sábado, 1 de febrero de 2014

LA BARCA DEL ABUELO.

Era una fresquita mañana de verano. El mar estaba en calma y algunos niños ya estaban jugando con las olas cerca de la orilla. Desde un pequeño acantilado se adentraba en el mar un espigón de rocas donde, a veces, los pescadores ponían sus cañas.

El abuelo de Julieta era pescador, y ella había ido muchas veces con él al espigón. Desde allí podían verse las barquitas amarradas en la pequeña ría desde la que también el abuelo salía al mar, cuando no había temporal. La barquita del abuelo se llamaba como ella, “Julieta”, en honor a su nieta preferida. La niña recordaba cómo su abuelo la había subido muchas veces en “Julieta”, llevándola hasta el final de la ría. Pero nunca había querido llevarla mar adentro, a pesar de que la niña se lo había pedido muchas veces.
- Todavía no- decía su abuelo.
Y su nieta no insistía, se conformaba con que la llevara a través de la ría. Julieta quería mucho a su abuelo y le encantaba verle fumar en su pipa de la que salía ese humo tan oloroso.
- Abuelo, es como si en la barca tuviéramos una chimenea- decía divertida la niña. Entonces, el abuelo se reía y soltaba un buen chorro de humo de la pipa.
Últimamente el abuelo no salía mucho a pescar. El invierno había sido muy lluvioso y frío y sus huesos se habían resentido. Pasaba muchas horas sentado a la puerta de la casa, bajo un gran camelio, mirando al mar.
La mamá de Julieta estaba siempre atenta a él, y al atardecer le decía:
- Padre, entre ya en la casa que el fresco puede hacerle daño.
Pero el abuelo no quería entrar hasta que el último rayo del sol no hubiera desaparecido del horizonte. En esos momentos del atardecer la nieta se sentaba junto al abuelo y como él miraba al cielo.
- Abuelo ¿adónde se va el día que hoy ya termina?- preguntó Julieta un día.
El abuelo miro con cariño a su nieta y le respondió.
- El día que hoy termina no se va, se queda. -¿Adónde abuelo?
- Se queda en todo lo que hemos hecho y vivido en este día: en tus juegos, en tu sonrisa, en el trabajo de tus papás y también en el abrazo grande que te voy a dar ahora. El abuelo abrazó con cariño a su nieta, que se sintió muy feliz.

El anciano esa noche, como todas las noches, le contó un cuento a Julieta. Pero al despedirse para ir a dormir se sentó junto a la niña con algo entre sus manos.
- ¿Qué es eso abuelo?
Era una caja de madera envuelta en un paño. El abuelo la guardaba como un tesoro desde hacía muchos años. Al quitar el paño de encima la niña reconoció la caja.
- Abuelo, esa es la caja de madera de sándalo que tallaste cuando eras joven y en la que guardas recuerdos de la abuela.
La abuela de Julieta se había ido al cielo hacía ya mucho tiempo. Fue antes de que ella naciera, pero el abuelo le había hablado mucho de ella y le había dicho que sus ojos eran igualitos que los de la abuela.
El anciano esa noche hizo algo inesperado. Regaló a su nieta la caja de sándalo con los recuerdos de la abuela dentro.
- Abuelo, estos son tus recuerdos y se que los quieres mucho.¿Por qué me los das?
- Yo ya no los necesito, Julieta. Dentro de poco iré a reunirme con tu abuela y no podré llevarme la cajita de sándalo.
Julieta se entristeció al escuchar al abuelo. Quería que él siempre estuviera a su lado. Pero el abuelo la abrazó y le dijo:
- Mañana te llevaré a la ría, quiero enseñarte algo.
La niña se durmió con la ilusión de ir con su abuelo a la ría. ¿Qué sería aquello que el abuelo quería enseñarle?
Julieta se despertó pronto y ayudó a preparar el desayuno. Hizo con esmero las tostadas, tal como a su abuelo le gustaban, y preparó el café cargado que su papá tomaba antes de irse a trabajar en la lonja del pescado.
Abuelo y nieta fueron caminando despacio hasta el lugar donde estaba amarrada la pequeña barca “Julieta”. Hacía mucho tiempo que no navegaban juntos, y los dos estaban muy contentos.
El abuelo remaba despacio y poco a poco fueron avanzando por la ría. Pero esta vez, al llegar al lugar donde la ría se abría al mar, el abuelo no paró de remar ni dio la vuelta. Siguió remando mar adentro. Julieta se quedó muda de emoción ante el mar inmenso. Era como adentrarse en un cielo azul que lo envolvía todo. La ría se iba quedando lejos y la tierra que la rodeaba era sólo un pequeño punto en el horizonte.
- Abuelo, es maravilloso. Pero… da un poco de miedo. -Así es, mi querida niña. Da un poco de miedo porque es desconocido. Pero si confías, ves que el mar nos abraza, nos acoge. Déjate mecer por su oleaje, Julieta.
La niña se quedó así, junto a su abuelo dejando que en sus ojos se juntaran el azul del mar, con el azul del cielo, formando una campana celeste que le acunaba y le mecía. Se quedó dormida. En los siguientes meses la salud del abuelo empeoró, y Julieta y su abuelo no volvieron a salir más en la barca. Una noche al ir a dormir la niña fue a la cama del abuelo para darle las buenas noches y él, sonriente, le preguntó:
- ¿Te acuerdas del último día que salimos a navegar?¿Recuerdas esa inmensidad del mar y el cielo que al principio te daba miedo y luego cuando te dejaste mecer te acunaba?
- Claro que me acuerdo, abuelo, y estoy deseando que volvamos allí.
- Querida niña, yo debo partir hacia esa inmensidad azul y desde ahí siempre estaré contigo. Julieta abrazó con fuerza a su abuelo. Sentía que le quería más que nunca.

A la mañana siguiente Julieta despertó temprano. Salió despacio de casa y se dirigió al embarcadero de la ría. La barquita del abuelo no estaba y Julieta sabía porqué.
Más allá de la otra orilla de la ría, allí donde el mar abierto comienza, había una inmensidad azul, que acogía y arrullaba. Allí había ido su abuelo a reunirse con su abuela. Julieta ya no sentía temor por aquella inmensidad azul. Su abuelo siempre estaría con ella, en sus recuerdos y en su corazón.

María Jezabel Pastor

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