Hola
queridos amigos, les quería contar un hecho curioso que pasó en estos
últimos días. Si alguien quiere saber mi nombre me llamo: Liebre, si,
así me llaman en esta región. Lo que les voy a relatar lo hago para que a
ustedes no le suceda lo mismo. Para adelantar el asunto, tengo que
decirles que es algo trágico. Desde ahora en adelante, queda bajo su
completa responsabilidad el seguir leyendo las próximas líneas.
Hace
siete días atrás, estaba paseando por el campo cuando me encontré con
un enorme gato. Por unos momentos me detuve sin saber qué hacer. No me
acordaba si estos felinos comían liebres o no. Igualmente nunca me
alcanzaría si así lo fuera. Pasa sorpresa mía, esa enorme bola peluda me
habló:
-Hola, querida liebre. No te asustes, no soy malo. ¿Me permites ser tu amigo?
Yo quedé muda de asombro por unos momentos. Luego pensé su propuesta, ¿por qué no?. Tal vez podría sacar algún beneficio.
-¡Claro! Pero no te olvides que soy una liebre, corro rápido y me escondo en madrigueras.
-Eso no es problema –contestó de manera muy segura el gato- yo puedo imitarte un poco así no sentimos que somos tan diferentes.
Los
tres días que le siguieron a tal evento fueron muy interesantes.
Intenté aprender algunas cosas de gato pero no pude, no tengo garras
para trepar en los árboles ni me interesa comer pajaritos o ratones.
Pero ese gato se daba una manía impresionante para ser casi igual que
yo. Intentaba correr como liebre, se escondía en mis madrigueras y hasta
comía zanahorias y otras hierbas. Ese animal estaba obsesionado con ser
Liebre. Al cuarto día me confesó: “Yo
siempre las envidié a ustedes, a diferencia de los conejos, nadie las
puede domesticar. Corren libre por los campos. En cambio, a nosotros los
gatos nos ponen de mascota. ¡Si pudiéramos ser como nuestros parientes
felinos!”.
Pobre
gato, le intenté decir de mil maneras diferentes para que entienda lo
peligroso que es ser liebre. Te raptan las aves y los hombres salen a
cazarte. Pero ese hermano del reino animal no quería entrar en razón. A
la noche del cuarto día, salió corriendo de mi madriguera a los saltos
diciendo :¡Soy una liebre, soy una liebre!. En ese momento creí que
estaba realmente loco.
Al
día siguiente no salí prácticamente de mi cueva. Era uno de esos días a
los cuales les humanos le llaman “feriado”. Esos tipos de días y los
que le llaman “fin de semana” son muy peligrosos. Hay más movimiento de
lo habitual y algunos aprovechan para salir de caza. Pensaba en el gato,
rogaba que no se le ocurra hacerse la liebre. Por suerte, ese día pasó pero a la noche fue peor. Veía luces y escuchaba algún que otro ruido de sus armas.
Al
día siguiente, salí al campo a buscar al gato. Esperaba encontrarlo, de
hecho, lo encontré pero no como me lo esperaba; sino como me lo temía.
Esto lo escuché estando escondida en un recoveco de una vieja estancia
de ganaderos y agricultores. Las palabras textuales son las siguientes: “No
sabes lo que pasó hoy en el pueblo querida, vendí a un gato por liebre.
¡El hombre ni se dio cuente! Resulta que anoche mientras cazaba me
pareció ver a una liebre corriendo por el campo y le disparé. Vaya
sorpresa me di cuando vi que era un gato. Hubiera jurado que por su
manera de moverse era una liebre. Igualmente lo preparé y lo llevé al
pueblo a ver si lo podía vender. ¡Y lo vendí! Alguien va a cenar un gato
en vez de liebre. Lo preparé tan bien para que no se dieran cuenta que
resultó tal como me lo esperaba. Ese gato nunca debió haberse hecho
pasar por liebre”.
No
precisé escuchar más, me alejé de aquel lugar lo más rápido que pude.
¿Para qué les cuento esto? Para que no sean como ese pobre gato que
conocí. Si hubiera sido un “gato” en vez de “liebre”, no hubiera estado
esa noche en el campo. Estaría en algún techo de una casa o en la copa
de algún árbol. Pero por querer ser alguien que no era, lo confundieron
por tal y recibió lo que cualquier liebre hubiese recibido. ¡Espero que
aprendan!
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