Había una vez
un hombre muy rico, que dedicaba su vida a viajar por todo el mundo en
busca de aventuras. Tras pasar un extenso desierto en el que le fue
imposible encontrar una miserable gota de agua, hizo su entrada en un
pueblo lleno de exuberante vegetación, que se alineaba entorno a un
pozo.
Ansioso por saciar su enorme sed, se
encaminó hacia el pozo todo tan rápidamente como sus piernas se lo
permitieron. Al llegar al brocal, descubrió con enorme tristeza, que
nada había para permitirle sacar agua del pozo. Minutos después de su
hallazgo, una mujer con un gran cántaro en la cadera se aproximó hasta
el pozo.
-La paz sea contigo forastero
- Contigo sea mujer.
Después de los saludos de rigor, la mujer
ató el cántaro a la cuerda que colgaba del arco del pozo y comenzó a
bajarlo muy despacio hasta alcanzar el agua . Cuando este estuvo
sumergido en el líquido elemento, la mujer empezó a tirar de la cuerda
para sacar el cántaro a la superficie.
Mientras ella estaba entretenida en esta
labor, el viajero se entretuvo en contarle todas sus andanzas a lo largo
y ancho del mundo. Con un último esfuerzo, la mujer sacó el cántaro del
pozo, lo desató de la cuerda y se lo volvió a colocar en la cadera.
-Gracias por hacerme la tarea más entretenida. Que Dios guie vuestros pasos –dijo la mujer mientras se alejaba-.
Allí se quedó el rico viajero, esperando a
que el buen Dios se apiadara de él y le suministrara de algo con lo que
alcanzar el fondo del pozo…
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