Día tras día, el discípulo hacía la misma pregunta: "¿Cómo puedo encontrar a Dios?"
Y día tras día recibía la misma y misteriosa respuesta: "A través del deseo".
"Pero ¿acaso no deseo yo a Dios con todo mi corazón? Entonces, ¿por qué no lo he encontrado?"
Un día, mientras se hallaba bañándose en el río en compañía de su discípulo, el Maestro le sumergió bajo el agua, sujetándole por la cabeza, y así le mantuvo un buen rato mientras el pobre hombre luchaba desesperadamente por soltarse.
Al día siguiente fue el Maestro quien inició la conversación: "¿Por qué ayer luchabas tanto cuando te tenía yo sujeto bajo el agua?"
"Porque quería respirar".
"El día que alcances la gracia de anhelar a Dios como ayer anhelabas el aire, ese día le habrás encontrado".
No hay comentarios:
Publicar un comentario