Dos culebras
querían abandonar un pantano que se estaba secando.
- Si tomas la delantera y yo te sigo –
dijo la culebra chica a la culebra grande –, los hombres se darán cuenta que
nos vamos y alguno te matará. Es mejor que me lleves a cuestas, cada una con la
cola de la otra en la boca. Entonces los hombres pensarán que somos un Dios.
Y así cogidas, cruzaron la carretera.
Todo el mundo les cedía el paso, exclamando: «¡Este es un Dios!»
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