El Maestro, que recelaba del saber y la erudición en lo tocante a la divinidad, no perdía nunca la ocasión de estimular al estudio de las artes, las ciencias y cualesquiera otros conocimientos. Por ello no constituyó ninguna sorpresa el que aceptara encantado cuando le invitaron a hablar ante el claustro de la Universidad.
Llegó con una hora de adelanto y tuvo tiempo de pasearse por el "campus" y admirar los medios de que disponía, totalmente inexistentes en su tiempo.
Como era típico en él, su alocución al claustro duró menos de un minuto. Lo que dijo fue:
"Laboratorios y bibliotecas,
vestíbulos, pórticos y arcadas,
doctas conferencias...
Todo ello no servirá de nada
si no hay además
un corazón juicioso
y una mirada perspicaz".
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