El mulá Nasrudín se hallaba en su jardín. Había estado trabajando toda la mañana en el huerto y se sentó a la sombra para refrescarse.
Observando una hermosa calabaza, pensó: "Alá, tu sabiduría es grande, pero hay algunas cosas que yo hubiese hecho de otra forma. Fíjate en esa impresionante calabaza que crece tirada por el suelo. Y después mira la nuez: una pequeña cosa que crece colgada de un árbol imperial. Yo lo hubiese hecho al revés; las gloriosas calabazas colgarían de magníficos árboles y las nueces saldrían de la tierra".
Y así se quedó un buen rato, ufano, imaginando otras creaciones. Una suave brisa movió las ramas que había sobre su cabeza. De repente, una nuez cayó sobre la calva redonda del mulá haciendo un ruido seco al golpear. Nasrudín soltó un grito y enseguida le salió un chichón. Pero entonces, en ese mismo lugar, decidió postrarse ante Dios. Sonriendo, dijo:
-Oh, Alá, perdóname. Tu sabiduría es realmente grande. Si hubiese sido yo el que hubiese dispuesto las cosas sobre la Tierra, ahora no estaría rezándote, sino en el hospital descoyuntado por el impacto de una calabaza.
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