“Aquel
lugar es soñado y cuando cuentan cómo es, suena como música a los
oídos. Nadie cree que existe pero a su vez, todos quieren ir. Es llamado
“el cielo de los animales”. Lamentablemente queda demasiado lejos para
la gran mayoría. Hay que atravesar toda una extensa meseta, luego
cruzar las montañas, después de ellas le sigue un valle medio desértico y
rocoso. Si seguís avanzando, empiezas a ver cómo la vegetación se hace
mas tupida hasta que llegas al gran lago paradisíaco. Un lugar lleno de
flores, árboles, animales. El césped es suave y el agua es cristalina y
tranquila. Nunca hace demasiado frío ni demasiado calor. Hay alimento
para todos y no existe el gran depredador.”
-¿Tú crees que sea cierto? –le preguntó el colibrí al pato- ¿un lugar lleno de flores en donde pueda vivir como en mis sueños?
Se
lo veía escéptico, no le creía mucho a aquella golondrina. Si todo eso
era cierto, ¿qué hacía ella aquí? No es el “paraíso”. Es una llanura
aburrida, casi sin árboles y con algún que otro charco de agua por ahí.
Con mucha suerte encuentras una laguna. Y flores…bueno, cuesta mucho
conseguir buenas flores. Pero el pato no le prestó atención al colibrí.
-Yo
creo que es cierto, y si nadie saliese a contar de ese lugar no
tendríamos la oportunidad de saber de él y de ir a conocerlo- argumentó
el pato.
Todos
en la pequeña laguna estaban conmocionados. Algunos no le creían,
acusaban a la golondrina de mentirosa, otros decían que no necesitaban
de ese lugar ya que con su laguna estaban conformes. Pero el Pato soñaba
con salir de ese charco lleno de barro y frío. Tímidamente le preguntó a
la golondrina qué dirección tenía que tomar para llegar hacia aquél
lugar. Ella le señaló hacia el noreste. Pero todavía no se animaba a
emprender el viaje, por lo cual le agradeció por el dato y se volvió a
su nido. Al día siguiente todos vieron a la golondrina irse. Muchos se
sintieron alegres de que esa alborotadora se haya ido, otros se quedaron
con las ganas de seguir escuchando más historias de aquél lugar, a
otros ni siquiera les importó.
El
frío empezó a azotar aquella región. El colibrí ya pensaba en marcharse
hacia un lugar más cálido cuando vio pasar al pato. Como se habían
hecho amigos, decidió saludarlo para despedirse. Pero lo que menos se
imagino es aquel le iba a pedir que lo acompañase al lugar que la
golondrina les había contado.
-Tú
eres muy lento para mí -respondió el colibrí queriendo esquivar la
propuesta – llegarías un mes más tarde. No podemos volar a la par.
-No
somos lentos –dijo el pato serenamente- y no voy yo solo, somos cinco
en total y volamos muy rápido. Por supuesto que tú eres más veloz, pero
mientras esperas a que te alcancemos, puedes descansar o volar
tranquilamente al lado nuestro.
-No,
gracias, mejor me marcho solo aunque dudo mucho de que exista ese
lugar. Para ustedes, pronto se darán cuenta de que es inútil el viaje.
Es muy largo y tardarán mucho tiempo en llegar, si es que llegan.
-Eso lo veremos –respondió el pato ofendido por el último comentario del colibrí.
Aquella
tarde, un grupo de cinco patos remontaban vuelo sobre la laguna hacia
el noreste mientras que un diminuto pajarito los pasaba a toda velocidad
hacia la misma dirección. Durante varios días estuvieron volando,
descansaban cada tanto en algún espejo de agua. Nadie había vuelto a ver
al colibrí. “Seguro que ya llegó” pensaban todos, pero no se
desanimaban. Cuando uno se cansaba, se movía hacia el final de la
formación para descansar y así sucesivamente. Luego de tres días
llegaron a las montañas. Fue muy difícil para los patos pasarlas. Hacía
mucho frío y algunas eran muy altas y tuvieron que rodearlas. Casi
muertos de frío llegaron al otro lado. Tal como lo había contado la
golondrina, un valle medio desértico se extendía frente a ellos. Pero no
se desanimaron, siguieron volando. Luego de cinco días de vuelo, vieron
un pequeño espejo de agua, desesperados se lanzaron en picada hacia él.
Luego de haberse refrescado, el pato vio algo raro tirado debajo de
unos arbustos, ¡era el colibrí!
-¿Qué te pasó amigo mío? –le preguntó muy preocupado.
-Venía
volando a la velocidad de un rayo atravesando la meseta y luego las
montañas cuando me di cuenta de que necesitaba del preciado néctar de
las flores. En realidad lo necesité mucho antes, pero en mi afán de
llegar primero hice todo a un lado y continué volando. Ahora aquí estoy,
agonizando con las últimas fuerzas que me quedan.
El
pato, entristecido por la situación de su amigo corrió a buscar flores
para que se recuperase. Al ver esto los demás le acompañaron y a los
pocos minutos juntaron lo suficiente para que el colibrí se recupere.
Con paciencia, le fue dando de a una. Milagrosamente le había salvado la
vida, pero todavía seguía débil. Al ver que no podía volar mucho lo
cargó sobre su espalda y continuó el viaje con los otros cuatro
compañeros.
El
arrogante colibrí apenas lo podía creer. Aquel animal a cual había
subestimado por su supuesta lentitud, lo estaba llevando a él hacia el
supuesto paraíso. Todo lo que la golondrina había dicho era verdad.
Luego de seis días de vuelo, vieron los árboles, el césped y el gran
lago de aguas tranquilas y cristalinas. Luego de dejar a su amigo en un
arbusto lleno de flores para que se siga recuperando, se lanzó loco de
alegría al agua.
Una
semana más tarde, el colibrí volvió a volar enérgicamente entre las
flores y a estar con su amigo que le había salvado la vida. Mientras
estaban juntos recordando aquellos momentos, vieron pasar volando a la
golondrina. La llamaron y los tres se pusieron a charlar sobre lo
maravilloso que era aquel lugar hasta que el sol se puso y las
luciérnagas ocuparon su lugar danzando alrededor de la luna y las
estrellas.
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