En el Reino de Chu, un hombre que había hecho una ofrenda a la divinidad,
dio a sus ayudantes la copa de vino del sacrificio.
- No es bastante para todos nosotros –
dijeron los hombres –, pero es más que suficiente para uno. Dibujemos cada uno
una serpiente en el suelo, y el vino será para el que termine primero.
El hombre que acabó primero, tomó la
copa, pero sosteniéndola con la mano izquierda siguió dibujando con la derecha.
- Hasta puedo añadirle patas – dijo.
Antes que las terminara, otro de los
ayudantes concluyó su dibujo y le arrebató la copa.
- La serpiente no tiene patas – dijo
este último –, ¿por qué se las agrega?
Así diciendo, bebió el vino. Y el que
había dibujado las patas se quedó sin beber.
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