Hay niños que nacen con una predisposición
especial para convertirse en adultos con profesiones bien determinadas.
Niños que de pequeños sienten la necesidad de volverse artistas,
médicos o policías. En algunos casos en sus familias hay personas que se
dedican a estos oficios y, en su deseo de parecerse a ellos, los
pequeños se nutren de las experiencias que cuentan los grandes y van
creando su propio carácter hasta convertirse en escritores, cirujanos o
bomberos.
Pero algunos niños no vienen con ninguna mochila y tampoco reciben el
incentivo de un familiar apasionado por un determinado oficio. Estos
niños crecen a la deriva, como los camalotes que son llevados por el río
hacia ninguna parte. Carlitos era uno de estos niños. Su madre
trabajaba desde los 15 años lavando ropa en una lavandería (odiaba su
trabajo) y su padre era una silueta sobre un portarretratos (Carlitos ni
siquiera sabía su nombre).
Cuando cumplió quince años, Carlitos conoció a Rubén, su padre era
médico y su madre tocaba el piano en la orquesta de la ciudad. El
corazón de los hijos de padres artistas y científicos se divide desde
temprano: es una guerra a muerte, en la que suele ganar el afecto que
más fuerte sea para el niño.
Rubén adoraba a su padre y en poco tiempo supo que sería médico como
él; pero cuando escuchaba una pieza bien ejecutada al piano, las dudas
lo atemorizaban. ¿Y si seguía por ese camino? Mientras tanto sus tardes
se dividían entre clases de álgebra y de piano, que cada uno de sus
progenitores le brindaba de forma regular y exigente.
Cuando Rubén conoció a Carlitos sintió deseos de tener su vida.
‘Saber que tienes que ser alguien es muy pesado’, le dijo. ‘No saber qué
serás, es una vida vacía’, le respondió su amigo. Durante mucho tiempo
jugaron juntos, crecieron, fueron al instituto, se quisieron. Una tarde
Rubén desapareció y por mucho que Carlitos intentó dar con él no hubo
forma de encontrarlo; finalmente, pensó que se había marchado a estudiar
o que estaba de gira con su madre.
Pasó el tiempo, Carlitos estaba trabajando en una imprenta (era el
encargado de repartir cada mañana la prensa del día) cuando volvieron a
verse. ‘¿Y, Rubén, cómo te tratan tus pacientes?’, le preguntó Carlitos
después de darle un extendido abrazo. ‘Los médicos, querrás decir’, le
respondió su amigo con la cara desencajada.
Para algunos niños la disociación del amor hacia sus padres es muy
difícil de afrontar. En tales casos, la gran mayoría habría preferido
una vida más parecida a la de los camalotes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario