Zenkai, hijo de un samurai, asesinó a un oficial en defensa propia. Huyó de la ciudad donde vivía y, sin recursos, se convirtió en ladrón.
Años después, harto de llevar esa vida, sintió que era el momento de expiar por sus errores pasados.
Resolvió entonces realizar alguna buena acción.
Y así fue que llegó a un pueblo en donde un quebradizo puente sobre un peligroso acantilado había causado muchas muertes.
Zenkai decidió cavar un túnel en la montaña para ayudar a todos.
Durante el día, comía de las limosnas que los pobladores le daban.
Durante la noche, cavaba el túnel.
Después de 30 años, el túnel estaba muy avanzado y Zenkai sabía que en pocos años más terminaría su labor.
Pero un buen día, llegó al pueblo el hijo de aquel oficial que Zenkai había asesinado en defensa propia.
Y lo único que el joven anhelaba era vengar a su padre.
– Te daré mi vida voluntariamente – dijo Zenkai. Lo único que te pido es que me dejes terminar el túnel. Cuando complete mi labor, puedes matarme.
El hijo con sed de venganza decidió esperar la llegada de ese día.
Pasaron varios meses y Zenkai seguía cavando incansable.
El hijo entonces, cansado de no hacer nada salvo esperar la hora de su venganza, comenzó a ayudar con la excavación.
Un año pasó rápidamente, y rápidamente también el hijo llegó a admirar la fuerza de voluntad, valentía y paciencia de Zenkai.
Finalmente, el túnel fue terminado.
Los pobladores estaban agradecidos de poder cruzar ya sin riesgo alguno.
– Ahora puedes cortar mi cabeza – dijo Zenkai. Mi trabajo ha concluido.
– ¿Cómo podría yo cortar la cabeza de mi maestro? – murmuró el joven con lágrimas en los ojos.
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