Ricky, era un afortunado niño, que vivía en una maravillosa casa, en
la que todo funcionaba de forma automática. Para ayudar a realizar las
tareas del hogar, sus padres, compraron un robot. Gracias a este
aparato, la habitación del pequeño Ricky, siempre estaba perfectamente
ordenada, hiciese lo que hiciese durante el día anterior.
Estaba tan ordenado, que le era totalmente imposible, encontrar
varias de sus cosas favoritas. Buscaba y buscaba, pero nada volvía a
aparecer en el mismo sitio en el que lo había dejado. Desconcertado,
comenzó a sospechar del robot (ya que nadie más entraba en su
habitación) , preparándole una trampa, para descubrir si el robot, le
estaba robando sus cosas.
Tal y como sospechaba, el robot, estaba cogiendo sus cosas y guardándolas en algún escondite secreto.
Tras descubrir al ladronzuelo, fue a contarle a sus padres lo que
estaba pasando y les pidió, que lo cambiaran por otro nuevo. Sus papas,
quitaron importancia al asunto y se negaron a sustituir a una máquina
que tan bien funcionaba. Muy enfadado, Ricky, decidió conseguir más
evidencias de las fechorías del robot, para que sus padres lo creyeran.
Un buen día, el robot, cansado de sus protestas, le devolvió un parte
de los objetos robados y le dijo, que como siempre los veía por el
suelo, pensaba que no le interesaban y que las mandaba a otro lugar, en
donde resultaran útiles.
Avergonzado por su comportamiento, comenzó a usarlas con cariño y nunca más volvió a desaparecer nada.
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