El Maestro tenía que soportar cada día una verdadera avalancha de preguntas, a las cuales él respondía en serio o en broma, con suavidad o con toda energía.
Había una discípula que siempre se pasaba las sesiones sentada y en silencio.
Cuando le preguntaron la razón de su actitud, ella respondió: "Apenas oigo una palabra de lo que dice. Estoy demasiado distraída con su silencio".
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