‘¡Vete y no vengas más! La música no
es para ti’. Al escuchar a su profesora Nahuel se puso muy triste y,
completamente confundido y frustrado, abandonó la clase de canto. No hay
nada más triste para un niño que oír de labios de un mayor en el que
confía que justo lo único que desea hacer en su vida no es para él.
Por suerte, Nahuel era un niño muy seguro de sí mismo; y la negativa de su profesora de canto de seguir enseñándole le sirvió como impulso para buscar su propio camino. Le esperaban momentos de mucha desesperación que sabría enfrentar con todas sus energías. Comenzó escuchando todo lo que llegaba a sus manos y entrenando su oído con disciplina. Una tarde se dijo ‘si aprendemos a hablar imitando, ¿por qué no hacer lo mismo con la música?’ Así fue como empezó a imitar a sus cantantes favoritos. Pero tampoco conseguía demasiado con ello; podía imitarlos pero algo había en su voz que sonaba sumamente raro y descontrolado.
Una tarde, mientras dejaba pasar el día sentado en el banco de un parque, se le acercó un joven que traía un inmenso armatoste en una mano, su contrabajo. Se pusieron a conversar; Nahuel no perdía un sólo momento para aprender más cosas relacionadas con el mundo de la música del que se sentía totalmente enamorado.
En un momento el joven le dijo ‘Tú tienes una voz maravillosa. Tu problema es que no confías en ti e intentas hacer lo que hacen otros; no dejas fluir tu propia voz. Sería bueno que tomaras clases para aprender cuestiones importantes respecto a la técnica, pero antes de ello tienes que encontrar tu voz’.
Desde ese día la vida de Nahuel cambió para siempre. Comenzó a soltarse y lo que encontró que era capaz de hacer con su voz lo dejó asombrado. Atrás había quedado ese día en que la profesora lo echó de la clase; pero no en vano.
Una tarde mientras ella disfrutaba de un concierto importante que se realizaba en su ciudad descubrió que Nahuel era uno de los cantantes principales. Al finalizar el concierto se le acercó y le pidió disculpas por haberlo tratado tan duramente aquella tarde. Nahuel ya había andado demasiado y se sentía a gusto consigo mismo; le dijo que lo sentía muchísimo pero que no la recordaba, ‘pero le agradezco que haya venido a verme’, le dijo. Y ella abandonó el teatro cabizbaja mientras él continuaba saludando a la gente y haciéndose fotos con el público.
Por suerte, Nahuel era un niño muy seguro de sí mismo; y la negativa de su profesora de canto de seguir enseñándole le sirvió como impulso para buscar su propio camino. Le esperaban momentos de mucha desesperación que sabría enfrentar con todas sus energías. Comenzó escuchando todo lo que llegaba a sus manos y entrenando su oído con disciplina. Una tarde se dijo ‘si aprendemos a hablar imitando, ¿por qué no hacer lo mismo con la música?’ Así fue como empezó a imitar a sus cantantes favoritos. Pero tampoco conseguía demasiado con ello; podía imitarlos pero algo había en su voz que sonaba sumamente raro y descontrolado.
Una tarde, mientras dejaba pasar el día sentado en el banco de un parque, se le acercó un joven que traía un inmenso armatoste en una mano, su contrabajo. Se pusieron a conversar; Nahuel no perdía un sólo momento para aprender más cosas relacionadas con el mundo de la música del que se sentía totalmente enamorado.
En un momento el joven le dijo ‘Tú tienes una voz maravillosa. Tu problema es que no confías en ti e intentas hacer lo que hacen otros; no dejas fluir tu propia voz. Sería bueno que tomaras clases para aprender cuestiones importantes respecto a la técnica, pero antes de ello tienes que encontrar tu voz’.
Desde ese día la vida de Nahuel cambió para siempre. Comenzó a soltarse y lo que encontró que era capaz de hacer con su voz lo dejó asombrado. Atrás había quedado ese día en que la profesora lo echó de la clase; pero no en vano.
Una tarde mientras ella disfrutaba de un concierto importante que se realizaba en su ciudad descubrió que Nahuel era uno de los cantantes principales. Al finalizar el concierto se le acercó y le pidió disculpas por haberlo tratado tan duramente aquella tarde. Nahuel ya había andado demasiado y se sentía a gusto consigo mismo; le dijo que lo sentía muchísimo pero que no la recordaba, ‘pero le agradezco que haya venido a verme’, le dijo. Y ella abandonó el teatro cabizbaja mientras él continuaba saludando a la gente y haciéndose fotos con el público.
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