimentada y con muchos
deseos de vivir, cuando el invierno pase, ella estará fuera de peligro y
la tuberculosis será sólo un mal recuerdo.
Cuando el doctor se fue, la madre de la niña miró el
calendario. Faltaban todavía dos largos meses para que llegara la
primavera…
Sabiendo que ninguno de sus compañeros de clase vendría a
verla, por el comprensible aunque injustificado temor al contagio, la
madre se llegó hasta la escuela de Marie para rogarle a la maestra a que
se acercase a casa a darle algunas clases, no tanto por el aprendizaje
como por emplear algo de su tiempo de encierro y aburrimiento. La
maestra le dijo que no podía hacerlo. Lo sentía, pero había cuatro niños
en el curso en la misma situación, ella no podía ocuparse de ellos,
debía cuidar de los que todavía asistían a clase.
Al día siguiente, mientras colgaba guirnaldas caseras por
la casa tratando de contagiar la alegría que no sentía por las fiestas,
la madre vio la pálida cara de su hija y la tristeza reflejada en su
expresión. Fue entonces cuando tuvo la idea. Con la ayuda de la casera,
se ocupó esa mañana de mover todos los muebles de la casa para poder
llevar la cama de Marie junto a la ventana de la sala que daba al
pequeño patio central compartido. Desde allí, pensó la madre, por lo
menos verá ese pequeño patio interior, el ciprés en el centro del
jardín, las enredaderas en las paredes, las ventanas de los otros dos
edificios. Seguramente, se dijo, se distraerá aunque sea viendo a la
gente pasar de ida y de vuelta de sus ocupaciones o de sus compras de
fin de año.
Entrado enero, el invierno se volvió más y más frío, y con
ello la niña se agravó. Más de una noche un ataque de tos terminó con
vómito de sangre y la consiguiente desesperación de la pobre jovencita y
de su madre.
Una mañana al volver de la compra, la madre encontró a
Marie con la mirada perdida de cara al ventanal. Nada tenía que ver ya
esa niña con la Marie que ella recordaba de a penas unas semanas atrás.
La madre la abrazó con fuerza sosteniendo la cabeza de su hija contra su
pecho, tratando de que su hija no se diera cuenta de que lloraba. La
niña señaló hacia el patio y le dijo:
-Mira, mami, ¿ves esa enredadera en la pared del edificio
de enfrente? Hace semanas estaba llena de hojas, algunas más verdes,
otras más amarillas. Mírala ahora qué pocas hojas le quedan. Acabo de
pensar que cuando la última de las hojas de la enredadera caiga, mi vida
también llegará a su fin.
-No tienes que pensar en eso- le dijo su madre, acomodando
las almohadas y secándose las lágrimas de espaldas ala niña-. En
primavera, de todas las enredaderas surgen nuevas hojas y la vida verde
vuelve a nacer.
-Pero son otras hojas…- pensó la jovencita sin decirlo.
La enfermedad seguía su curso con altas y bajas, pero cada vez que el
médico venía a visitarla veía cómo el ánimo de la paciente decaía en la
misma magnitud que su estado general.
Hasta que una mañana la madre descubrió a Marie muy
interesada, mirando hacia arriba por la ventana. Sin querer interrumpir,
la madre se acercó con cuidado tratando de ver qué es lo que llamaba la
atención de su hija. Se trataba de un joven pintor que, junto a su
ventana en el tercer piso del edificio de frente, pintaba con colores
vivos imágenes de París: Notre-Dame, Montmartre, el Moulin Rouge…
Por primera vez en muchos días, la madre vio a Marie
entusiasmada alegre. La madre compartía esa alegría, algo por fin había
captado su interés, quizás ella pudiera convencer al joven pintor para
ayudarla.
Esa misma tarde la madre cruzó hacia el edificio y llamó a
la puerta del artista. Cuando el joven y estrafalario artista abrió, le
contó que era la madre de una niña que vivía en la planta baja, en el
edificio de enfrente, le dijo que padecía una grave enfermedad, y lo que
el médico había dicho.
-Lo siento mucho, señora- dijo el pintor –pero no entiendo para qué ha venido a contarme todo esto.
-Vine a pedirle que se acerque a darle algunas clases de
dibujo, o de pintura a Marie. A ella siempre le interesó el arte, ¿sabe
usted? Si usted pudiera bajar a casa de vez en cuando a charlar con
Marie… yo, por supuesto, le pagaré lo que pida…- y con un tono de ruego
terminó diciendo-. Su vida ¿sabe?, quizá depende de que usted acepte el
encargo.
No por el dinero sino por la pena que le daba la imagen de
la niña que ya había visto desde la ventana, el joven artista empezó a
bajar un día sí y otro también a casa de Marie, llevando consigo algunas
telas, carbones y colores para hablar de pintura y para animar a la
joven a que utilizase su tiempo en cama para dibujar y pintar.
Durante las siguientes semanas, creció entre ellos una extraña amistad.
Una tarde, cuando el pintor bajó a verla, Marie lloraba en su cama.
-¿Qué sucede, mon cher?- le preguntó.
Marie le contó de su relación con la enredadera y luego le dijo:
-Ayer, después de que te fuiste, hubo mucho viento y muchas
hojas cayeron. Cuando la tormenta pasó conté las hojas que quedaban. De
las miles que había entre sus ramas sólo quedan veintiocho. Yo sé lo
que eso significa: si se cayeran todas hoy, no habría un mañana para mí.
El pintor intentó convencer a Marie de que esa asociación era una tontería:
-La vida seguirá de todas maneras- le dijo -, no debes
pensar jamás así. Tienes que practicar las escalas de colores y dibujar
las manzanas que te pedí; si no, nunca llegarás a exponer. De hecho,
gracias a haber practicado mucho en mi vida me ha llegado una invitación
para exponer mis pinturas en América.
-¿Te irás?- preguntó Marie, sin querer escuchar la respuesta.
-Volveré en Mayo como muy tarde- le dijo el pintor-. Allí,
si has practicado iremos a pintar en al campiña, recorreremos los museos
y te enseñaré a pintar con óleo.
-No sé si estaré cuando regreses, pintor- contestó Marie-. Depende de la enredadera.
El artista, encariñado con la jovencita, la abrazó y
prefirió no hablar de esa fantasía. Sólo la besó en la frente y le dejó
indicaciones de qué hacer para estar ocupada hasta que él regresase.
Cuando se fue, Marie sintió como si el mundo se le
derrumbara y en un negro presagio vio como, mientras el pintor cruzaba
hacia su casa, el viento arrancaba de la enredadera tres hojas de golpe y
las dejaba caer violentamente en el patio.
Desde ese día, cada mañana la niña controlaba desde su
ventana la cantidad de hojas que quedaban en la enredadera… y cada
mañana registraba un agudo dolor en el pecho cuando comprobaba que,
durante la noche, alguna de sus acompañantes había caído para siempre.
-¿Qué pasa, hija?- le preguntó su madre, después de una agitada y febril noche.
-Mira, mamá- dijo Marie, señalando por la ventana-. Sólo
quedan tres hojitas: una abajo junto al cuadro, otra en mitad de la
pared y una más solita, arriba de todo, al lado de la ventana del
pintor. Tengo miedo, mamá.
-No te asustes- contestó la madre, con una convicción que
no tenía-. Esas hojitas van a aguantar; son las más fuertes, ¿entiendes?
Sólo faltan dos semanas para que llegue la primavera.
La mirada divertida de Marie se transformó en la oscura
expresión de un obsesivo control de las pobres tres hojitas. Y una noche
de febrero, en medio de una feroz tormenta de viento y lluvia, la hoja
del medio se soltó de su amarra y voló lejos. Marie no dijo nada pero
redobló sus rezos para pedirla al buen Dios que protegiera sus hojitas.
-Mamá- gritó una mañana -. Mamá, ven.
-¿Qué pasa, hija?
-Queda sólo una, mami, sólo una. La de debajo de todo se
cayó anoche. Me voy a morir, mami, me voy a morir. Por favor abrázame,
tengo miedo, mamita. Mucho miedo.
-Hay que tener fe, hijita- dijo la madre tragando saliva y
reprimiendo el llanto de su propio miedo-. Además, faltan pocos días
para la primavera y todavía queda una hoja. Es la hoja campeona ¿sabes?
-Sí, pero hace un rato la vi temblar… Tápame, mamá, tengo frío.
La madre la arropó con sus mantas y fue a buscar unos paños húmedos. La niña tenía mucha fiebre.
Cada momento que Marie estaba despierta miraba por la
ventana a la única hoja que todavía resistía. En la punta de la
enredadera, la pequeña hoja marrón verdoso se aferraba solitaria a su
base, y la niña, al verla, cruzaba instintivamente los dedos pidiéndole
que resistiera para que ella también pudiera salvarse.
Y la hoja resistía.
Nieve, lluvia y viento.
Pasaron los días y la hoja aguantó…
Hasta que una mañana, mientras Marie miraba su esperanza,
vio que un rayo de sol iluminaba la hoja, y descubrió que a su lado y
más abajo en la enredadera pequeños botones verdes habían empezado a
aparecer.
-Mami, mami, la hoja ha resistido, llegó la primavera, mami. ¿No es maravilloso?
La madre corrió junto a su hija y la abrazó con lágrimas en
sus ojos. Ella no pensaba en la enredadera sino en su hija, que también
se había salvado.
-Sí, hija, es maravilloso.
Pasaron los días y la niña comenzó a recuperar sus fuerzas muy despacio.
En la primera salida a la calle que el médico autorizó,
Marie corrió al edificio de enfrente para preguntar por su amigo el
pintor.
La casera se sorprendió al verla, quizás porque no era habitual que alguien sobreviviera a la tuberculosis.
-Me alegro de que estés bien- le dijo mientras la besaba
con sincera alegría-. Tu amigo todavía no ha vuelto, pero me ha
asegurado que en unas semanas lo tendremos por aquí. Mandó esto para ti.
Y remetiendo la mano en su escote, le alargó una carta para ella:
PARA ENTREGAR A MI AMIGA MARIE
“Hola, Marie.
Tal como ves, todo ha pasado.
Para cuando leas esto faltarán días para retomar nuestras clases de pintura.
Yo he comprado nuevos colores y pinceles; así que quiero regalarte los que fueron míos.
Dile a la casera que te abra mi apartamento y llévate mis cosas.
Practica mucho, recuerda las manzanas… y las escalas de colores.”
La niña saltaba de alegría. Después de pedir la llave a la casera, subió a la pequeña buhardilla a por sus pinturas.
Una vez allí, se acercó a recoger el atril que estaba, como
siempre, junto a la ventana. Mirando hacia fuera vio, desde arriba, su
propia cama en el edificio de enfrente.
Sin pensarlo, Marie abrió la ventana e instintivamente
buscó a su amiga la hoja heroica, la que aguantó todo, la más fuerte de
todas las hojas…
Y la vio.
Allí estaba en la pared, a un lado, muy cerca del marco de madera de la ventana.
Allí estaba. Pero no era una hoja verdadera, era una hoja que había pintado en el ladrillo su amigo el pintor…
Hoy ha sido un día pleno de nuevas sensaciones, de sentimientos que afloran y que me han hecho madurar repentinamente.
He sido expulsada del grupo por cometer el gran pecado,cuando
yo desconocía que existía, mi vida ha transcurrido hasta ahora rodeada
de juegos y de pequeñas trastadas de adolescencia, la última fue romper loshuevos de un nido, fue inconscientemente y sin reparar en las consecuencias. ElConsejo del grupo tomó la decisión que le ordenaba la tradición oral, mi expulsión del grupo y el destierro de por vida.
Por primera vez conocí la tristeza, vi
resbalar unas lágrimas por los ojos de mi madre y sentí por primera vez
la soledad, el vacío de la nada.
Me marché con el único equipaje de mis
plumas para cubrirme del frío, de mis alas para volar por los cielos y
de los recuerdos que me producen melancolía, al principio, y a pesar de
la gran orientación que tenemos me dejé llevar por los vientos, sin
rumbo porque nadie me esperaba, descubrí otros mundos, otras gentes.
Día Segundo:
Estoy en una tierra requemada y desértica, algunos la llamanÁfrica y
poco a poco cuanto más al sur la veo más verde, más poblada de
vegetación. Allí moran multitud de animales que no conocía, unos seres
humanos con la tez más oscura que los humanos de mis recuerdos. He
conocido palabras nuevas, hambre, miseria, guerras y todo eso lo he
visto con mis propios ojos, seres famélicos sin nada con que matar el
hambre, seres que mataban a otros seres en guerras de exterminio,
dictadores que vivían en la abundancia con el dinero que les mandaba el
primer mundo, dinero que servía para su enriquecimiento y para comprar
armamento para continuar con sus guerras. He visto a niños con la tripa
hinchada sin fuerzas para moverse mientras unos buitres esperaban…
Día Tercero:
Me marché de esas tierras, no podía
soportar las miserias del ser humano, decían que mientras en el primer
mundo se despilfarraba en este otro mundo se necesitaba, decían que
mientras unos esquilmaban los recursos de esos otros los pobres no
tenían recursos ni para morir en una cama.
Día Cuarto:
Llevo demasiado tiempo volando sin
parar, a mis pies sólo veo agua, un mar interminable, estoy cansada pero
tengo que seguir, tengo que llegar a algún lugar con un pedazo de
tierra donde posarme a descansar. No me cruzo con otras aves en el
camino, me rodea la soledad, mi compañera, y sé que mientras no vea
otras aves voladoras la tierra estará muy lejana, pero mi voluntad
férrea más que mis fuerzas me mantienen volando, parece como si un
ángel me diera fuerzas y me llevara encima de una alfombra voladora.
Poco a poco vi otras aves y las seguí en su camino, la ilusión, otro
sentimiento nuevo en mí me mantenía suspendida en el aire.
Día Quinto:
No sé si es un espejismo pero veo a lo
lejos un islote plagado de acantilados, ya con las fuerzas a punto de
desaparecer llego a su costa y me poso suavemente en un saliente rocoso,
no siento mi cuerpo, mis alas parecen un juguete viejo e inservible,
recojo velas como diría un marinero y me quedo profundamente dormida.
Día Sexto:
Me despierta asustada una lluvia
torrencial, estoy empapada y agito mis alas para desentumecerme, noto
hambre y levanto el vuelo en busca de alimento, apenas queda nada en esa
isla donde habitan multitud de aves, sólo encuentro algún brote de
arbusto que picoteo aunque no sea mi alimento, pero la necesidad hace
milagros.
Día Séptimo:
Emprendo de nuevo el vuelo, eterno
vuelo, todo un día volando con el agua de compañera, poco a poco lo que
parece un sueño se hace realidad y veo una gran inmensidad de tierra
muy diferente a la dejada atrás, veo abundancia, veo a los humanos que
viajan en multitud de aparatos que llaman vehículos, veo inmensas
huertas y plantaciones de grano, veo vida.
Me poso en un árbol y descanso, necesito reponerme y dormir. Y duermo.
Día Octavo:
Levanto el vuelo, me gusta ver a mis
pies inmensos campos verdes, ríos caudalosos, montañas nevadas y
encuentro un lugar de ensueño, como una postal maravillosa en labios
humanos y allí me dirijo.
Me reciben unas aves desconocidas, no sé
ni el nombre que le damos las palomas, pero no me importa, veo que me
reciben con cariño, me acogen en su grupo y me desean todas a la vez
algo desconocido para mí:
¡Felicidad…!!!
No sé que responderles, no sé el significado de la palabra, pero por sus actos comprendo que significa algo parecido aamor, y
veo que sus alimentos los comparten conmigo, veo que sus cantos y
juegos son los míos, veo sus caricias a los más jóvenes, veo sus cariño a
los más ancianos, veo tantas cosas tan desconocidas para mí que una
lágrima me cae sin esperarla, de repente me acuerdo de mi madre,
de su calor, de sus consejos, de su cariño, pero no está… pero están
ellos, mi nueva familia que me dan lo que mis locuras de juventud me
quitaron, me dan paz, me dan cariño, me dan amor.
. . .
Ya soy una más, posiblemente en los
ropajes externos sea distinta, pero somos iguales, sentimos cariño,
regalamos ilusión y miramos a los cielos, nuestro hábitat, como un
enorme campo de juego, como un vergel plagado de semillas llamadas Amor.
Dedicado a tantos solitarios que recorren la vida en busca de ese grupo de amigos que dan para no pedir.
Voy andando por un sendero. Dejo que mis pies me lleven.
Mis ojos se posan en los árboles, en los pájaros, en las piedras. En
el horizonte se recorte la silueta de una ciudad. Agudizo la mirada para
distinguirla bien. Siento que la ciudad me atrae.
Sin saber cómo, me doy cuenta de que en esta ciudad puedo encontrar
todo lo que deseo. Todas mis metas, mis objetivos y mis logros. Mis
ambiciones y mis sueños están en esta ciudad. Lo que quiero conseguir,
lo que necesito, lo que más me gustaría ser, aquello a lo cual aspiro, o
que intento, por lo que trabajo, lo que siempre ambicioné, aquello que
sería el mayor de mis éxitos.
Me imagino que todo eso está en esa ciudad. Sin dudar, empiezo a
caminar hacia ella. A poco de andar, el sendero se hace cuesta arriba.
Me canso un poco, pero no me importa.
Sigo. Diviso una sombra negra, más adelante, en el camino. Al acercarme, veo que una enorme zanja me impide mi paso. Temo… dudo.
Me enoja que mi meta no pueda conseguirse fácilmente. De todas maneras
decido saltar la zanja. Retrocedo, tomo impulso y salto… Consigo
pasarla. Me repongo y sigo caminando.
Unos metros más adelante, aparece otra zanja. Vuelvo a tomar carrera y
también la salto. Corro hacia la ciudad: el camino parece despejado. Me
sorprende un abismo que detiene mi camino. Me detengo. Imposible
saltarlo.
Veo que a un costado hay maderas, clavos y herramientas. Me doy
cuenta de que está allí para construir un puente. Nunca he sido hábil
con mis manos… Pienso en renunciar. Miro la meta que deseo… y resisto.
Empiezo a construir el puente. Pasan horas, o días, o meses. El
puente está hecho. Emocionado, lo cruzo. Y al llegar al otro lado…
descubro el muro. Un gigantesco muro frío y húmedo rodea la ciudad de
mis sueños…
Me siento abatido… Busco la manera de esquivarlo. No hay caso. Debo
escalarlo. La ciudad está tan cerca… No dejaré que el muro impida mi
paso.
Me propongo trepar. Descanso unos minutos y tomo aire… De pronto veo,
a un costado del camino un niño que me mira como si me conociera. Me
sonríe con complicidad.
Me recuerda a mí mismo… cuando era niño.
Quizás por eso, me animo a expresar en voz alta mi queja: -¿Por qué tantos obstáculos entre mi objetivo y yo?
El niño se encoge de hombros y me contesta: -¿Por qué me lo preguntas a mí?
Los obstáculos no estaban antes de que tú llegaras… Los obstáculos los trajiste tú.
“Vengo, maestro, porque me siento tan
poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo,
que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo
mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?”
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
-Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero
mi propio problema. Quizás después…- y haciendo una pausa agregó: Si
quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez
y después tal vez te pueda ayudar.
-E…encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
-Bien- asintió el maestro.
Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano
izquierda y dándoselo al muchacho, agregó- toma el caballo que está allí
afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo
que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma
posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete ya y regresa
con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió.
“Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo
miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por
el anillo.
Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le
daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse
la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para
entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció
una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía
instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la
oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el
mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, monto su
caballo y regresó.
Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro.
Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su
preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.
Entró en la habitación.
-Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste.
Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que
yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
-Qué importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el
maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a
montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo? Dile que
quisieras vender el anillo y pregúntale cuanto te da por él. Pero no
importa lo que te ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar.
El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
-Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
-¡¿58 monedas?!-exclamó el joven.
-Sí -replicó el joyero- Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé… si la venta es urgente…
El Joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
-Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este
anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte
verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que
cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.
Había una vez un cantero que estaba
insatisfecho consigo mismo y con su posición en la vida. Un día pasó por
la casa de un rico comerciante. A través de la entrada abierta, vio
muchas finas posesiones e importantes visitantes. “¡Cuán poderoso debe
ser el comerciante!”, pensó el cortador de piedra. Se puso muy envidioso
y deseó que pudiera ser como el comerciante. Para su gran sorpresa, se
convirtió repentinamente en el comerciante, gozando de más lujos y poder
de lo que siempre había imaginado, pero envidiado y detestado por
aquellos menos ricos que él.
Pronto un alto funcionario pasó cerca, llevado en una silla de manos,
acompañado por asistentes y escoltado por soldados batiendo gongos.
Todos, sin importar cuan rico, tenían que hacer una reverencia ante la
procesión. “¡Cuán poderoso es ese funcionario!”, pensó. “¡Deseo que
pudiera ser un alto funcionario!”.
Entonces se convirtió en el alto funcionario, llevado por todas
partes en su bordada silla de manos, temido y odiado por la gente de
todo alrededor. Era un día caluroso de verano, por eso el funcionario se
sentía muy incómodo en la pegajosa silla. Levantó la mirada al sol.
Brillaba orgulloso en el cielo, no afectado por su presencia. “¡Cuán
poderoso es el sol!” pensó. “¡Deseo que pudiera ser el sol!”.
Entonces se convirtió en el sol, brillando ferozmente sobre todos,
abrasando los campos, maldecido por los granjeros y los trabajadores.
Pero una enorme nube negra se interpuso entre él y la tierra, de modo
que su luz no pudo brillar más sobre todo allá abajo. “¡Cuán poderosa es
esa nube de tormenta!”, pensó. “¡Deseo que pudiera ser una nube!”.
Entonces se convirtió en la nube, inundando los campos y las aldeas,
increpado por todos. Pero pronto descubrió que estaba siendo empujado
lejos por cierta gran fuerza, y se dio cuenta de que era el viento.
“¡Cuán poderoso es!”, pensó. “¡Deseo que pudiera ser el viento!”.
Entonces se convirtió en el viento, llevándose tejas de los techos de
las casas, arrancando árboles, temido y odiado por todos debajo de él.
Pero después de un rato, se izó en contra de algo que no movería, no
importa cuan fuertemente soplara en contra de ella, una enorme y
altísima roca. “¡Cuán poderosa es esa roca!”, pensó. “¡Deseo que pudiera
ser una roca!”.
Entonces se convirtió en la roca, más poderosa que nada más en la
tierra. Pero mientras estaba parado allí, oyó el sonido de un martillo
golpeando un cincel en la dura superficie, y sintió que estaba siendo
cambiado. “¿Qué podría ser más poderoso que yo, la roca?”, pensó. Bajó
la mirada y vio lejos debajo de él, la figura de un cantero.
El más puro de los caballeros que sirvió
a Arturo fue Galahad, a pesar de tener en común con el rey el hecho de
haber sido concebido fuera del matrimonio.
Aunque el hecho de que Galahad fuese hijo natural de Lancelot, no
conllevaba estigma alguno, cuando llego el día en que debía convertirse
en paladín de una dama de la corte, el rey Arturo se opuso y manifestó
su descontento.
– “No permitiré que seas el paladín de ninguna dama noble”, declaró Arturo.
Galahad se ruborizó y tartamudeó:- “Pero mi señor, todo caballero debe servir a una dama para demostrarle la pureza de su amor”.
“¿Qué sabes tu del amor?” Preguntó Arturo de una manera tan incisiva
que Galahad se ruborizó todavía más intensamente. “Si estás tan ansioso
de luchar por una dama, te presentaré a tres para que escojas”.
El rey mandó llamar inmediatamente a Margaret, una vieja lavandera de
cabello cano y con verrugas en la nariz. “¿Le servirás a ella por amor,
gentil caballero?, -le preguntó Arturo. La confusión de Galahad fue
enorme. “No comprendo mi señor” murmuró.
Arturo lo miró fijamente he hizo salir a la mujer. “Traigan a otra”,
ordenó. Esta vez trajeron a una niña recién nacida. “Si Margaret te
pareció demasiado vieja y fea, entonces ¿Qué piensas de esta dama? Es de
noble cuna y no puedes negar su hermosura”. Aunque no había duda de que
la niña era muy hermosa, la confusión de Galahad, iba en aumento.
Sacudió la cabeza.
“Este amor del que hablas es un amor difícil de complacer” dijo
Arturo. Mandó llamar a una tercera dama, y esta vez entró Arabela, una
preciosa niña de doce años. Galahad la miró y trato de reprimir la ira.
“Mi señor, es apenas una jovencita y mi media hermana”, dijo.
“Pediste una dama a la cual servir” dijo Arturo, “y he sido lo
bastante generoso como para presentarte a tres. Ahora debes decidir”.
Galahad, estaba aturdido. “¿Por qué te burlas de mí, de ese modo?”, preguntó.
Arturo hizo un gesto con la mano, y en pocos minutos, salió todo el
mundo del gran salón y ellos dos quedaron solos. “No me burlo de ti”, le
dijo. “Trato de mostrarte algo que aprendí de mi maestro Merlín”.
Galahad alzó los ojos y vio que el ceño de Arturo se había suavizado.
“Mis caballeros dicen servir a sus damas por amor”, prosiguió el rey,
“y, a pesar de sus votos de amar castamente, la mayoría de las veces
sienten pasión por aquellas a quienes sirven, ¿no es verdad?, Galahad
asintió. “Y cuanto más grande es su pasión por las damas, mayor es su
celo de servirles, ¿verdad?, preguntó Arturo. El joven caballero asintió
de nuevo. “Merlín me enseñó otra forma de amar”, dijo Arturo. “Piensa
en la anciana, en la niña recién nacida y en la jovencita que es tu
hermana. Todas ellas son manifestaciones de lo femenino, y en la medida
en que esas formas cambian, lo que llamas amor, cambia con ellas. Cuando
dices que estás enamorado, lo que realmente estás diciendo es que has
satisfecho una imagen que llevas dentro.
“Así es como comienza el apego, con la inclinación por una imagen.
Podrías afirmar que amas a una mujer, pero si ella llegara a
traicionarte con otro hombre, tu amor se trocaría en odio. ¿Por qué?
Porque tu imagen interior ha sido mancillada y, puesto que ésa era la
imagen que amabas, el hecho de que haya sido traicionada, te provoca
ira”.
“¿Qué puedo hacer al respecto?”, preguntó Galahad. “Mira más allá de
tus emociones, las cuales cambiarán constantemente y pregúntate que hay
detrás de la imagen. Las imágenes son fantasías que existen para
protegernos de algo que no deseamos enfrentar. En este caso se trata del
vacío. A falta de amor por ti mismo, creas una imagen para tapar el
vacío. De allí, el intenso dolor que causa un rechazo o una traición en
el amor, porque deja expuesta la herida abierta de tu propia necesidad”.
“El amor, es considerado como algo muy hermoso y elevado”, se lamentó
Galahad, “no obstante, tú lo haces sonar como algo horrible”.
Arturo sonrió. “Lo que suele considerarse amor, puede tener
consecuencias terribles, pero ese no es el final de la historia. El amor
tiene un secreto. Merlín me lo contó hace muchos años, como yo te lo
confío ahora: Cuando puedas amar a una anciana, a una niña y a una
jovencita de la misma manera, serás libre para amar más allá de la
forma. Entonces se desatará dentro de ti la esencia del amor, que es una
fuerza universal. Y dejarás de sentir apego -el llamado silencioso, al
cual obedece el amor”.
Deepak Chopra
Había una vez un país donde todos, durante muchos años, se habían acostumbrado a usar muletas para andar.
Desde su más tierna infancia, todos los niños eran enseñados debidamente
a usar sus muletas para no caerse, a cuidarlas, a reforzarlas conforme
iban creciendo, a barnizarlas para que el barro y la lluvia no las
estropeasen.
Pero un buen día, un sujeto inconformista empezó a pensar si sería
posible prescindir de tal aditamento. En cuanto expuso su idea, los
ancianos del lugar, sus padres y maestros, sus amigos, todos le llamaron
loco: “Pero, ¿a quién habrá salido este muchacho?, ¿no ves que, sin
muletas, te caerás irremediablemente? ¿Cómo se te puede ocurrir
semejante estupidez?”.
Pero nuestro hombre seguía planteándose la cuestión.
Se le acercó un anciano y le dijo: “¿Cómo puedes ir en contra de toda
nuestra tradición? Durante años y años, todos hemos andado
perfectamente con esta ayuda. Te sientes más seguro y tienes que hacer
menos esfuerzo con las piernas: es un gran invento. Además, ¿cómo vas a
despreciar nuestras bibliotecas donde se concreta todo el saber de
nuestros mayores sobre la construcción, uso y mantenimiento de la
muleta? ¿Cómo vas a ignorar nuestros museos donde se admiran ejemplares
egregios, usados por nuestros próceres, nuestros sabios y mentores?”.
Se le acercó después su padre y le dijo: “Mira, niño, me están
cansando tus originales excentricidades. Estás creando problemas en la
familia. Si tu bisabuelo, tu abuelo y tu padre han usado muletas, tú
tienes que usarlas porque eso es lo correcto”.
Pero nuestro hombre seguía dándole vueltas a la idea, hasta que un
día se decidió a ponerla en práctica. Al principio, como le habían
advertido, se cayó repetidamente. Los músculos de sus piernas estaban
atrofiados. Pero, poco a poco, fue adquiriendo seguridad y, a los pocos
días, corría por los caminos, saltaba las cercas de los sembrados y
montaba a caballo por las praderas”.
Nuestro hombre del cuento había llegado a ser él mismo.
Cuento indio
Demasiadas veces en nuestra vida no hacemos otra cosa que aferrarnos a
nuestras propias muletas, creyendo -inocéntemente- que nos permiten
andar con toda libertad.
Artea
Habìa una vez una estrellita que
habitaba en los confines del Universo, a la que le daba miedo su propia
luz. Se agazapaba y esforzaba en ocultar su luz lo màs posible, a veces
se le escapaban unos destellos verdaderamente hermosos que el resto de
seres del Universo contemplaban maravillados, pero rapidamente se
apresuraba la estrellita a apagar la intensidad de su luz……en esos
momentos se sentìa muy avergonzada, como si estuviera haciendo algo
impropio, indebido.
Asì, pasaron los años y la estrella por màs que crecìa, seguìa
obstinada en ocultar su propia luz por todos los medios…..Un dìa, llegò a
oìdos de su padre el Sol, que una de sus hijas se negaba a brillar en
todo su esplendor, como es propio de una estrella, entonces el Sol
dirigiò su majestuosa mirada hacia la lejana estrella y quedò conmovido
al contemplarla…..“Hija mìa, ¿què edad tienes?”resonò la voz del Sol por todo el Universo, “sì tù hija mìa, la que apenas se te ve por tu ausencia de brillo”, en ese mismo instante todas las estrellas miraron a la estrella que siempre se habìa reusado a brillar.
Esta, abrumada por la verguenza, y con voz casi inaudible contestò a su padre el Sol,“Padre, tengo mil años”, “Màs fuerte hija mìa, no te oigo bien desde aquì”, le increpò el Sol,“Mil años padre mìo”, volviò a responder la estrella, esta vez de forma màs enèrgica, pues no querìa decepcionarlo. “Mil años y ya estàs tan apagada, pero si tan solo eres una jovencita!”, le dijo el Sol, que añadiò, “¿Por què, hija mìa?, explìcame y hazme saber por què en tus mil años de vida te negaste a mostrar toda tu luz constantemente.” “Yo, yo….” balbuceaba la estrella, “màs fuerte”, le volvìa a manifestar el Sol. “Es
que siempre he sentido que no me la merezco, no he hecho ningùn mèrito
para lograrla, siento como si no me perteneciera realmente, y usarla, se
me hace como pretender aparentar algo que no soy, que no merezco.
Respeto a todos mis hermanos y hermanas y no los juzgo, pero a mì
siempre me ha parecido que usar mi luz es abusivo y denigrante para el
resto de seres de este inmenso Universo y que carecen de luz propia……”fue
la sorpresiva respuesta de la estrella, hasta para ella, que siempre se
mostraba muy tìmida y reservada a hablar de sì misma.
Su padre el Sol quedò mudo por unos instantes, meditando en todo lo
que habìa oìdo de boca de la estrella. Al fin, el Sol decidiò romper el
mìstico silencio reinante en el Universo y dijo,“Hija mìa, ¿te
das cuenta de lo que estàs queriendo decir?, das por sentado que los
demàs seres de este Universo que carecen de luz propia valen menos que
una deslumbrante estrella, no te das cuenta?….què es lo que pretendes no
brillando, no denigrar a los demàs seres carentes de luz?, pues es
justo de ese modo como lo consigues, en tu interior, ya han quedado
denigrados. Ellos no se sienten mejor por tu falta de luz, màs bien al
contrario, se apenan por ti y quedan compungidos preguntàndose què te
pasarà, què serà aquello que te impide lucir en todo tu esplendor?, no
hija mìa, empequeñeciendo no ayudas a nadie….La ùnica que ha sido
verdaderamente denigrada todo este tiempo has sido tù misma, negàndote a
aceptar tu verdadera y genuina naturaleza”. “Que no hiciste nada por merecerla dices?, NACER!!!, te parece
poco?, eres un milagro viviente, todo ser vivo lo es, tu luz te
pertenece por derecho propio, TU LUZ ERES TÙ, y has vivido mil años sin
ser tù, sumida en las sombras que tù misma has creado para opacar tu
propia luz….y todo por què?, por miedo a sobresalir, a sentirte
poderosa, a sentirte plena y satisfecha contigo misma…….Escúchame bien
hija mìa,NO HAY MAYOR ERROR EN LA VIDA, QUE SENTIRSE INMERECEDORA DE TU
PROPIA LUZ!!!, eso va totalmente en contra de las leyes naturales”. “Hija mìa, sè consciente de quièn eres!, tu luz no es una
posesiòn, es Quièn Eres!, desdeñando tu luz solo consigues huir de ti
misma, te sentiràs eternamente perdida, repitièndote a ti misma què hago
aquì?, a què he venido?, cual es mi misiòn en esta vida?…….tu misiòn
hija mìa ES BRILLAR!!!!!!!!!!!!”
La historia que voy a contar, quizás de origen turco, es de una gran sabiduría:
En una pequeña y pacífica aldea, vive un sabio. Un día, de pronto,
todas las gallinas caen muertas. Entonces los aldeanos van a ver al
sabio y le preguntan:
-¿Qué dice usted de esto, es una maldición?
-No -responde el sabio- es algo bendito. No puedo decirles por qué, pero es para nuestro bien.
Los aldeanos se van refunfuñando, diciendo que el sabio ya envejeció
demasiado… Al día siguiente todos los perros se desploman, paralizados.
Los aldeanos regresan a ver al sabio.
-¿Y ahora, díganos, esto es bueno o es malo?
-¡Es bueno!
Al tercer día, todos los fuegos se apagan. No funcionan las cocinas,
ni los hornos para el pan, ni las calefacciones, no pueden encender una
antorcha. Corren otra vez a la choza del sabio.
-¡Ahora sí que es verdaderamente una maldición!
-¡No, es para nuestro bien!
– ¿Cómo puede decir que es bueno que nuestras gallinas mueran, los
perros se paralicen y los fuegos se apaguen? ¡Se ha vuelto loco, ya no
creemos en usted!
En ese momento una banda de bandidos pasa cerca de la aldea. Todos
los aldeanos se aterran pensando que serán robados. Se ocultan
reteniendo lo más que pueden su respiración. Pero el jefe de los
ladrones observa las calles vacías y dice:
“No hay gallinas, no hay perros, no sale humo de las chimeneas, aquí
no vive nadie. Vámonos”… Y es así como los aldeanos se salvan de una
muerte segura.
A veces nos suceden cosas que sentimos como una catástrofe.
Sin embargo, cuando tienes una gran pérdida, el mundo te da un bien
mayor que no esperabas. La perdida y lo obtenido se equilibran. Pero, si
no estás en la vía espiritual, todo lo que te sucede te parece
totalmente nefasto, a semejanza de los aldeanos del cuento.
Si te privan de algo, pregúntate si no eres tú quien ha provocado esto, y dirás que, quizás eso sea para tu bien.
Así como los aldeanos pierden a sus animales y su fuego, nosotros,
que vivimos en una época difícil, estamos perdiendo antiguas amarras que
nos daban la seguridad. Estábamos atados a unas costumbres, a una moral
religiosa, a una cultura, a unas ideas políticas, a un sistema
económico. Todo esto nos ha decepcionado. El mundo ha entrado en crisis.
Y los individuos también.
El mundo, con sus leyes caducas, no nos pide nuestro parecer. Quienes
acaparan el poder, no nos dejan ser lo que somos, nos obligan a ser lo
que ellos quieren que seamos. Debemos luchar y trabajar para enriquecer a
las grandes multinacionales. ¿Es esto una maldición? ¡No, es para
nuestro bien!
Así como el gusano se retuerce para dar origen a una mariposa, la
situación actual, donde hasta el planeta se menea, nos propulsa hacia un
despertar inminente de la conciencia.
Aprendemos a ser libres, a desprendernos de todo lo que no es
auténtico: osaremos demoler los límites inculcados en nuestra mente por
culturas que durante siglos han vivido impidiendo el cambio, la
mutación, para así, en nombre de la tradición, intentar esclavizarnos.
Entre la dispersión subjetiva, pensar una cosa, amar otra, desear otra y
hacer otra cosa, elegiremos la unidad, para así gestarnos a nosotros
mismos, aprendiendo a amarnos liberados del Yo, reconociendo que somos
una obra divina.
Entonces, sin jefes bufones, seremos dueños de nosotros mismos, con
confianza total en nuestro destino, en la unión con todos y en la
aceptación como única patria al Planeta Tierra.
Zenkai, hijo de un samurai, asesinó a un
oficial en defensa propia. Huyó de la ciudad donde vivía y, sin
recursos, se convirtió en ladrón.
Años después, harto de llevar esa vida, sintió que era el momento de expiar por sus errores pasados.
Resolvió entonces realizar alguna buena acción.
Y así fue que llegó a un pueblo en donde un quebradizo puente sobre un peligroso acantilado había causado muchas muertes.
Zenkai decidió cavar un túnel en la montaña para ayudar a todos.
Durante el día, comía de las limosnas que los pobladores le daban.
Durante la noche, cavaba el túnel.
Después de 30 años, el túnel estaba muy avanzado y Zenkai sabía que en pocos años más terminaría su labor.
Pero un buen día, llegó al pueblo el hijo de aquel oficial que Zenkai había asesinado en defensa propia.
Y lo único que el joven anhelaba era vengar a su padre.
– Te daré mi vida voluntariamente – dijo Zenkai. Lo único que te pido
es que me dejes terminar el túnel. Cuando complete mi labor, puedes
matarme.
El hijo con sed de venganza decidió esperar la llegada de ese día.
Pasaron varios meses y Zenkai seguía cavando incansable.
El hijo entonces, cansado de no hacer nada salvo esperar la hora de su venganza, comenzó a ayudar con la excavación.
Un año pasó rápidamente, y rápidamente también el hijo llegó a admirar la fuerza de voluntad, valentía y paciencia de Zenkai.
Finalmente, el túnel fue terminado.
Los pobladores estaban agradecidos de poder cruzar ya sin riesgo alguno.
– Ahora puedes cortar mi cabeza – dijo Zenkai. Mi trabajo ha concluido.
– ¿Cómo podría yo cortar la cabeza de mi maestro? – murmuró el joven con lágrimas en los ojos.
Cuenta una historia que un niño de siete
años se encontraba en una playa solitaria, a primera hora de la mañana.
Recogía estrellas de mar que habían quedado en la playa y las devolvía
al mar.
De pronto, se le acercó un señor mayor y le preguntó:
-¿Qué estás haciendo?
El niño respondió:
-Estoy cogiendo las estrellas de mar que se han quedado atrapadas en la
playa, y las devuelvo al mar, antes de que el sol de la mañana las queme
y se mueran.
El señor mayor le dijo:
-¿Pero no ves lo enorme que es esta playa? Hay miles de estrellas de mar
en la arena, y en todas las playas del mundo ¡millones! ¿No ves que lo
que estás haciendo no sirve para nada?
El niño cogió otra estrella, la devolvió al mar, se paró, miró fijamente a los ojos del hombre y contestó: -Ahora pregúntale a esta estrella de mar si lo que estoy haciendo no sirve de nada.
Desde aquel día, el hombre regresó a la playa cada mañana para ayudar al niño a salvar estrellas de mar.
—
Otras personas que estaban observando y escuchando lo que sucedía,
tomaron la misma actitud. En un momento eran cientos. Se podía escuchar
desde lejos como un coro que decía: Y ésta… y ésta…
Cada acto de amor que hagamos a nuestros seres queridos, amigos,
compañeros de trabajo, conocidos o no, es una estrellita que devuelves
al mar…
Sé que en este mundo complicado y materialista, un solo gesto de ternura
y solidaridad tal vez no alcance. Pero si nos sumamos, como en la
playa, lograremos que millones de almas en este mundo puedan tener una
esperanza de vida y vivir en paz. ¡¡Por favor ayúdame, hay tantas estrellitas, que si estoy yo solo, será imposible!!
En cierta
ocasión, un gran y famoso profesor se dirigía andando hacia su casa
después de haber impartido diversas clases. Andar le relajaba y le
ayudaba a desconectar después de la concentración y el derroche de
energía que implicaba todo un día dedicado a la docencia.
De las distintas rutas que podía elegir, ese día había optado por
regresar a su hogar por la playa. El paisaje no conseguía distraer su
atención, puesto que estaba demasiado absorto en sus engreídos
pensamientos. Meditaba sobre los elogios que había recibido de los
estudiantes. Rememoraba la gloria que para él había significado firmar
los ejemplares de su último libro. El recuerdo de las diversas clases
impartidas durante el día hacía que se sintiera orgulloso. Se felicitaba
a sí mismo por lo que había hecho bien. Sí, ciertamente lo había hecho
bien. Estaba orgulloso de ser bueno y de tener conciencia de ello.
Entonces hubo algo que llamó su atención. En la playa había un niño
que estaba construyendo un castillo de arena. El hecho, en sí mismo, no
era inusual; sin embargo, se trataba del mayor y más elaborado castillo
de arena que el profesor había visto nunca.
El niño, de forma esmerada, recogía la arena con las manos y a
continuación la apisonaba firmemente, aunque con delicadeza, en el lugar
apropiado. Con sumo cuidado había construido torres y torretas, e
incluso había colocado banderas en los parapetos. Su creación era un
acto de amor.
El profesor se sentó en un banco del paseo y se puso a observar al
niño. Cuando el chiquillo hubo completado su impresionante obra de arte,
se tumbó a descansar en la arena y aparentemente admiró el castillo
durante unos instantes.
El profesor conocía la emoción que se experimentaba en un momento
así. Era exactamente el mismo sentimiento que había tenido un poco antes
mientras caminaba por el paseo marítimo recordando sus logros del día.
De repente, el niño se levantó y tiró abajo el castillo, esparciendo
por los alrededores toda la arena mientras observaba cómo las olas
borraban cualquier vestigio de su existencia. La playa volvió a ofrecer
su imagen habitual. Toda la arena quedó plana y uniforme. Era como si el
castillo nunca hubiera existido.
El profesor hubiera querido gritar al niño pidiéndole que se
detuviera, pero su decoro se lo impidió. ¡Qué pérdida! ¿Por qué tenía
que destruir un logro así? ¿Por qué motivo un creador destrozaba su
propia obra?
Deseaba preguntarle al niño por qué había actuado así, pero dudaba.
-¿Debo dirigirme a ese pequeño?, -se preguntaba a sí mismo el
profesor. Se trata sólo de un niño y yo soy un gran maestro. ¿Acaso he
de permitir que me vean hablando con él?.
Sin embargo, finalmente su curiosidad fue más fuerte que sus
prejuicios. El profesor comenzó a andar por la arena y se dirigió al
niño.
-Dime, -le interpeló, mientras permanecía de pie frente al niño, que
continuaba tumbado, al tiempo que lo miraba con autoridad-, ¿por qué
estás jugando con la arena?
-¿No es lo que los niños hacen?, contestó el jovencito. Los adultos
me dicen que jugar es una forma de aprender, como si ello tuviera algún
sentido distinto al de simplemente pasárselo bien. Hago lo que hacen los
niños. Estoy jugando.»
-Me intriga una cosa, -dijo el profesor- ¿por qué motivo has empleado
tanto tiempo y esfuerzo en construir un castillo tan grande y tan bien
elaborado para luego, sencillamente, derribarlo? Habías creado un
castillo casi perfecto y después lo has destruido, mientras contemplabas
cómo las olas borraban cualquier señal de su existencia. No queda
ninguna prueba de tu obra.
-Mis padres me han hecho la misma pregunta, -confesó el niño. Mi
madre ve en ello un gesto muy simbólico, pero mi madre es así. Ella
opina que los distintos granos de arena se pueden equiparar a cada uno
de los aspectos de la humanidad. Si se utilizan conjuntamente para
construir una obra y luego se los moldea y se les da con delicadeza una
determinada forma, pasan a constituir un conjunto que deviene más
importante que cada una de las partes que lo componen.
Ella dice que nuestra creatividad no tiene límites cuando trabajamos
en equipo. Cuando nos olvidamos de nuestras relaciones con los demás y
tratamos de existir como un grano de arena aislado y solitario, nuestra
creatividad se destruye, de la misma forma que yo he destruido el
castillo, o como el océano, al irrumpir en la playa, arrastra y esparce
los millones de partículas de arena.
-Mi padre dice que es una forma de aprender aspectos de la vida. Dice
que nada es imperecedero. Los castillos de arena son un ejemplo. Se
crean y se destruyen. Existen y se desvanecen. Estos castillos, como
todo en la vida, son efímeros. Representan nuestro viaje por la vida.
Tanto los castillos como la vida son breves y temporales.
Cuando nos damos cuenta de esto podemos empezar a disfrutar del
tiempo del que disponemos. Mi padre dice que construir castillos de
arena es un método que tienen los niños para aprender y entender de
forma intuitiva estas importantes lecciones de nuestra existencia.
-¿Y para mí?, -prosiguió diciendo el niño. Pues para mí se trata
simplemente de un juego. Tal vez ello tenga algún significado, o tal vez
no. Me limito a disfrutar con lo que hago. Me gusta notar la calidez
del sol sobre mi cuerpo, percibir el sonido de las olas y sentir el
tacto de la arena. Sencillamente me lo paso bien.
El profesor se dio cuenta de lo mucho que podía aprender de ese
pequeño. Se desabrochó sus zapatos y se los quitó. A continuación se
deshizo de sus calcetines y se subió las perneras de los pantalones. Se
desprendió de la corbata y se sentó junto al niño.
-¿Me puedo quedar aquí?, preguntó. También me gustaría jugar.
Jamás dejes de ser un niño. Nunca dejes de sentir, gustar, ver y
extasiarte ante cosas tan grandes como el aire, el vuelo y los sonidos
de la luz del sol en tu interior.
Richard Bach
En el encuentro con el niño se produce el encuentro con el paraíso perdido
Las obras de los grandes pensadores, artistas y genios provienen de
la frescura del niño eterno y divino que llevan dentro. Un niño que
también vive en cada uno de nosotros sin importar que tengamos nueve o
noventa años. Un niño que nunca pierde su capacidad de maravillarse, de
emocionarse.Un niño inocente que debemos de cuidar ,proteger y amar
dejandolo en libertad ,para que se pueda expreasar en su totalidad.
Era un yogui errante que había obtenido un gran progreso interior.
Se sentó a la orilla de un camino y, de manera natural, entró en éxtasis.
Estaba en tan elevado estado de consciencia que se encontraba ausente
de todo lo circundante. Poco después pasó por el lugar un ladrón y, al
verlo, se dijo: “Este hombre, no me cabe duda, debe ser un ladrón que,
tras haber pasado toda la noche robando, ahora se ha quedado dormido.
Voy a irme a toda velocidad no vaya a ser que venga un policía a
prenderle a él y también me coja a mí”. Y huyó corriendo.
No mucho después, fue un borracho el que pasó por el lugar. Iba dando
tumbos y apenas podía tenerse en pie. Miró al hombre sentado al borde
del camino y pensó: “Éste está realmente embriagado. Ha bebido tanto que
no puede ni moverse”.
Y, tambaleándose, se alejó.
Por último, pasó un genuino buscador espiritual y, al contemplar al
yogui, se sentó a su lado, se inclinó y besó sus pies. Se quedó un rato a
su lado meditando.
*Decía un sabio contemporáneo que los males del hombre son causados
porque no viven en el mundo, sino en el mundo de sus propios
pensamientos. Y así como el ladrón ve a un ladrón y el borracho ve a
otro borracho, únicamente una persona que se ha trabajado para ser
libre de prejuicios es capaz de vez la realidad como se muestra. La
meditación es una de las mejores herramientas.
Recuerda y reflexiona: Según pensamos, así sentimos y según esos sentimientos actuamos.Hay un dicho español que dice: piensa el ladrón que todos son de su condición.