El rabino Meir Cohen había dedicado toda su vida a estudiar las escrituras. Era una autoridad apreciada en todo el mundo y sus sermones se publicaban en muchos idiomas, especialmente los dedicados al pecado de hablar mal de los demás.
En una ocasión, se hallaba en un tren de vuelta a casa y conoció a otro viajero. Éste le habló del propósito de su viaje:
-Voy a la capital para conocer al gran rabino Meir Cohen.
Al rabino le divirtió la coincidencia y quiso indagar más acerca de la opinión que se tenía de él.
-¿Y por qué le llamas "gran rabino"? ¿Qué tiene de especial? Yo creo que sólo es un hombre como los demás.
-¿Cómo osas ser tan insolente con un sabio sin igual? -Exclamó al viajero al tiempo que le propinaba un sonoro bofetón.
Días más tarde, ya en la ciudad, Meir Cohen daba una conferencia en la universidad. Al terminar, aquel viajero del tren se acercó avergonzado a pedirle disculpas. Se había quedado blanco de vergüenza al comprobar que había abofeteado al mismo héroe al que quiso defender.
-¡Señor! ¿Qué he hecho? ¡No tengo perdón de Dios! -le dijo.
-No hay nada que perdonar, puesto que me has enseñado algo vital: la importanica de no hablar mal de nadie, pero sobre todo de uno mismo.
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