Había una vez dos
hombres que discutían a propósito de la fisonomía del rey.
- ¡Qué bello es! – decía uno.
- ¡Qué feo es! – decía el otro.
Después de una larga y vana discusión,
se dijeron el uno al otro:
- ¡Pidámosle la opinión a un tercero y
usted verá que yo tengo razón!
La fisonomía del rey era como era y
nada podía cambiarla; sin embargo, uno veía a su soberano bajo un aspecto
ventajoso y el otro, todo lo contrario. No era por el placer de contradecirse
que sostenían opiniones diferentes, sino porque cada cual lo veía a su manera.
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