Ocurrió
una vez en una de las tierras de África en que un pastor de ovejas era
continuamente acosado por los leones del lugar. Todos los días tenía que
luchar contra ellos para proteger su rebaño. Era tan fuerte al pelear
que los leones desistieron por un tiempo. Un buen
día él enfermó y ya no tuvo las mismas fuerzas que antes para luchar.
Al ver esto, los leones volvieron a planear un ataque. Y esto ocurrió en
una tarde calurosa cuando el sol ya se ocultaba en el horizonte.
El
pastor vio de lejos acercarse un pequeño grupo de leones y al igual que
siempre se levantó y se puso entre ellos y sus ovejas.
-¡Estás
débil pastorcito!-gruñó el jefe de la manada.- te comeremos a ti y a
todas tus ovejas, tal vez dejemos a tu familia para mas delante.
Lejos de asustarse el pastor le respondió:
-Leones ignorantes, ¿así me devuelven todo el cuidado que les he dado siempre?
El silencio reinó por unos segundos ¿el pastor cuidó de los leones? Una larga carcajada recorrió toda la manada.
-¿Qué
decís pastorcito?¿vos cuidarnos a nosotros? Lo único que hacías era
pelear con nosotros, veo que además de débil estás medio loco.-contestó
el jefe en tono burlón.
-Eso
es lo que ustedes creen leones, pero piensen por un momento –contestó
serenamente- yo los protegía a ustedes de mis ovejas venenosas. Si,
ellas tienen veneno en su carne y si se las comen morirán.
Afortunadamente no es letal para los humanos pero para ustedes si lo es.
Ellas lo absorben del pasto que comen y que es su único alimento.
Prueben durante unas semanas comer pasto y verán de que les hablo.
-Eso
es imposible de creer pastorcito, lo del veneno es solo una artimaña
tuya –contestaron los leones- durante generaciones hemos comido ovejas y
ninguno murió.
-Esta
vez es diferente –dijo el pastor poniéndose firme- ¿ven esa piel de
león?, es de su manada, una noche vino solo y se comió una de mis
ovejas, a la mañana lo encontré muerto al lado de mi oveja destrozada.
Para probarles lo que les digo, hagamos un trato: yo los guiaré para que
coman exactamente lo mismo que ellas durante un mes, si durante ese
tiempo no se enferman y siguen igual de fuertes se pueden comer a todas
mis ovejas, caso contrario se van y no vuelven más. Solo hay una
condición, durante un mes no comerán nada de carne.
Los
leones no sabían realmente cómo había muerto su camarada y deseosos de
humillar más a su peor enemigo decidieron hacer el trato. Los
días fueron pasando, los leones comían del mismo pasto que las ovejas.
Al principio no notaron nada y se burlaban continuamente del pastor.
Pero en un momento dado empezaron a tener diarrea y dolores estomacales.
Su orgullo les impidió rendirse y reconocer que perdieron y continuaron
comiendo pasto. De apoco uno a uno se iban debilitando.
Pasado
un mes el pastor se reunió con los leones, pero estos estaban tan
débiles que apenas podían moverse. Mas allá de estar un mes si comer
carne, el pasto les trastornó sus sistema digestivo dejándolos
destruidos.
-¿Ahora me creen? –preguntó burlonamente el pastor
-¡Nos hiciste trampa! Nos diste el peor pasto a propósito –se quejó el jefe de los leones
-Para nada, comieron el mismo pasto que mis ovejas en el mismo lugar que comen ellas.
Ahora, ¿Qué piensan hacer?
Con su orgullo herido los leones se rebelaron y decidieron no cumplir su parte del trato.
-Igual nos comeremos a todas tus ovejas, a ti, a tu familia y a toda tu aldea. ¡Ya verás pastorcito!
-¿Eso creen no? Antes de poder irse deberán luchar conmigo para poder escapar.
El
plan resulto perfecto, mientras los leones se debilitaban el pastor se
recuperaba. Luego de una corta pelea no quedó ningún león de pié. Lo
último que se vio de ellos fueron sus cueros siendo vendidos a unos
comerciantes de pieles. Así, de ese modo nadie volvió a molestar jamás
al pastor y sus ovejas.
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