Había una vez un
practicante que se decía especialista en medicina interna. Un guerrero herido
necesitó de sus cuidados. Se trataba de extraer una flecha que se había
incrustado en sus carnes.
El cirujano tomó un par de tijeras,
cortó la pluma a ras de la piel y luego reclamó sus honorarios.
- Aún tengo la punta de la flecha
incrustada en mi carne, hay que sacarla – le dijo el guerrero.
- Eso ya es del dominio de la medicina
interna – contestó el doctor –. ¿Cómo podría yo tomar la responsabilidad de ese
tratamiento?
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