Olvido,
encuentro y me pierdo; tengo una sensación tan extraña. El paisaje no
existía, solo una neblina grisácea me envolvía. No sabía a dónde iba,
pero el caballo que montaba parecía sí saberlo. ¿Qué pensar cuando no
ves a más de medio metro delante de ti? Parecía ver como espejismos en
medio de la niebla pero eran nada al fin, ni siquiera podía ver el suelo
por donde iba; solo sentir el golpeteo de los cascos del caballo.
Abro
mi bolso y empiezo a revolver en su interior buscando algo, que cosa
todavía no lo sé. Mi mano encuentra un mapa, otro mapa, una brújula y
una lista con indicaciones. ¿Pero de qué me sirve todo esto si no veo
nada? Si mi caballo entendiera algo… pero si lo hiciera no estaría ahora
llevándome quién sabe a dónde.
En
el camino me encuentro con dos hombres montando sus caballos.
Desesperado le pregunto en dónde estoy y hacia dónde voy. Uno me
contestó que no tenía esperanza de llegar a ninguna parte, el lugar en
donde me encontraba era el infinito. Me dio a entender que había caído
en un pequeño plañera el cual era todo igual: llano y cubierto de niebla
en el cual lo recorría una y otra vez.
Desalentado
miré al otro hombre el cual quiso desilusionarme con sus palabras: “Es
imposible salir de aquí. Yo perdí la cuenta del tiempo, del espacio y
casi de mi memoria”. Pero yo no podía aceptar aquella realidad. Les
refuté sus palabras diciéndoles que de alguna manera hemos llegado a
este lugar. La respuesta de aquel hombre desilusionado fue simple y
arrasadora: “Mira joven, algunos directamente nacemos en este lugar.
Aunque vos no lo veas, alrededor nuestro hay miles de hombres, mujeres,
niños y ancianos como nosotros. Ya con el tiempo te irás encontrando con
ellos. Y los que no nacieron aquí, no recuerdan cómo llegaron a este
lugar”.
Pero
yo si lo recuerdo, me dije a mi mismo, no exactamente cómo aparecí
aquí, pero recuerdo que estaba trotando en una verde pradera; era un fin
de semana largo… Mis pensamientos fueron en voz alta y sin darme cuenta
de ello. Al oír esto el hombre sin esperanza alguna me contestó: “Esos
recuerdos de nada sirven si no sabes cómo llegaste a este lugar”.
Con
bronca y airado pateé a mi caballo para que trotase más y más rápido
hasta que se transformó en una carrera. Corría a toda velocidad
queriendo huir de todo esto y pretendiendo llegar lo antes posible a ese
lugar que en mi mente recordaba. Pero en un momento dado, de tanto
correr mi caballo cayó casi muerto por la fatiga. Así que lo dejé allí
medio muerto y empecé a corre con todas mis fuerzas. Vi que llevaba
muchas cargas encima de mí y empecé a dejarlas por el camino.
Sólo
quedaban mis calzados la ropa en mi cuerpo. Continué corriendo, y se me
rompieron los calzados. Con mis pies pisando ese suelo húmedo continué
cada vez más y más rápido. Cuando creía ya que iba a caer como el
caballo sentía que me elevaba del suelo más y más. Ya mis pies no se
movían, eran alas a mis espaldas. Pero yo no las movían, ellas llegaron
por si solas y se movían por su cuenta. Y me llevaron lejos, muy lejos
por el aire cubierto de niebla, pero ella comenzó a convertirse en
nubes y más nubes. Estas a su vez en nubarrones más grandes y oscuros
hasta transformarse en una tormenta feroz. Casi desee volver a donde
estaba, pero decidí continuar.
Esas
alas me condujeron fuera del alcance de la tormenta hasta un firmamento
negro lleno de estrellas y debajo de él nuestra hermosa tierra. Luego
de ver esa escena no recuerdo más nada. Me vi encima de mi caballo
recorriendo ese lugar que recordaba, creí que todo había sido una mala
jugada de mi mente. Pero al levantar la vista vi cómo dos alas se iban
volando hacia el horizonte hasta perderse.
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