Había una vez un califa en la ciudad
de Bagdad, cuyo único objetivo en esta vida, era ser un rey honrado.
Para conocer si estaba logrando alcanzar su objetivo, les preguntó a
todos los que se encontraban bajo sus órdenes, si era justo con ellos.
Todos le contestaron afirmativamente, algo que le preocupó enormemente,
ya que pensó que no le decían la verdad.
Para asegurarse de que sus súbditos no lo estaban engañando, inició
un largo viaje por las ciudades de alrededor, en las que con un
disfraz, preguntaba a la gente su opinión sobre el califa de Bagdad. Al
igual que sucedió en su ciudad, nadie dijo nada malo de él.
Quiso el destino que al califa de Ranchipur, le asaltaran las mismas
dudas que a su colega, comenzando también un viaje lejos de su amado
reino para recabar otras opiniones
Un buen día, cuando ambos califas se encontraban de regreso a sus
reinos, se encontraron en un angosto sendero, por el que solo podía
pasar un carruaje a la vez. Nadie parecía estar dispuesto a ceder su
lugar y aunque intentaron buscar algo que pudiera aclarar esta
situación, fue imposible encontrarlo, hasta que el visir del califa de
Bagdad a su colega:
-¿Cómo reparte justicia tu señor?
-Con los buenos es benévolo, honrado con los que son iguales a él y severo con los que comenten malos actos
-El mío es amable con los duros de corazón, generoso con los malos, magnánimo con los injustos y afable con los honrados.
Al escuchar estas palabras, el califa de Rachipur, apartó su carruaje y esperó a que se marchara el más justo de los hombres.
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